El puñetazo de la amistad rota

Reportaje - 11.05.2014
Gabriel García Márquez

Además de ser célebres escritores, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa eran amigos. Eran. Un derechazo de Vargas Llosa al ojo izquierdo de García Márquez, en 1976, rompió con la amistad y fue el presagio de los bandos políticos en que militarían: izquierda y derecha

Por Arlen Cerda y Tammy Zoad Mendoza M.

Mario Vargas Llosa es de derecha. Lo dejó más que claro aquella noche que clavó su puño diestro en el ojo izquierdo de Gabriel García Márquez.

Uno de los puñetazos más famosos de la historia contemporánea no fue en un ring de boxeo, sino en la penumbra de una sala de teatro mexicano hace 38 años. Tampoco fueron atléticos púgiles los protagonistas de la violenta escena que terminó con un hombre en el suelo goteando sangre y el otro sudando de cólera. Fue nada más y nada menos que el escritor peruano Mario Vargas Llosa quien de un puñetazo derribó al colombiano Gabriel García Márquez el 12 de febrero de 1976.

“El Marqués” Vargas Llosa versus “Gabo” García Márquez. Gabo no le metió mano y nunca se sabrá si hubiera sido una pelea limpia entre uno de derecha y uno de izquierda. Lo cierto es que desde entonces ninguno de los dos habló del incidente en público, y tampoco se dirigieron la palabra nunca más.

Con el paso del tiempo, y sus roces con la política, ambas figuras literarias se posicionaron en los extremos que los mantuvieron como los grandes “enemigos” que tenían un pacto de silencio.

Estas son las famosas fotografías de Gabo y su ojo morado, publicadas en edición 149 de la revista Soho, de Colombia. Fue él mismo quien le pidió a su amigo fotógrafo Rodrigo Moya que se la tomara dos días después del incidente. Moya tampoco pudo saber la razón de aquella trompada y compartió la foto 30 años después de aquel día.
Estas son las famosas fotografías de Gabo y su ojo morado, publicadas en edición 149 de la revista Soho, de Colombia. Fue él mismo quien le pidió a su amigo fotógrafo Rodrigo Moya que se la tomara dos días después del incidente. Moya tampoco pudo saber la razón de aquella trompada y compartió la foto 30 años después de aquel día.

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Se habían conocido nueve años atrás, en 1967, en el aeropuerto internacional de Caracas. Llegaron al mismo tiempo para asistir a un congreso literario en el cual el escritor peruano recibiría el Premio Rómulo Gallegos y el autor colombiano de Cien años de soledad asistía como invitado.

Algunos años antes, Vargas Llosa había tenido la oportunidad de conocer la obra de García Márquez, cuando trabajando para la radiotelevisión francesa le pidieron que comentara El coronel no tiene quien le escriba. “A mí me gustó muchísimo la novela y así descubrí que había un escritor colombiano pues novedoso y en Francia el libro tuvo mucho éxito”, relató recientemente el escritor peruano sobre los inicios de su amistad con García Márquez.

Durante casi una década, ambos cultivaron una estrecha amistad. En España, fueron vecinos en el barrio barcelonés de Sarria, a solo una cuadra de distancia, y además compartían a la misma agente literaria. Pero tras el puñetazo, que se atribuye a un lío de faldas, las diferencias entre los dos fueron cada vez más evidentes y así Vargas Llosa pasó de referirse a García Márquez como “Amadís de América” a “cortesano de Fidel Castro”. No volverían a encontrarse.

“Los latinoamericanos que nacimos por esos años crecimos en un mundo dividido entre los partidarios de uno y otro, como si se tratase de dos equipos de futbol. García Márquez defendía la Revolución cubana. Vargas Llosa, la democracia de partidos. García Márquez encarnaba el exotismo latinoamericano y el pensamiento mágico. Vargas Llosa era un novelista realista, frecuentemente urbano, y un intelectual racionalista. García Márquez usaba guayabera. Vargas Llosa, traje y corbata”, asegura el periodista peruano Santiago Roncagliolo en un artículo que analiza la rivalidad literaria e ideológica entre ambos escritores, publicado por el diario colombiano El Tiempo, días después de la muerte de García Márquez.

Entre seguidores, a Vargas Llosa se le considera un escritor más actual y arriesgado, pero a García Márquez se le mitificó como genio literario, aunque sus últimos textos no entran con la conocida facilidad entre los favoritos ni memorables. Está claro, sí, que la trayectoria de cada uno ha sido bastante opuesta. “El fin de Gabriel García Márquez coincide con el máximo esplendor de Mario Vargas Llosa: la recepción del Nobel y la inauguración del premio literario bienal que lleva su nombre. Algunos han querido ver en este azar un triunfo final cuarenta años después de la pelea. Para mí, más bien, es momento de recordar lo que ocurrió antes, cuando los dos juntos lo cambiaron todo, hasta convertirse en símbolos de momentos históricos sucesivos”, valora Roncagliolo.

Fueron parte y principales exponentes del “Boom” latinoameriano, pero no solo la literatura los unía. Tanto ellos como sus esposas, Patricia Llosa y Mercedes Barcha, empezaron una amistad que se fortaleció por la cercanía durante su permanencia en Barcelona en 1967.
Fueron parte y principales exponentes del “Boom” latinoameriano, pero no solo la literatura los unía. Tanto ellos como sus esposas, Patricia Llosa y Mercedes Barcha, empezaron una amistad que se fortaleció por la cercanía durante su permanencia en Barcelona en 1967.

“En los últimos años era cortante con el tema de Nicaragua, solo me decía que se sentía estafado, que le habían vendido una revolución y que esto era otra cosa”.

Sergio Ramírez Mercado,

sobre sus conversaciones con Gabo.

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En 1977 Sergio Ramírez visitó Bogotá para pedirle a Gabriel García Márquez intercesión con el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. Él era el representante de los guerrilleros sandinistas que necesitaban conseguir apoyo para la lucha antisomocista. Le habló de más de mil hombres armados que asaltarían por sorpresa a Somoza y de estrategias fríamente calculadas de lo que sería el inicio del fin de la dictadura. Pero lo único cierto era la temeridad de los guerrilleros que estaban dispuestos a enfrentarse a la Guardia Nacional, a pesar de una gran desventaja en cuanto a número de armamento.

Pero de eso no se daría cuenta Gabo sino hasta tiempo después, y con el correspondiente reclamo a Sergio Ramírez recibió una respuesta de escritor a escritor. ¿Acaso él no había dibujado más muertos en su versión de la masacre de la bananera en Cien años de soledad? El “detalle” de las cifras pasó por alto para Gabo, al final de cuentas el propósito era el mismo, y él se había convertido en una suerte de paladín de la izquierda latinoamericana, sobre todo del comunismo cubano.

En una dedicatoria que compartiera la primera dama Rosario Murillo, a través de una foto pública, Gabriel García Márquez se declaró “sandinista errante”. Pero eso habría sido en la década de los ochenta, luego su encanto por la revolución nicaragüense se disipó a tal punto que evitaba hablar del tema. “En los últimos años era cortante con el tema de Nicaragua, solo me decía que se sentía estafado, que le habían vendido una revolución y que esto era otra cosa”, confía Ramírez Mercado.

Entre letras y política, los lazos de amistad entre ambos se mantuvieron hasta ahora. Encuentros en reuniones de escritores, visitas casuales durante viajes a México, en uno que otro homenaje. La última vez que se vieron fue en el cumpleaños 86 de García Márquez, en una celebración con amigos en su casa de México.

“Mi relación con él siempre fue fraterna, cada vez que nos encontrábamos retomábamos aquellas pláticas que habíamos dejado inconclusas. Literatura, cine y por supuesto, política. Se podía hablar de todo con él, siempre aprendías algo”, comenta Ramírez Mercado.

Sergio Ramírez Mercado cultivó una cercana y duradera amistad con el escritor colombiano desde 1977.

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El escritor peruano estuvo por primera vez en Nicaragua en enero de 1985, en ocasión de la primera toma de posesión de Daniel Ortega durante la Revolución sandinista, sobre la cual escribió un amplio reportaje crítico para The New York Times.

Volver al país le tomó 21 años y fue siempre en enero, esta vez para recibir la Orden Rubén Darío de parte del gobierno de Enrique Bolaños. Dio un paseo por Granada, se mostró accesible con quien se le acercó para una foto o un autógrafo, pero también aprovechó para advertir el peligro del regreso del sandinismo al poder.

“La izquierda de la que se debe cuidar América Latina es la que lidera el presidente cubano, Fidel Castro y ‘su alumno’ el mandatario de Venezuela, Hugo Chávez”, a quienes catalogó como “una vergüenza para sus países y para todo el continente”, dijo en una rueda de prensa ofrecida en su visita el 3 de enero de 2006. Veía como peligroso el renacimiento del populismo de Castro y Chávez.

Año y medio después, escribió un artículo titulado Para la historia de la infamia en el que calificó como en “un acto de verdadero desvarío colectivo, los electores eligieron el año pasado a Daniel Ortega para ocupar la primera magistratura de la nación, olvidando su catastrófica primera gestión (1985-1990) y legitimando el pacto mafioso con el expresidente “liberal” Arnoldo Alemán. Esta alianza mafiosa y antinatura de una supuesta izquierda y otra supuesta derecha —en verdad dos bandas gansteriles disfrazadas de partidos políticos— ha permitido la desnaturalización de la justicia; sentado las bases de una nueva dictadura, y abierto la puerta para que Daniel Ortega y Arnoldo Alemán se salgan con la suya y se libren de pagar por los delitos que se les imputan”.

Luego de haber comulgado con las ideas de izquierda, Mario Vargas Llosa fue cambiando de parecer y se ha declarado enemigo del más significativo ejemplo de comunismo: Fidel Castro.

Hay quienes consideran que esta es la razón de la ruptura y que aquel golpe pudo haber sido por alguna insignificancia. Las versiones de la razones del golpe han encendido chispas nuevamente entre los conocidos de ambos. Que si Llosa le era infiel a Patricia y Gabo le aconsejó que lo dejara. Que si se trató de una broma cuando ofreció ser su amante, o que si Patricia quiso cobrarle la infidelidad a Vargas Llosa haciéndole creer que había tenido un romance con su amigo. Que si había rivalidad o envidia profesional entre los escritores. De cualquier manera desde mucho antes de aquel golpe las diferencias entre ambos iban creciendo.

Mario Vargas Llosa, escritor peruano, durante su paseo por la ciudad de Granada y las isletas, el 2 de enero, 2006. GERMAN MIRANDA/LA PRENSA
Mario Vargas Llosa en su visita a Nicaragua en 2006, cuando fue invitado para recibir la Orden Rubén Darío.

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“El plan parecía una locura demasiado simple. Se trataba de tomarse el Palacio Nacional de Nicaragua a pleno día y con solo 25 hombres, mantener en rehenes a los miembros de la Cámara de Diputados y obtener como rescate la liberación de todos los presos políticos...”, reza el texto que García Márquez escribiera en 1978, acerca del asalto al Palacio Nacional, una crónica magistral titulada Crónica del asalto a la Casa de los Chanchos.

Luego de la llamada “Operación Chanchera”, Gabriel García Márquez llegó directamente al cuartel de Tinajitas, de las Fuerzas de Defensa de Panamá, donde estaban hospedados los dirigentes de la operación. Hugo Torres, Edén Pastora y Dora María Téllez tendrían una entrevista con él.

“Desde el comienzo de nuestra conversación nos sentimos atraídos y seducidos por la sencillez, inteligencia, campechanería y buen sentido del humor de este escritor que para esas fechas ya resumía una rica obra y quien, con la calidad de sus novelas, crónicas y cuentos llenos de fecunda imaginación y sabrosa prosa, ya se estaba forjando como uno de los grandes de la literatura latinoamericana”, comentó Hugo Torres en un escrito reciente.

Fue una entrevista de varias horas, más bien una plática en la que él jalaba hábilmente los hilos para que se desenrollara la historia que tanto quería escuchar. Torres se durmió en plena conversación por el cansancio de la faena, al despertar las bromas de Gabo sobre publicar sus fotos eran una muestra de la picardía que según quienes le conocieron caracterizaba al escritor.

Gabriel García Márquez visitó Nicaragua en 1980, para celebrar el primer año de la Revolución sandinista, esa sería la primera de varias visitas al país.

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No podía haber sido de otra forma. El padre del realismo mágico murió un Jueves Santo, como la mismísima Úrsula Iguarán, la matriarca de la estirpe Buendía, fundadores del mítico Macondo.

Gabriel García Márquez murió el jueves 17 de abril en su casa de México, país en que vivió desde 1961. Su refugio solariego, donde decidió descansar y alejarse de la fama que lo hostigaba. Desde su diagnóstico de linfoma en 1999, García Márquez redujo su participación en actividades públicas.

“Aunque él ya estaba muy mal, uno nunca espera que esto le pase a los amigos, pero como bien me decía cada vez que moría un amigo en común: ahora se están muriendo los que antes nunca se morían”, reconoce Sergio Ramírez Mercado.

Mario Vargas Llosa se enteró de la noticia en la ciudad andina de Ayacucho, donde vacacionaba junto a su familia. Estaba en el Hotel Plaza de esa ciudad cuando la prensa le dio la noticia. “Ha muerto un gran escritor cuyas obras dieron gran difusión y prestigio a la literatura de nuestra lengua”, alcanzó a decir Vargas Llosa, acongojado, al periodista del canal de televisión. “Sus novelas le sobrevivirán y seguirán ganando lectores por doquier. Envío mis condolencias a su familia”... y paró de hablar.

Quizá recordó aquel momento en la sala del teatro cuando el pequeño Gabo le gritara “¡Mario!” con los brazos extendidos, mientras él disparaba ese derechazo que le dejaría a Gabo el ojo morado.

La foto que pasó 30 años guardada

El 14 de febrero de 1976 tocaron el timbre de la casa de Rodrigo Moya. Era Gabriel García Márquez, llevaba un saco a cuadros, una camisa clara por dentro y un tremendo moretón en el ojo.

“El Gabo quería dejar constancia de aquella agresión, y yo era el fotógrafo amigo y de confianza para perpetuarla. Claro que me pregunté azorado qué había pasado, y claro que también Gabo fue evasivo y atribuyó la agresión a diferencias que ya eran insalvables en la medida que el autor de La guerra del fin del mundo se sumaba a ritmo acelerado con el pensamiento de derecha, mientras que el escritor que años después recibiría el Premio Nobel seguía fiel a las causas de izquierda”, comentaría Rodrigo Moya en la edición 149 de la revista Soho, de Colombia, en la que 30 años después de tomadas, decidió publicar las fotografías.

“Guarda las fotos y mándame unas copias, me dijo Gabo antes de irse. Las guardé 30 años y hoy que él cumple 80, y 40 la primera edición de Cien años de soledad, considero correcta la publicación de este comentario sobre el terrorífico encuentro entre dos grandes escritores”, agregó Moya.

“Es un pacto entre García Márquez y yo. Él lo respetó hasta su muerte y yo haré lo mismo (…) Vamos a dejar a nuestros biógrafos, si los merecemos, que investiguen la cuestión”.

Mario Vargas Llosa, en abril 2014, sobre su pelea y ruptura con Gabriel García Márquez.

Escritor Pruana Mario Vargas Llosa, enero 3 del2006. Managua, Nicaragua. Foto LA PRENSA/Tomas Stargardter

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