Un hindú de cabello afro y túnicas anaranjadas, que hablaba sobre el amor y se consideraba a sí mismo la encarnación de Dios, ha sido guía espiritual de Rosario Murillo
Por Redacción Magazine
Vestido de amarillo Sathya Sai Baba tiene el aire de una gallina que descansa en el nido. Sentado en su silla-trono está listo para poner un huevo. Literalmente. Lo pondrá por la boca ante la multitud expectante del templo. Se soba el pecho con una mano como preparando el terreno para el alumbramiento y ¡voilà! aparece el huevo. No es un huevo cualquiera. Se trata de un Lingam de oro, que entre muchas otras cosas representa “la semilla cósmica de la creación”. Sathya Sai Baba tampoco es una persona corriente. Sus devotos dicen que es “Dios encarnado”, autor de grandes milagros como materializar cadenitas y relojes de la nada, convertir el agua en gasolina y hasta resucitar a los muertos.
Es el año 2004 y su fama mundial de hombre-dios atraviesa una turbulencia que nada tiene de divina. Se acusa al gurú indio de abusos sexuales cometidos contra jovencitos, de corrupción y de ser un ilusionista barato que se aprovecha de la ignorancia, la superstición y la credulidad de sus seguidores. En esta crisis que le hace parecer cada vez menos dios y más humano, ha perdido muchos devotos. No obstante, miles se mantienen firmes, entre ellos un fiel venezolano llamado Nicolás Maduro y una discípula nicaragüense: Rosario Murillo.
Sathya Sai Baba se consideraba un “avatar de Dios” y, en resumen, predicaba que todas las religiones eran una sola: la del amor. Podía decir la palabra “amor” más de 115 veces en un discurso de apenas cuatro páginas. Después de todo, la suya era “la revolución del amor”. Medía poco más de metro y medio de altura y tenía una pelambrera estilo afro más propia de un ídolo del rock que de un gurú espiritual. Salvo raras excepciones siempre usaba túnicas anaranjadas, y en sus paseos por el templo sus fieles intentaban agarrarlas por el borde, cuando no alcanzaban a besar los pies descalzos del “santo”.
No existen términos medios cuando se habla de Sai Baba. La mayor parte de los incontables textos que se le han dedicado va del embeleso al odio visceral, de la imagen divinizada a la figura del peor estafador de la historia moderna.

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La historia de Sathya Sai Baba comenzó en una casita de barro situada en una aldea de mil habitantes llamada Puttaparthi, en el olvidado sur de la India. Vino al mundo como el tercero de los cuatro hijos de los campesinos Easuaramma y Peddavenkama Rayu, bajo el nombre de Sathya Narayana Raju Ratnakara, y hasta los 14 años fue un niño como todos. Bueno, ni tanto. En el documental ¿Quién es Sai Baba?, hecho por devotos, se resalta que desde muy pequeño mostró “compasión, sabiduría y generosidad fuera de lo normal”, además de “conocimiento académico sobre cosas que no podía haber estudiado”. Como si esto fuera poco, también “componía música exquisita en estilo hindú clásico”, con letras que contenían “el conocimiento y la sensatez de un sabio”.
Otros documentales y textos saibabistas cuentan que el niño podía ver el futuro y el pasado, que hacía aparecer comida y que una vez, solo con el pensamiento, dejó pegado a un profesor a su silla. Con “proezas” como estas mostraba “sus poderes divinos”. Más tarde sus biógrafos se encargarían de registrarlas y agregarían las misteriosas señales del cielo que rodearon su nacimiento.
En las noches previas a su llegada, en la casa de sus padres “se escuchaban instrumentos musicales, como si alguien los estuviera tocando”, relata el reportaje “Dios vive en la India”. Y en un alarde de sincronía el niño nació justamente cuando el Sol se levantaba sobre el horizonte. Sus fieles dicen que fue el 23 de noviembre de 1926, pero el periodista español Manuel Carballal asegura que ocurrió tres años más tarde, en 1929, de acuerdo con documentos que se conservan en la escuela Buka Patman, de Puttaparthi.
Sus discípulos —o quizás él mismo— alteraron la fecha de nacimiento para hacerla coincidir con una profecía. Resulta que otro gurú indio de nombre Shirdi Sai Baba, flaco y bigotón, considerado santo por sus seguidores hindúes y musulmanes, murió el 15 de octubre de 1918 y se sabía que debía reencarnar ocho años después: en 1926.
“Para sus biógrafos ha sido imposible separar la realidad de la leyenda en cuanto a sus primeros años de vida”, dice Carballal en su reportaje Sai Baba: la historia del hombre-dios. Tanto es así que aún se afirma que en el momento de su nacimiento hallaron una cobra en su cuna, lo cual, naturalmente, solo podía significar que el niño era la encarnación de Vishnú, una de las mayores deidades hindúes.
Aunque siempre tuvo conciencia de sus fantásticos poderes, al parecer tuvo que picarle un escorpión para que se enterara de su verdadero origen. Cuentan los libros que cuando se recuperó del veneno ya había descubierto que era la reencarnación de Shirdi Sai Baba y reveló que a partir de entonces debía ser llamado Sathya Sai Baba. “Sai” por santo. “Baba” por padre. El “santo padre”.
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Un día, a comienzos de este milenio, Rosario Murillo encontró un elefante en su casa. Era el “objeto vinculante”, el llamado del “maestro Sai Baba” para seguir la filosofía de la paz interior, afirma una fuente cercana a ella que prefiere omitir su nombre. Por entonces Murillo era conocida en Nicaragua como una especie de pitonisa tras la figura del eterno candidato del Frente Sandinista, su esposo Daniel Ortega. Y Sai Baba... Sai Baba seguía siendo Sai Baba, realizando todo tipo de milagros y acumulando denuncias por abuso sexual.
A través de correos electrónicos, Murillo se puso en contacto con discípulos del círculo cercano al “santo”, en la India, y para 2004 ya andaba llena de libros e ideas sobre Sai Baba, cuenta la fuente. Ese mismo año se distribuyó un folleto de 22 páginas que contenía el “Primer manifiesto sobre el poder del amor”, escrito por la ahora primera dama de Nicaragua y disponible en la web.
Comienza así: “Que lo maravilloso, lo hermoso, lo alegre y fantástico siga iluminando sus días. Le estoy anexando el primer manifiesto sobre el poder del amor, que lanzo hoy, 21 de enero, día de la primera luna nueva del 2004, con las propuestas y acciones que también les acompaño. Como ser sensible y amoroso, sé que te interesará y podrás dar aportes que iluminen más el contenido y propuestas de esta proclama, que siento como un llamado a redimensionar lo revolucionario y trascendente, en todos los aspectos de nuestras vidas”.
Luego están las sugerencias de “acciones inmediatas”, como crear “Comités del Amor” y convocar a un “Congreso Nacional sobre el Poder del Amor”, más una serie de poemas sobre la tierra, la verdad, la humanidad y el amor como agente que libera de religiones y conceptos. En el texto, escrito con letra grande y espacios anchos, el “amor” aparece unas cincuenta veces, y para la socióloga Sofía Montenegro, la obra entera es una “prístina joya de inspiración saibabiana”. Ella recibió el folleto en las afueras de un supermercado de Managua.
A juicio de Montenegro este “primer manifiesto” es “exactamente el pensamiento de Sai Baba elaborado con palabras de Murillo, con sus vivencias, sus miedos, sus temores y sus arrepentimientos, aunque nada de esa doctrina amorosista se refleje en Nicaragua porque a todo el mundo tratan al trompón y a la patada”.
Es posible que los colores oficiales del Gobierno nicaragüense, pintados a la medida de Murillo, también tengan algo que ver con el gurú. Los edificios que el Fideicomiso Sathya Sai construyó en Puttaparthi son azules, amarillos y de color rosa, a fin de “comunicar armonía de espíritu, intelecto y corazón”. “Azul por espíritu, amarillo por intelecto y rosa por corazón, es decir, amor”, explican las páginas saibabistas.
Esos colores, empleados en las camisetas de la Juventud Sandinista y hasta en la papelería del Estado, también están relacionados con el aura. El blanco significa energía, mientras que el rosado y el azul indican que una “persona está extendiendo amor y compasión sobre otros”. Entre los devotos de Sai Baba se sabe que un gran estudioso de las auras de los gurúes de la India, se quedó sin aliento al contemplar al “maestro”, pues de él fluían largas y gruesas bandas de color blanco, rosado y azul. También había bandas doradas y plateadas, “que nunca se han visto en ningún otro ser humano”.
Se conoce que de 2003 a 2006 es cuando Murillo más estuvo vinculada a las prácticas y filosofías de Sai Baba. Pero el primer encuentro espiritual entre maestro y discípula pudo darse mucho antes, en la década de los sesenta, considera Montenegro. En aquella época los hippies predicaban “el amor y no la guerra”, el mundo se planteaba que todas las religiones eran una sola, y el santón hindú, reflejo de los pensamientos de la nueva era, cobraba fama internacional.
Había una “búsqueda espiritual en Oriente protagonizada por ídolos de masas como The Beatles”, apunta Manuel Carballal. “Miles de ojos occidentales hambrientos de espiritualidad miraron hacia India, en busca de respuestas. Y allí encontraron a Sai Baba”. Su ashram o centro espiritual, Prasanthi Nilayam, “Morada de la Paz Suprema”, en el estado de Andhra Pradesh, se convirtió en una meca espiritual. “Primero cientos, después miles y finalmente cientos de miles de peregrinos, tanto nacionales como de todos los rincones del mundo, comenzaron a desfilar por Prasanthi Nilayam, con la esperanza de poder ver al dios encarnado en aquel pequeño hombrecillo”.

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Hugo Chávez no es la primera figura adorada por Nicolás Maduro. Antes de él ya estaba Sai Baba. En los primeros años de la década pasada, el ahora presidente de Venezuela y su esposa Cilia Flores fueron parte de esa bandada de devotos que migró hacia la India para ver de cerca al dios hecho hombre. En 2005, cuando Maduro era jefe de la Asamblea Nacional, la pareja cruzó el mundo y se hospedó durante dos días en la residencia VIP del centro espiritual.
De ese encuentro quedó una foto que alborotó las nacientes redes sociales porque los muestra sentados a los pies de un envejecido Sai Baba. Esa es la visita más conocida, pero no la única. Antes de eso ya habían estado ahí en varias ocasiones y es probable que hayan llegado al menos una vez más. “El hombre fuerte del chavismo estaba convencido de los beneficios que podía reportarle la compañía del famoso santón”, señala la periodista Isabel Munera, en su reportaje El santón de Nicolás Maduro, publicado en 2013.
En marzo de ese año Maduro recibió públicamente la bendición del movimiento de Sai Baba, cuando era candidato a la Presidencia de Venezuela en las elecciones celebradas tras la muerte de Chávez. “Es seguro que su fe influye en su manera de hacer política, que se basa en principios como la universalidad del amor, la verdad y la paz”, dijo A. Anantharaman, vocero del Centro Sai Baba de Puttaparthi, a la agencia de noticias EFE. Y aseguró que los saibabistas apoyaban a Maduro en esa etapa de su carrera.
En los despachos de Maduro, dice Munera, nunca ha faltado una foto del melenudo Sai Baba, con su túnica anaranjada y su lunar negro. Según ella, adonde su carrera política ha llevado a Maduro, su devoción por el gurú lo ha seguido. Ha sido así desde sus años como conductor del metro de Caracas hasta estos tiempos en que, como heredero de Chávez, mantiene una alianza política, económica y anti Estados Unidos con Daniel Ortega.
En cuestiones religiosas, sin embargo, Maduro parece estar más cerca de Rosario Murillo. Para empezar, los dos han sido discípulos del mismo gurú, y ambos se inclinan hacia la mezcolanza de creencias. En el caso de Maduro, así como pudo ver en Sai Baba la encarnación de Dios, puede encontrar el espíritu de Chávez en un pajarito y también asegurar que desde el cielo el difunto presidente tiene incidencia en el Vaticano.
Para Sofía Montenegro, el que Murillo, Maduro y Flores coincidan en su gusto por Sai Baba, “corresponde a un cierto patrón de gente que no ha tenido una formación política estructurada, más seria, con información filosófica más profunda”. Esto los conduce a “creencias sin mayor asidero, en las que la ciencia salta por la ventana”, afirma.
En lo que respecta a Murillo, subraya la socióloga, el pensamiento saibabiano es solo una parte del sincretismo religioso, político e ideológico que la caracteriza. Al desmoronarse el mundo socialista, analiza, Murillo y Daniel Ortega “quedaron sin piso y al menos ella trató de recomponer su discurso”, mezclando socialismo y cristianismo con ideas orientales.
En esa reconstrucción, Murillo encontró en Sai Baba un pensamiento de “acuerdo con su personalidad y sus necesidades políticas”, señala Montenegro. Ella ve en la primera dama rasgos mesiánicos como los del gurú indio: “Se mira a sí misma como el avatar de Dios en este país, la mano de Dios que está resolviendo todo, desde los sismos. El gran Manto Protector de la Virgen María, lo tiene ella”.
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Nada más universal que el pensamiento de Sai Baba. Su mensaje de amor y servicio es “digno de todo respeto y devoción, aunque poco original”, sostiene el periodista Manuel Carballal. En esencia, dice, “su mensaje de solidaridad, respeto y compasión es el mismo que predicaron Buda, Jesús o Mahoma” y es el mismo que “repiten todos los días los contactados, aparicionistas y médiums del mundo”. “Ama a tu prójimo, cuida a tu planeta, respeta la naturaleza... Un mensaje que, en realidad, también comparten todas las organizaciones humanitarias, las Naciones Unidas, y cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y sentido común”.
Puede que esa elasticidad de su mensaje sea el secreto de su éxito. Se ha estimado un número de entre 30 y 50 millones de seguidores saibabistas en 165 países, y se calcula que la fundación gestiona 6.3 millones de euros procedentes de donaciones. Pero es que el pensamiento de Sai Baba - aparte de ser tan sencillo como un libro de autoayuda - “venía reforzado por todo tipo de ‘milagros’”, apunta Carballal.
El más común era el de la materialización. Sai Baba trazaba en el aire cinco o seis círculos con la mano derecha y al instante aparecía, por ejemplo, un anillo con su imagen en relieve, una cadena con medallita, un reloj lujoso o una pulsera. Muchos guardaban un sospechoso parecido con los objetos vendidos en las afueras del ashram, pero sus discípulos aclaran que no había relación alguna, que las joyas creadas por el “maestro” eran únicas, cada una con “características específicas y personales”, que llevaban “perlas, diamantes o zafiros puros” y le quedaban “a la perfección a cada individuo”.
Hay vídeos en internet donde se aprecia que a veces los anillos no calzaban en el dedo anular y, ni modo, Sai Baba los ponía en otro. O la cabeza del devoto era muy ancha y las orejas muy grandes y el gurú debía esforzarse un poco más al colocar la recién materializada cadenita. No obstante, en cuanto lo lograba la muchedumbre estallaba en aplausos.
Otro milagro popular era el de la materialización de vibhuti, ceniza sagrada de los hindúes. Realizaba un movimiento lateral con la mano, parecido al que se hace cuando se acaricia la cabeza de un perro, y ahí estaba el polvillo que usaba para bendecir a sus discípulos.
Los racionalistas de la India, grandes detractores de Sai Baba, viajaban por remotas comunidades hindúes llenas de devotos, y realizaban sencillos trucos de magia para explicar los métodos usados por el hombre-dios en sus espectaculares milagros. Ante la mirada atenta del público de cada aldea, reventaban la pastillita que escondían entre los dedos índice y pulgar y también “creaban” vibhuti. O se llevaban un trapo a la boca y fingían que alumbraban el Lingam de oro.
En el repertorio de Sai Baba hay otros “prodigios”, menos conocidos pero igual de cuestionados, como tres casos de resurrección de los que nadie tiene pruebas. Realizaba esos “milagros” para mostrar su “gloria” al planeta, a pesar de que repitió hasta el hartazgo que él no había venido al mundo para crear una religión. Pero lo hizo.
“De alguna manera creó una religión. Él tenía sus seguidores, sus adoradores, sus creencias. ¿Y qué es una religión? Es una jerarquía, unas creencias, unos mediadores. Él era el mediador”, explica María López Vigil, teóloga nicaragüense de origen cubano. “Si hay un lugar sagrado donde la gente se reúne, si hay una persona sagrada, que en este caso era él, si había ritos y algún tipo de ceremonia, ¡eso es una religión!”.
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Millones, pues, fueron seducidos por el hombre-dios. Desde Nicolás Maduro y Rosario Murillo hasta George Harrison, guitarrista de The Beatles y uno de los más célebres seguidores de Sai Baba. Más allá de su filosofía humanista, el santón dejó huellas tangibles en la India. Parte del dinero donado por sus seguidores fue usada para construir escuelas y hospitales, y llevar agua potable a aldeas donde las mujeres debían caminar kilómetros para llenar un balde. Gracias a eso, muchos le perdonan los trucos de magia y hasta pasan por alto las denuncias por abuso sexual.
No obstante, hay otra falta, y aunque mucho menos grave es el primer argumento de sus detractores en internet: Sai Baba se equivocó al predecir la fecha de su propia muerte.
Más de 15 mil personas asistieron al funeral y 18 sacerdotes vestidos de azafrán ungieron el cuerpo menudo del gurú con aceite, flores, agua de nueve ríos sagrados y orina de vaca. El hombre-dios fue sepultado en su ashram el miércoles 27 de abril de 2011, y poco después, según el diario El Universal, el Parlamento de Venezuela emitió una declaración de duelo nacional.
En páginas web saibabianas hay copias de un documento en que la Asamblea venezolana rinde homenaje al desaparecido líder espiritual, a quien compara con Mahatma Gandhi y la Madre Teresa de Calcuta. En el acuerdo, con fecha de mayo de 2011, los diputados también se “unen espiritualmente” al pueblo de la India.
Sai Baba murió el domingo 24 de abril en un hospital de Puttaparthi, víctima de un paro cardíaco, a los 84 años de edad, si se cuenta desde 1926. Pero había prometido durar hasta 2022. En un discurso del 5 de octubre de 2003 anunció que moriría cuando contara 96 años de edad, y sus seguidores, que aún son muchos, han recurrido a los meses lunares para tratar de explicar dónde están los doce años que separan la profecía de la realidad.
Aunque todo parece indicar que el “maestro” falló en esta predicción tan elemental, aún se le da el beneficio de la duda. Anunció también que ocho años después de su muerte volvería a encarnar, esta vez bajo el título de Prema Sai Baba, y ya hay agitación en algunas aldeas indias donde podría nacer el niño heredero. Es seguro que esta profecía sí se cumplirá.
El maestro y el dictador
Sai Baba salió de la India solo una vez, en 1968, cuando todavía era joven, y visitó tres países africanos: Kenya, Tanzania y Uganda. En un discurso de 2006, el gurú dijo que de ese viaje recordaba con cariño a un joven, Idi Amin Dada, uno de sus mayores devotos. Aquel año, 1968, Idi Amin fue nombrado jefe de las Fuerzas Armadas ugandesas, faltaban tres para que tomara el poder en un golpe de Estado y se convirtiera en uno de los dictadores más sanguinarios de la historia. Asesinó a 300 mil personas.
Los crímenes del hombre-dios
Las acusaciones comenzaron en 1982 y estallaron en escándalo en la década de los noventa. Los testimonios eran muy similares. Muchachos y hombres adultos que desde jóvenes habían sido devotos, aseguraban que durante sus entrevistas con Sai Baba, este les había frotado los genitales con aceite a fin de despertarles la energía kundalini o “el poder de la serpiente”. También había historias de violaciones y de jovencitos obligados a practicar sexo oral.
El gurú no respondió por estas acusaciones, como no lo hizo cuando Lokayya Pujari, estudiante de una universidad saibabiana, se “suicidó” quemándose vivo, en 1987, y alguien comentó que el joven “había sido testigo de indecorosos comportamientos homosexuales de Sai Baba”. Tampoco fue investigado cuando en su propia residencia fueron acribillados a tiros cuatro muchachos exdevotos que se colaron armados con cuchillos, en junio de 1993.
“El Gobierno central detuvo la investigación porque si esta hubiera tenido lugar habrían salido a luz delitos económicos, delitos sexuales”, dijo el racionalista Basava Premanand a la BBC, en 2004. “Si no los hubieran matado habrían declarado”, agregó Velayudhan Nair, quien fue ministro del Interior. Y entre otras cosas, “habrían dicho por qué habían ido a ver a Baba”.