Ashton es el primer niño de Nicaragua que prueba una prótesis biomecánica creada a través de la impresión 3D
Por Amalia del Cid
El miércoles por la mañana, tres días antes de su séptimo cumpleaños, Ashton se paró frente a la clase de primer grado y alzó su mano derecha para presentarla a sus compañeros. Era una extraña mano azul celeste, hecha de bioplástico, termoplástico y cuerdas de nylon, parecida a las de los robots Transformers, que abría y cerraba los dedos lenta y misteriosamente, para asombro de los otros niños.
—¡Qué linda! ¡Qué preciosa! —exclamó la clase, antes de que Oscar Jarquín, padre de Ashton, se llevara la prótesis de vuelta a casa para ponerla a salvo en un armario, lejos de los brincos y agarrones del recreo.
Ashton y sus amigos la llaman “la manito”. Sin embargo, en términos un poco más técnicos, otros la consideran la primera prótesis biomecánica en Nicaragua creada a través de la tecnología de impresión 3D y un proyecto que podría replicarse para ayudar a otros niños.
Hoy el cielo de Jinotega está encapotado, el aire fresco, las calles despejadas. Ashton salió de la escuela y entró corriendo a la casa; se ha trepado de un salto al sofá de la sala y se apoya en el espaldar con el bracito derecho para tratar de tomar con su única mano el sobre de papel donde sus padres guardan la prótesis. Lo consigue y rueda sofá abajo.
El paquete tiene el sello del Royal Mail de Inglaterra, recuerdo de una aventura que unió a expertos de tres continentes: Asia, Europa y América. Y que apenas empieza.
—¿Qué me gusta de “la manito”? —dice el niño, observando cómo su papá le coloca la prótesis—. Me gusta el azul y el rojo.
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Al menos en apariencia el embarazo de Karla Vanessa Pérez fue de lo más normal, con cuatro ultrasonidos perfectos y nada de síntomas raros. Ella tenía 20 años, Oscar igual, y esperaban su primer hijo con la ilusión que estos acontecimientos despiertan. A las 4:00 de la mañana del viernes 26 de septiembre de 2008, en el hospital de Jinotega, nació Ashton Marcel, bautizado así tras la encuesta familiar que sus padres realizaron de casa en casa, recogiendo los votos de abuelas, tíos y primos en un cuaderno escolar.
Oscar y Karla se dieron cuenta de que algo andaba mal cuando el médico se acercó para preguntar:
—¿En el ultrasonido había alguna anomalía?
Que no, le dijeron. Y el doctor les explicó que el bebé había nacido con una deformación, que se trataba de la mano derecha. “Nos quedamos sin palabras”, recuerda Oscar. “No nos permitieron entrar a verlo. Lo pasaron a revisión para ver si tenía algún problema físico aparte de ese, pero estuvo solo 24 horas en Neonato”.
La mano del niño no se había terminado de formar, el brazo era algo corto y donde debía estar la muñeca solo se apreciaba una especie de muñón con deditos incipientes. Entonces comenzaron las especulaciones. Se dijo que tal vez Karla había bebido algo sin precaución. “Pero precaución es lo que más tuvimos”, replica Oscar. Se insinuó que a lo mejor la radiación tuvo algo que ver, que quizás los agroquímicos de la zona; pero la hipótesis que para Oscar tiene más sentido es la de la herencia genética. “Mi esposa tiene un familiar que es así”, cuenta. “Un pariente en segundo grado”.
Ashton creció diestro obligado a ser zurdo, vivaracho e hiperactivo, siempre presto a dar una respuesta ingeniosa para desarmar los argumentos de sus padres, pero tímido al hablar de su mano. Hace un tiempo sus papás lo llevaron a Estelí para aprovechar la visita de una brigada de médicos. Buscaban una esperanza y no la hallaron. Los doctores —afirma Oscar— dijeron que “no se podía hacer un implante porque el niño estaba pequeño y tenía que crecer”. Y sentenciaron: “No se puede hacer nada por él ni aquí ni en ninguna parte del mundo”.
La esperanza llegaría, sin embargo, de la forma menos pensada, a través de un programa de televisión y de un video publicado en YouTube.

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Dura apenas siete segundos: una máquina imprime las últimas capas de una torre de ajedrez color verde limón, y ya, eso es todo, no hay tiempo para contemplar el prodigio. Pero lo que llamó la atención de Oscar Jarquín no fue la máquina, tampoco la torre, sino el nombre del autor de la grabación: Enrique Aguilar. Y aún más la descripción del video: “Esta es la primera impresión 3D de un prototipo en mi país Nicaragua”.
Oscar localizó en Facebook el perfil de Enrique y, en resumen, le escribió: “Hola, tengo un niño de seis años, él nació sin una mano y tengo entendido que hay prótesis en impresión 3D, quiero saber si usted la podría hacer y cuál sería el costo”. Enrique se tomó un tiempo para averiguar qué podía hacer y finalmente respondió que no habría tal costo, que él se haría cargo de todo. Esto sucedió a inicios de febrero de 2015, al final de una cadena de coincidencias.
Para cuando Ashton nació, Enrique Aguilar, ingeniero en Computación, trabajaba en el área de Diseño de la Zona Franca donde conoció la tecnología de impresión 3D que lo dejó fascinado, cuando sus jefes coreanos mandaron a traer una máquina para crear el molde de una pieza. Esa fue la primera coincidencia. Las demás ocurrieron mucho más tarde, en un periodo de menos de un mes.
Una tarde del pasado enero, cuando Karla estaba de visita en casa de su mamá vio en un noticiero internacional una cápsula sobre niños de Argentina que recibieron prótesis impresas en 3D, y enseguida fue a contárselo a Oscar. Él empezó a averiguar en internet, dio en Facebook con un ingeniero argentino que sabía del tema y le expuso el caso de su hijo. El argentino dijo que era muy difícil trabajar en una prótesis estando tan lejos y le comentó que en Nicaragua ya había alguien usando ese tipo de tecnología. Oscar no le creyó mucho, pero volvió a buscar en la web y encontró el video de Enrique. Enrique, de 38 años, tiene una hija de la misma edad de Ashton, por lo que el caso lo conmovió particularmente y se ofreció a mover cielo y tierra para conseguir la mano.
El primer paso del ingeniero sería llegar a un arreglo con personas que poseían impresoras con la capacidad necesaria para crear la prótesis, pues la de él era muy sencilla y no servía para sus propósitos. No había opciones en Nicaragua y dirigió su atención hacia Costa Rica.
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Como muchos otros grandes inventos, la impresora 3D que promete revolucionar el mundo nació en un garaje. Apareció como un artefacto artesanal, construido por el estadounidense Charles W. Hull a inicios de los ochenta. Hull pensó que para la empresa en la que trabajaba iba a ser mucho más fácil y rentable crear objetos de plástico directamente, capa a capa, sin tener que hacer moldes.
El primer objeto creado por una impresora 3D fue una especie de copa de plástico negro, a las 11:30 de la noche del miércoles 9 de marzo de 1983. Hoy día la tecnología ha avanzado tanto que ya se ha empezado a imprimir automóviles, a ensamblar peligrosas armas caseras y a experimentar con material biológico: células madre y en consecuencia, también tejido y órganos.
Enrique Aguilar estaba “metido de lleno” en la impresión 3D, con interés a largo plazo en sus usos biológicos, cuando Oscar Jarquín lo contactó. Desde 2013 había andado en ferias, colegios y universidades haciendo demostraciones con su pequeña impresora para tratar de abrir la mente de los jóvenes, y el proyecto de la prótesis para Ashton le pareció totalmente realizable.
Primero estudió el modelo Cyborg Beast, que el chileno Jorge Zúñiga, especialista en fisiología biomecánica, diseñó en 2013, inspirado en los robots Transformers por recomendación de su hijo de seis años. Después se fue a Jinotega para tomar las medidas de Ashton. Inicialmente pensó pagar la impresión en Costa Rica; luego vio que el asunto no era tan sencillo, pues había que armar y hacer ajustes, así que buscó ayuda. Navegando en los mares de la web halló tierra en una red internacional de donantes, E-nable, que se especializa en prótesis creadas por impresión 3D. Envió las medidas de Ashton a un empresario inglés que donaría 50 prótesis y él las mandó a la India para que allá otro experto les diera el visto bueno.
Ashton recibió la prótesis, azul por fuera, roja por dentro, el martes 22 de septiembre y ese día lloró de emoción, cuenta Karla, su mamá. A la mañana siguiente la llevó a la escuela.
—¡Miren! —exclamó, mostrándola a sus compañeros.
“Las prótesis impresas en 3D son de bajo costo, el diseño es gratuito y se pueden encontrar organizaciones que las donan. Son personalizables y si se daña algo se puede reemplazar solo imprimiendo la parte dañada ”.
Enrique Aguilar,
ingeniero en Computación que gestionó la prótesis de Ashton Jarquín.
Ashton nació con una deformación, su mano derecha no terminó de desarrollarse.
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Toca canciones de Los Beatles en una guitarra plástica conectada al televisor y dice que su preferido es “el de anteojos, el que se murió” (John Lennon); aporrea los tambores y platillos de una batería; baila siguiendo los pasos que ejecutan tres niños en un juego de vídeo; se sube a una patineta y rueda por los cuartos de la casa; va a clase por la mañana; juega futbol por las tardes; solo para cuando se va a dormir. Ashton ha aprendido a valerse por sí mismo casi por instinto, cuentan sus papás. Pero a veces se siente distinto de los demás, sobre todo cuando en la calle y en la escuela lo quedan viendo raro o le preguntan cuándo le va a crecer la mano derecha.
—¿Por qué me quedan viendo? —les dice a sus papás.
—Porque sos un poquitito diferente —responden ellos—. Si alguien te pregunta, deciles que así naciste, no des explicaciones.
Aunque Ashton es bastante independiente, sus padres deben ayudarle en cosas como abotonar camisas y amarrar cordones. Y en la escuela también necesita asistencia para sacar punta a los lápices o abrir las cajas de los jugos, señala la profesora María Elena Montenegro. El objetivo de la prótesis es que el niño pueda potenciar el uso de su mano izquierda apoyándose con la derecha.
No es fácil. El mecanismo de “la manito” funciona con tensión, las cuerdas de nylon hacen las veces de tendones y Ashton debe “bracear” para abrir y cerrar los dedos. Todavía no lo controla y se frustra un poco cuando no puede agarrar objetos, cuando la superficie lisa de un vaso se le escurre hacia el piso o comprueba que la prótesis es muy rústica y no le permite tomar cosas delgadas, como las baquetas de la batería. Además, el plástico le irrita la piel, y todo el tiempo está quitándose “la manito”. Sus padres no lo presionan. Dejan que la vea como un juguete, y lo ponen a practicar a ratos, completando unas dos horas al día.
Pero hay algo en lo que ya se nota una mejoría: el uso de la bicicleta. Antes Ashton decía: “¡Mirá qué bonito, yo quiero manejarla así!”, pues a diferencia de los otros niños él debía inclinarse mucho hacia la derecha para apoyar su brazo en el manubrio y eso lo hacía perder el equilibrio. Ahora, pese a que la prótesis queda algo corta, puede mantener un balance. Lo demuestra dando vueltas por la sala de su casa.
Sus padres saben que esto es solo el comienzo. En Rivas un canadiense retirado con muchos contactos en universidades de Estados Unidos, Eric Friesen, está instalando un laboratorio de impresión 3D con el principal fin de crear prótesis a bajo costo para donarlas a quienes las necesiten, siempre como parte de E-nable. Ahí se trabajará “un brazo RIT para Ashton, que sustituiría a la prótesis actual, pues se adaptaría mejor a las necesidades del niño”, afirma Enrique. Además se espera que de Costa Rica venga otra, también donada, más fina, para que pueda tomar objetos delgados.
“Esto es algo que nos supera a todos, a Ashton, a sus padres, a mí”, sostiene el ingeniero. Él cree que este caso está dejando la puerta abierta para que otros niños nicaragüenses reciban prótesis, a través de fundaciones.
Por lo pronto, Ashton sigue entusiasmado con “la manito”. Está esperando que su papá le dé luz verde para poder llevarla de nuevo a la escuela, y es uno de sus principales temas de conversación.
Por las mañanas, cuando entra al aula la profesora María Elena lo saluda:
—Hola, Ashton, ¿cómo estás?
Y olvidándose de sí mismo, él le habla de “la manito”.
—Estoy practicando, profe, ahora que tengo “la manito”, ¡juego nintendo con “la manito”! Pero hasta que la maneje bien la voy a traer.