Las mujeres enloquecían con José Dibb McConnell.
Él era el héroe intrépido, el amante apasionado o el galán conquistador. Era la voz viril de Nicaragua. Era la cara de la época de oro de la radiodifusión. Era homosexual
Por Ulises Huete
La programación habitual de Radio Mundial se interrumpe de manera abrupta. Una voz sorprendida da la siguiente noticia: José Dibb McConnell, el mejor primer actor de radionovelas de Nicaragua, ha muerto. Un sordo crujir de cristal roto sienten dentro del pecho las radioescuchas. En las casas, calles, abarroterías, almacenes, zapaterías, mercados, barberías, parques, sastrerías, tiendas, como una cargacerrada, se repite el terrible hecho. Un lamento simultáneo, como el súbito vuelo de una bandada de palomas asustadas, se levanta entre todas las fanáticas de las radionovelas: ¡Albertico Limonta se murió! ¡Kadir el árabe se nos fue!
La varonil voz de McConnell encendía la imaginación de miles de devotas de las radionovelas, era una tea en la oscurana de las vidas monótonas y estrechas de las amas de casa de la Nicaragua de los años cincuenta y mediados de los sesenta. Cuando McConnell actuaba detrás del micrófono, su broncínea dicción encarnaba a galanes enamorados, como Albertico Limonta, protagonista de El derecho de nacer, o intrépidos aventureros, como Kadir el árabe, entre otros personajes. Pero de un trancazo todos esos héroes se esfumaron de las ondas hertzianas la mañana del sábado 18 de septiembre de 1965.
El Dr. Danilo Aguirre, veterano periodista y exdirector de El Nuevo Diario, tenía en esa época 25 años y trabajaba como reportero en los programas Radio Informaciones y La Verdad, que se transmitían en Radio Mundial. Al recordar ese día, cuenta que llevaron el féretro de McConnell al escenario de la radio para velarlo. El lugar se llenó totalmente con los admiradores que desfilaron día y noche junto al ataúd para ver por última vez al galán de galanes de la imaginación femenina del momento. “La programación de la radio repetía, con parlantes afuera, los diálogos de las novelas que había protagonizado y el programa de zarzuelas que había conducido”, relata el Dr. Aguirre.
Francisco Martínez, tío del actor, en una nota publicada en LA PRENSA declara que entró en la habitación de McConnell a las ocho de la mañana, con el propósito de despertarlo para avisarle que lo estaban llamando con insistencia de la radio y lo encontró muerto, acostado en la cama, vestido para salir a la calle pero sin zapatos. En la misma nota se lee: “Las causas de su muerte no han sido perfectamente establecidas, pero el médico forense dijo que pudo haberse debido a un paro cardiaco o a una intoxicación medicosa”. Sin embargo, ¿qué le provocó ese paro o esa intoxicación? ¿Esa fue en verdad la causa de su muerte?
Ese mismo día en la tarde, el cortejo fúnebre salió de Radio Mundial hacia el Cementerio General bajo un cielo nublado, a tono con la tristeza popular. En aquel entonces, la radio quedaba en la Quinta Avenida, que era parte del barrio San Sebastián. El Dr. Aguirre recuerda que el pueblo se desbordó de manera espontánea para acompañar a su ídolo. Llegó más gente que a los entierros de Somoza García en 1956, Emiliano Chamorro y René Schick, ambos en 1966. Fue un sepelio apoteósico, sin comparación, afirma Aguirre.
El féretro iba en el centro del cortejo. Delante, el elenco femenino del cuadro dramático de la radio. A ambos lados, escoltándolo, los compañeros de trabajo de la radio: actores, periodistas, técnicos, personal administrativo, entre otros. Atrás, la multitud de seguidores de McConnell, personas realmente compungidas por el repentino apagón de esa voz cercana que se metía todas las noches en sus hogares para darles forma a sus anhelos de amor y aventuras. El entierro avanzó por la Avenida Roosevelt y siguió en la Calle 15 de Septiembre rumbo al cementerio. En ese momento se desencadenó un aguacero.
Los habitantes de las casas aledañas empezaron a repartir guaro entre los participantes de la procesión doliente. De mano en mano circulaban las botellas y los vasos. Al cabo de un rato y muchos tragos, la gente empezó a exaltarse. La multitud se abalanzó sobre el féretro queriéndolo bajar del carro fúnebre. Un compañero de trabajo de McConnell, también ebrio, se abrió paso entre la muchedumbre y se montó a horcajadas sobre el ataúd, queriendo impedir semejante desmadre. Pero la gente bajó el ataúd, lo agitó con fuerza y lanzó al jinete por los aires. El orden del cortejo se disolvió, ahora el ataúd iba entre los hombros de la multitud.
La lluvia amaina. Unas dos cuadras antes de entrar al cementerio, una de las actrices se desmaya. Gente a su alrededor la asiste hasta que se restablece. Más adelante, otra actriz, también desfallecida, atendida y de nuevo en pie. Luego, otra caída histriónica, de nuevo el auxilio y arriba. La multitud prosigue entre vivas al muerto. El Dr. Aguirre recuerda: “El féretro de McConnell entró por la puerta del Cementerio General sobre las olas de la muchedumbre”. El gentío depositó el ataúd en la fosa, mientras declamaba, cantaba y lloraba sin consuelo la partida de la mayor celebridad de las radionovelas en Nicaragua. “Ese fue el entierro, en los años que me ha tocado ver funerales en Nicaragua, más grande y lleno de ribetes absolutamente surrealistas”, concluye el Dr. Aguirre.

“Era un actor extraordinario, difícilmente encontrado en la radio de América Latina, no existe una voz ni un temperamento como el de McConnell, y yo conozco desde Buenos Aires hasta México y España”.
Fabio Gadea, empresario radial.
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José Dibb McConnell nació en Jinotega el 24 de diciembre de 1927. Sus padres fueron Chucrei Dibb y Eva McConnell, descendientes de ingleses. Debutó a los 17 años en la radio La Voz de la Victoria imitando a Jorge Negrete. Luego lo contrataron en la radio La Voz de la América Central, allí participó en la obra El Gran Teatro Forhans, que le empezó a dar cierto reconocimiento público. Posteriormente, Radio Mundial lo llamó a él y a otros talentos de La Voz de la América Central para hacer un cuadro dramático para las radionovelas que tanto éxito alcanzarían entre los radioescuchas.
Fabio Gadea, reconocido locutor y empresario radial, cuenta que conoció a McConnell en 1948 cuando llegó a trabajar a La Voz de la América Central. “Era un actor extraordinario, difícilmente encontrado en la radio de América Latina, no existe una voz ni un temperamento como el de McConnell, y yo conozco desde Buenos Aires hasta México y España”, dice enfático Gadea. En esa época también laboraban allí Rodolfo Arana, Orlando Meza, Sofía Montiel, Martha Cansino, Zela Lacayo, Mamerto Martínez y el maestro Julio César Sandoval, entre otros talentos.
En los años 50 Managua era una pequeña ciudad que comenzaba en el Cementerio General y terminaba en La Aviación, cuya pista de aterrizaje quedaba donde ahora se ubica Ciudad Jardín. Las radionovelas se sintonizaban a las seis de la tarde. Si alguien caminaba a esa hora por las calles, escuchaba en la mayoría de las casas el volumen alto de las radios con las interpretaciones y los sonidos ambientes de las historias. Las familias se reunían frente a la radio como lo hacen ahora ante el televisor. “Las amas de casa y las muchachas eran las que más escuchaban las radionovelas”, afirma Gadea.
Una de las radionovelas de mayor éxito en Nicaragua fue El derecho de nacer, escrita por el cubano Félix B. Caignet. La historia trata de una mujer que se embaraza y el padre de ella se opone al nacimiento del niño. Cuando este nace, la mujer lo da en adopción a una mujer humilde que lo educa hasta que se convierte en un exitoso médico. “Cuando pasamos El derecho de nacer, mandaban cartas y vestiditos para el niño que iba a nacer, hasta un Moisés le mandaron, así era la gente”, cuenta Gadea entre risas. Ese niño se llamaba Albertico Limonta y la interpretación de este personaje adulto la hizo McConnell.
Según Gadea, las actuaciones de radio son mágicas porque permiten que las personas se imaginen a los personajes, las situaciones y los ambientes, en cambio, en la televisión todo se da hecho. En aquellos años la televisión todavía no le había quitado el protagonismo a la radio y esta era el centro del entretenimiento mediático popular. El cuadro dramático de Radio Mundial se volvió famoso, la gente sentía que los conocía personalmente, aunque solo habían escuchado sus voces. “Nosotros éramos popularísimos, una vez llegamos a Radio Sport de Granada y parecíamos artistas de cine como nos recibieron, pena me daba cuando me pedían autógrafos, esa era la época de la radionovela”, recuerda emocionado Gadea.
McConnell era la estrella de la farándula radiofónica que brillaba más alto. Durante la primera transmisión de El derecho de nacer ocurrió un incidente. A mitad del desarrollo de la historia McConnell renunció. Manuel Arana Valle, gerente de Radio Mundial, trató de persuadirlo para que no se fuera, pero no logró convencerlo. Entonces pusieron a José Castillo Osejo a interpretar a Albertico Limonta. Cuando la gente escuchó que la voz no era de McConnell, se armó un revuelo. Empezaron a llamar a la radio para reclamar, la gente estaba inconforme, no era lo mismo, querían a McConnell. Sin embargo, entre protestas del público, Castillo Osejo terminó la interpretación de esa transmisión. McConnell renunció porque Arana Valle no le dio un aumento salarial que había solicitado.
Al tiempo, Arana Valle le hizo una oferta a McConnell y este volvió a Radio Mundial. En esa época comenzó su programa de zarzuelas, lo nombraron director del cuadro dramático y le permitieron escoger al elenco que haría la segunda transmisión de El derecho de nacer. Estaba en la plenitud de su carrera, su fama era nacional, nadie le disputaba el título de primer actor de radio, pero McConnell tenía otros planes más ambiciosos para desarrollar toda su capacidad artística.
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Joaquín Absalón Pastora, veterano periodista, actor de radio y columnista musical, en su libro Medio siglo de radio cuenta que su hermana Soledad siendo una adolescente aspiraba a ser declamadora y se inscribió en un programa radial dominical. Un día se encontró con McConnell en la radio y quedó prendada de su personalidad y talento. Al regresar a casa ella le contó a su papá que había conocido al hombre de su vida, pero el señor le aclaró que desistiera de cualquier esperanza porque McConnell era homosexual. Soledad quedó atónita y no regresó a la radio.
“Él se enorgullecía de ser homosexual, en esa época era un delito, era mal visto, pero McConnell decía que nunca había dejado el clóset porque estaba en el salón de los homosexuales”, refiere Pastora en una conversación. El actor era admirador de Oscar Wilde, Federico García Lorca, Piotr Ilyich Tchaikovski y otros célebres artistas homosexuales. Su preferencia sexual contrastaba con los papeles que representaba, con su voz y su porte. “Era un hombre de una masculinidad impresionante, con una voz varonil que no se ha registrado en los anales de la radiodifusión”, recuerda Pastora.
Fabio Gadea lo retrata como un tipo simpático, que contaba chistes, bastante culto, lector de revistas, gran conversador y muy agradable. Recuerda que tenía cierto afán de burlarse de la homosexualidad. Por ejemplo, cuando estaban todos reunidos en la Radio Mundial, de repente McConnell entraba marchando, parodiando una zarzuela española, La Gran Vía, y cantaba: ¡Caballero de Gracia me llaman/, Maricón, y efectivamente soy así…! “Esas jodederas de maricones las hacía él mismo delante de nosotros”, explica Gadea.
Pastora menciona que McConnell tenía una cualidad, era muy respetuoso con sus compañeros de la radio. Él era el director del cuadro dramático y no podía estar jugando. Como director —agrega Pastora—, era muy riguroso, muy exigente en la actuación. Una de sus exigencias era que había que ensayar antes de cada capítulo. Pero el otro McConnell, una vez que se iba a la calle, era insoportable, tenía una doble personalidad.

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En 1956 se filmó en Nicaragua la película mexicana Rapto al sol, dirigida por Fernando Méndez y protagonizada por Evangelina Elizondo y Dagoberto Rodríguez. McConnell hizo un papel de reparto en esta película. A partir de esta experiencia se propuso trabajar para dar el salto de la actuación radiofónica a la cinematográfica. Hizo varios viajes a México donde contactó al famoso actor Arturo de Córdoba y a otras personas conectadas con el medio cinematográfico. Martha McConnell, hermana de José Dibb, recuerda que a su hermano le ofrecieron en México varios trabajos para hacer locuciones, pero que él rechazó porque su sueño era conseguir un papel protagónico en una película mexicana.
México era su meca artística. En uno de sus viajes consiguió hacer un casting para participar en el proyecto de una película. Pasó varias pruebas pero le dijeron que tenía que bajar de peso para tener el aspecto adecuado para aspirar a un papel protagónico, de galán, como eran los que solía hacer en Nicaragua. A su regreso se impuso una dieta estricta que le hizo bajar de peso de forma rápida. Al cabo de un mes sus compañeros de trabajo notaron la brusca reducción de peso, pero él les dijo que era parte de la preparación que estaba haciendo para poder conseguir el papel.
Antes de irse a México, McConnell estaba terminando su participación en una radionovela y estaba haciendo una adaptación de El derecho de nacer para el teatro. Martha McConnell cuenta que la noche antes de su muerte él le comentó que sentía algunos malestares, entonces ella le dijo que descansara porque había estado trabajando mucho las últimas semanas. Su tío Francisco todavía escuchó a altas horas de la noche el tecleo de la máquina de escribir. Al día siguiente lo encontraron muerto. Los forenses consultados por La Prensa en 1965 dijeron que la causa de su muerte pudo ser un paro cardiaco o una intoxicación medicosa. En cambio, Martha McConnell aclara que fue una embolia cerebral. Una nota de La Prensa del 20 de septiembre, un día después de su multitudinario funeral, dice: Mujeres del pueblo lloran a McConnell.
Pies en la tierra
McConnell estuvo en la cárcel antes de ser famoso. La causa fue que lo agarraron con marihuana. La noticia apareció en los periódicos de la época. Lo acusaron de traficante de drogas. En esa época el uso de drogas ilegales era un tabú. Después que lo liberaron por gestión de su defensa, salió del país una temporada, pero luego regresó y se ganó el cariño del pueblo.
“No peleaba con nadie, era un hombre honrado, pagaba sus cuentas”, afirma Fabio Gadea. McConnell era una persona muy apreciada por sus colegas de trabajo, tanto los actores como las actrices. También en su barrio lo estimaban: “Nunca se le subieron los humos a la cabeza. Lo querían los vecinos porque era un hombre muy bueno. Se acercó bastante al pueblo, no era vanidoso ni creído”, recuerda su hermana Martha.