El contra Ronald Reagan

Reportaje - 04.06.2023
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Un extremista anticomunista llegó a la presidencia de Estados Unidos en 1981 y se convirtió en el enemigo número uno de los sandinistas. “Yo también soy contra”, llegó a decir el mandatario de la nación más poderosa del mundo

Por Redacción Magazine

En la oficina oval de la Casa Blanca, Ronald Reagan le dijo a Enrique Zelaya Cruz: “Necesito darle un abrazo”. Y se abrazaron.

Zelaya Cruz, en ese entonces jefe de los médicos de la Contra y conocido como Doctor Henry, sintió que ese abrazo realmente no era para él, sino para todos los contras que estaban luchando en Nicaragua para sacar del poder a los sandinistas en los años ochenta. Paladines de la libertad, les llamaba Reagan.

En esa ocasión, el Doctor Henry le agradeció a Reagan, presidente de los Estados Unidos, todo el apoyo que estaba dando para que los contras pudieran combatir en las montañas nicaragüenses, le pidió que continuara llegando ayuda, pero, principalmente, le solicitó que autorizara que contras lisiados de guerra, que no podían ser operados en los hospitales de la Contra en Honduras, fueron operados en Estados Unidos.

“Lo vi un hombre sumamente amable, comprometido con la causa de Nicaragua. Anticomunista y amante de la libertad. Muy humano. Me dijo que llevara a todos los lisiados a operarse en Estados Unidos, algunos de los cuales no tenían la parte de abajo de la mandíbula”, recuerda el Doctor Henry.

Le pareció que Reagan era más alto que él y que se miraba más joven de la edad que tenía, tanto que el Doctor Henry pensó que Reagan se teñía el cabello. Le sorprendió la facilidad de palabras que tenía el presidente estadounidense, muy seguro, y le dio la sensación que todo lo que decía lo cumplía.

Ronald Reagan saluda al Doctor Henry, jefe de médicos de la Contra, en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca. FOTO/ CORTESÍA

“Lo sentí más fuerte cuando me dijo: Si me traes una prueba que los sandinistas tienen (aviones soviéticos) Mig-21, yo invado Nicaragua”. El avión Mig-21 es un caza interceptor supersónico fabricado por la extinta Unión Soviética, en aquel entonces el principal enemigo en el mundo de los Estados Unidos.

El Doctor Henry le fue sincero y le explicó que, si los sandinistas tenían de esos aviones, no los usaban, porque a los contras los que les causaban daños eran los helicópteros soviéticos.

Reagan era un consabido anticomunista, y, apenas llegó al poder en enero de 1981 se propuso sacar a los sandinistas del poder porque estaban alineados a Cuba y a la Unión Soviética.

Además, Reagan quería evitar que los sandinistas apoyaran guerrillas en otros países de Centroamérica, como en El Salvador, y de esa manera no surgieran más gobiernos pro soviéticos en la región.

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Durante los dos mandatos de Reagan, entre 1981 y 1989, en todo momento buscó financiar a los contras, que se trenzaron en una guerra civil con los sandinistas que causó casi 50 mil muertos, además de discapacitados, viudas y huérfanos.

Para una buena parte de los nicaragüenses, especialmente los que vivieron de cerca la guerra, Ronald Reagan fue un criminal que financió una guerra que desangró al pueblo nicaragüense. Para otros, era la esperanza de que los sandinistas salieran del poder, ya que estaban destruyendo el país.

Para todos los contras, explica el Doctor Henry, Reagan fue héroe que puso en peligro su presidencia y la seguridad de los Estados Unidos con tal de ayudar a los nicaragüenses a liberarse de los sandinistas.

En sus propias palabras, Reagan dijo que apoyar a los contras era autodefender a los Estados Unidos. Hasta llegó a autodenominarse un contra más.

“(Anastasio) Somoza se fue hace mucho tiempo. La revolución que lo derrocó luego se convirtió en un golpe comunista. Y entonces, los llamados contras están en contra y supongo que en cierto modo son contrarrevolucionarios y que Dios los bendiga por ser así. Supongo que eso los convierte en contras y también me convierte a mí en un contra”, dijo en el Congreso de Estados Unidos en 1986.

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Ronald Reagan acostumbraba dejarle notitas de amor a su esposa Nancy tras el desayuno, para luego iniciar su tarea como el hombre más poderoso del planeta: el presidente número 40 de los Estados Unidos de América. Ese no era un mal puesto para cualquier persona en la tierra, pero a Reagan le molestaba tener que portar un chaleco antibalas como parte de su atuendo presidencial.

Decía que el chaleco le hacía verse más gordo y eso para él, vanidoso, era fatal, acostumbrado a lucir impecable desde su época de actor de Hollywood. Reagan actuó en 52 películas de Hollywood, entre 1937 y 1964, antes de meterse a la política en el Partido Republicano en 1966, cuando fue electo gobernador de California, el estado más grande la unión americana.

Reagan y su esposa Nancy encarnaron el mito de la pareja presidencial ideal, según explicaron sus biógrafos. Ella era elegante y detallista, entregada a su marido. Él era la viva imagen de la honestidad y el patriotismo. Juntos conquistaron al electorado estadounidense en los años ochenta.

La actriz Nancy Davis, o Nancy Reagan, como era mejor conocida, no fue la primera esposa de Reagan, sino que en 1941 se había casado con Jane Wyman, de quien se divorció en 1949 y tuvieron dos hijos, uno de ellos adoptado.

Se casó con Nancy en 1952 y tuvieron tres hijos.

Ronald y Nancy Reagan. FOTO/ TOMADA DE INTERNET

Cuando por las noches tenía momentos de crisis, especialmente por sus labores gubernamentales, Reagan se levantaba despacito para no despertar a Nancy. Tenía fama de ser un hombre amable y hogareño, pero su hija Patti Davis destrozó esa creencia en un libro, diciendo que Reagan era un padre distante e indiferente.

Patti dijo que su madre, Nancy, la maltrataba y cuando ella se quejaba con su padre, este le decía: “Eso no ha ocurrido, Patti”.

Siendo presidente, cuando no estaba en la Casa Blanca, Reagan acostumbraba a pasar tiempo en el rancho del Cielo, su refugio en las montañas próximas a la localidad californiana de Santa Bárbara. “Cuando uno llega aquí, el mundo desaparece”, dijo en 1985.

Usaba dos prótesis en los oídos, para escuchar mejor. El oído afectado era el derecho, ya que, cuando era actor de cine, en una escena una pistola calibre 38 fue disparada cerca del mismo, pero Reagan usaba prótesis también en el oído izquierdo para equilibrar la audición.

En su quehacer presidencial, Reagan se mostraba un hombre fuerte. En un reportaje de El País se explica que el mito de Reagan como presidente modélico se forjó gracias a su capacidad de fabulador, al uso habilísimo que hizo de la televisión y a sus dotes de actor. Se le llegó a conocer como “el gran comunicador”.

A través de sus mensajes, elocuentes y llenos de un optimismo que contagiaba, Reagan devolvió la confianza que los estadounidenses habían perdido en la Casa Blanca, porque los presidentes que le precedieron se dedicaron solo a contener el avance de la influencia soviética en el mundo. Sin embargo, Reagan fue más allá y se empeñó también en hacerla retroceder.

Además, Reagan era bastante ingenioso al hablar. En marzo de 1981, un hombre le disparó a matar cuando salía de una conferencia en el hotel Hilton de Washington. Una bala que le penetró por la axila y se le alojó en el pulmón izquierdo, le pasó a solo tres centímetros del corazón. Reagan llegó caminando al hospital, apoyado sobre dos de sus hombres y alcanzó a decir a su esposa: “Olvidé agacharme en el momento de los disparos”. Luego, dirigiéndose a sus hombres, expresó: “¿Quién se hace cargo de la tienda?”.

Sin embargo, sus hombres más cercanos escribirían después que Reagan era incapaz de tomar una decisión o emitir una orden en las reuniones de trabajo.

Excolaboradores de Reagan, como Donald Regan, Larry Speakes o Michael Deaver, plasmaron que en realidad era un hombre pasivo, incapaz de comprender los problemas y siempre estaba en manos de asesores que le decían cómo actuar paso a paso. Por ejemplo, para una conferencia de prensa le escribían:

"Señor presidente, sale por la puerta y baja las escaleras. El podio está diez pasos a la derecha, y la audiencia estará en semicírculo, con las cámaras a la derecha. Cuando termine de hablar dé dos pasos para atrás, pero no deje el podio porque le van a entregar una colcha”, indicó Donald Regan, según cita el diario español El País. Era como si solo podía actuar mediante un guion, a como en su época de actor de Hollywood.

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Anastasio Somoza Debayle se murió odiando a Jimmy Carter, porque decía que lo traicionó y fue el causante de su caída, propiciando que los sandinistas se hicieran con el poder en Nicaragua en 1979.

Somoza Debayle y su familia estaban acostumbrados a contar con el apoyo de los gobiernos norteamericanos. Pero, llegó Jimmy Carter a la presidencia en enero de 1977, en un momento en que las tropas de Estados Unidos recién habían salido derrotadas de Vietnam y, además, los norteamericanos estaban acusados ante la opinión pública de apoyar a crueles dictaduras de derecha en América Latina.

Carter llegó con la idea de promover la defensa de los derechos humanos y entre esas dictaduras crueles latinoamericanas estaba precisamente la de Somoza Debayle. Según algunos historiadores, Carter pretendía que, en Nicaragua, tras Somoza, llegara un gobierno moderado, pero la oposición estaba tan desarticulada que no pudo evitar que todo el poder cayera en manos de los sandinistas, guerrilleros que luchaban contra Somoza desde la década de los sesenta.

En 1980, el demócrata Carter, a quien los estadounidenses ya veían como una persona sin carácter, buscó la reelección, pero perdió frente al republicano Ronald Reagan.

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En aquel momento todavía estaba intensa la Guerra Fría, un conflicto entre las dos más grandes potencias mundiales de ese entonces, Estados Unidos y la Unión Soviética, en el que no había combates, pero sí tensiones en todos los ámbitos: político, económico, tecnológico, espacial, ideológico, social y militar.

La Unión Soviética era el referente del socialismo, una ideología política que busca conformar una sociedad igualitaria, en la que el Estado controla la economía, la política, la sociedad y su organización y los medios de producción, dejando sin participación al sector privado.

Estados Unidos, por su parte, era el símbolo del capitalismo, un sistema económico y social que considera el capital como generador de riqueza y fomenta y defiende la propiedad privada de los medios de producción y la distribución de los recursos por medio del mercado.

Reagan en su época de actor de Hollywood. FOTO/ TOMADA DE INTERNET

Al inicio, explica la historiadora mexicana Cecilia Martínez, se consideraba que socialismo y comunismo eran lo mismo, pero, con el tiempo, se dedujo que el comunismo es una versión más extrema y menos flexible del sistema socialista. En el comunismo, el Estado es el único que tiene el control de todo y, además, rechaza el modelo capitalista y busca erradicarlo.

Desde muy joven, Ronald Reagan fue anticomunista. El jefe de médicos de la exContra nicaragüense, Enrique Zelaya Cruz, mejor conocido como Doctor Henry, considera a Reagan como la máxima expresión de la lucha contra el comunismo en el mundo. “Era un hombre comprometido con la lucha contra el comunismo”, dice el exjefe contra.

Una de las frases de Reagan es: “¿Cómo describes a un comunista? Es alguien que lee a Marx y Lenin. ¿Y cómo describes a un anticomunista? Es alguien que entiende a Marx y Lenin”.

Reagan nació en Tampico, Illinois, en 1911, y creció en un ambiente demócrata-liberal, en el hogar de sus padres, el zapatero Jack Reagan, un alcohólico, y su esposa, Nelle. Fue a una universidad de poco prestigio en la que, según sus biógrafos, apenas tocó los libros.

Más tarde, cuando se convirtió en actor de cine, explica un artículo del diario El País, sus concepciones políticas pasaron de liberal a conservador y, como presidente del Sindicato de Actores, participó en la investigación encabezada por el senador McCarthy sobre las actividades antinorteamericanas en el mundo del cine. En otras palabras, se vio involucrado en numerosas disputas sobre la persecución de comunistas en la industria del cine.

Aún hasta 1962, Reagan continuaba ligado al Partido Demócrata, pero, luego pasó al Partido Republicano, el cual lo ayudó a ser gobernador de California entre 1967 y 1975, cuando siguió con su anticomunismo, una lucha que decidió llevar hasta la Casa Blanca y se postuló como precandidato presidencial, pero fue derrotado por Gerald Ford, quien a su vez sería vencido por el demócrata Jimmy Carter en las elecciones presidenciales de 1976.

Reagan lo intentó otra vez en 1980, llevando como vicepresidente a George Bush padre, y venció a un deteriorado Jimmy Carter.

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En 1980, cuando Jimmy Carter aún era presidente, gestionó una ayuda de 75 millones de dólares para el gobierno sandinista de Nicaragua, recién llegado al poder en julio de 1979.

Casi desde el principio del gobierno sandinista, surgieron grupos armados que se les opusieron, los cuales fueron la semilla de lo que después fue llamado la Contra, grupo guerrillero que no contó con el respaldo de Carter, sino que sus primeros financiadores y entrenadores fueron militares argentinos, enviados por el dictador Jorge Videla con la misión de descubrir a guerrilleros que le adversaban, conocidos como montoneros y que estaban en Nicaragua bajo el refugio de los sandinistas.

Cuando Reagan sustituyó a Carter, le dio un giro total a la política exterior de los Estados Unidos y una de las primeras medidas fue eliminar la ayuda a los sandinistas, hasta llegar al punto de que les pidió que regresaran 60 millones de dólares que ya les habían sido entregado, de los 75 que había gestionado Carter.

El argumento fue que los sandinistas estaban apoyando a la guerrilla salvadoreña del Frente Farabundo Martí (FMLN). La consigna de los sandinistas era: “Si Nicaragua venció, El Salvador vencerá”.

Aunque de manera secreta al inicio, en 1982 Reagan comenzó a financiar a los contras nicaragüenses, a través de la Central de Inteligencia Americana (CIA), bajo el mando de William Casey, el tío Bill, a como le llamaban los contras.

Según el Doctor Henry, Reagan no apoyó económicamente a los contras al comienzo de su primer mandato, porque primero trató de persuadir a los sandinistas de que gobernaran bien, sin que exportaran su revolución a otros países de Centroamérica, que respetaran los derechos humanos y la libertad de culto.

Junto al jefe militar de la Contra, Enrique Bermúdez, comandante 3-80. FOTO/ CORTESÍA

En esa tarea era importante el entonces embajador de Nicaragua en Washington, Arturo Cruz Porras, quien actuaba como moderador, pero todo cambió tras la renuncia de este último y Reagan comenzó a radicalizarse contra los sandinistas.

Para 1982, ya se vislumbraba en Nicaragua la guerra, pues Reagan comenzó a organizar bien a los contras a través del embajador estadounidense en Honduras, John Negroponte, quien coordinaba acciones con el ejército hondureño.

La primera gran ayuda que envió Reagan a los contras fueron 19 millones de dólares, a finales de 1982 y luego envió más dinero. Pero, en 1984, el Congreso estadounidense le prohibió a la CIA que operara en Nicaragua, luego de que había incidido en la explosión de tanques llenos de material combustible en el puerto de Corinto.

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Desde entonces, Reagan libró una cruenta lucha contra el Congreso, para que le permitieran enviar más ayuda a los contras. Sobre el Congreso, Reagan llegó a decir: “Me he preguntado muchas veces cómo serían los Diez Mandamientos si Moisés hubiera tenido que pasarlos por el Congreso de los Estados Unidos”.

Como el Congreso le obstaculizaba la ayuda, Reagan hasta realizaba campañas para obtener recursos para los contras.

En noviembre de 1984, en la base de los contras en Yamales, se escucharon unos fuertes tiroteos, pero no eran por combates, sino que los contras celebraron de esa manera la reelección para un segundo periodo de Reagan.

Para presionar más a los sandinistas, en 1985 Reagan decretó un embargo comercial contra Nicaragua, para que los sandinistas se ahogaran económicamente.

En 1986, Reagan comenzó a gestionar 100 millones de dólares para los contras. Fue una batalla dura en el Congreso. El exjefe de la Contra, Tirso Moreno, conocido como comandante Rigoberto, relató a la Revista MAGAZINE que todos los días los contras escuchaban la radio para conocer cómo iban los debates en el Congreso.

Fueron días duros para los contras, porque desde 1984 no recibían ayuda militar. El problema era que los sandinistas tenían amigos demócratas en el Congreso, quienes se oponían a la ayuda porque los sandinistas les habían vendido la idea de que los contras eran exguardias somocistas que asesinaban ancianos y niños y violaban a las mujeres.

Un grupo de jefes contras hasta viajó a Washington para explicarles mejor la situación a los congresistas demócratas y decirles que en su mayoría eran campesinos que se habían levantado en armas para defender la libertad en Nicaragua.

Esa ayuda se aprobó, pero la situación de Reagan se tornó complicada porque desde 1985 había estallado un escándalo que se conoció como Irán-Contras, o Irangate. Como la aprobación de la ayuda se había demorado, altos cargos del gobierno estadounidense le vendieron armas a Irán y con ese dinero apoyaron a los contras nicaragüenses.

Eso no se podía hacer, porque había un embargo comercial de Estados Unidos sobre Irán, regido por un gobierno islámico contrario a los norteamericanos y allegado a la Unión Soviética.

Reagan no fue salpicado por el escándalo finalmente, porque sus funcionarios se endilgaron toda la responsabilidad y aseguraron que Reagan no sabía del asunto.

Hasta el final de su segundo mandato, Reagan se mantuvo firme en apoyar a los contras nicaragüenses, a pesar de que fue muy criticado hasta por el Vaticano y varios países de Latinoamérica, México y Colombia principalmente.

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Durante fue presidente, Reagan influyó mucho en la vida de los nicaragüenses.

Cuando Reagan asumió su segundo mandato, en enero de 1985, sobre Nicaragua se asomó la posibilidad de una invasión por parte de los Estados Unidos. Los sandinistas mantenían alarmada a la población sobre este asunto y hacían que practicaran ejercicios militares y que construyeran refugios en los patios de sus casas.

Para ese año ya era famoso el “Pájaro Negro”, un perfeccionado avión espía norteamericano, que fue conocido bajo las siglas técnicas SR 71, y que al volar rompía la barrera del sonido. Cuando sobrevolaba el territorio nicaragüense se escuchaba un fuerte estampido poco después de su paso. La gente también vivía alarmada por este avión.

Debido al embargo comercial que impuso Reagan en 1985, a Nicaragua no llegaban muchos artículos y los sandinistas se las ingeniaron para que los mismos se produjeran en el país o fueran importados de Cuba o de otros países socialistas, como la Unión Soviética y Hungría. La mala calidad de los mismos era evidente.

Por ejemplo, la pasta dental era marca Dentex, de una mediana calidad, pero sin igualar a las marcas norteamericanas. Se usaba jabones de cebo para lavar. Los niños consumían una leche marca Klim, que en ocasiones causaba malestares estomacales. El desodorante más usado en esos años fue el Toque Final.

En el caso de la ropa, los nicaragüenses comenzaron a usar la ropa militar, ante la escasez de prendas de vestir. Famosos fueron en estos años los zapatos chinos, de tela, así como las sandalias de hule que usaban las mujeres y que les quemaban los pies al caminar bajo el sol.

Había escasez de todo y los estantes de los supermercado permanecían vacíos. En los barrios, la gente hacía filas en los puestos de Enabas para conseguir algo de alimento, racionado.

La revista Times le dedicó esta portada a Daniel Ortega, cuando el dictador decía que Reagan estaba obsesionado con los sandinistas. FOTO/ TOMADA DE INTERNET

Las largas filas eran para todo: para comprar pan, para llenar los tanques de los carros con combustible, para comprar el gas, para subir a los buses, para entrar al supermercado. Fueron años muy difíciles para los nicaragüenses.

Reagan señalaba en sus discursos que el pueblo nicaragüense estaba sufriendo, pero que los líderes sandinistas llevaban una buena vida. A Daniel Ortega, en 1986, le llamó “un dictador con anteojos de diseño” porque Ortega se compró en una tienda exclusiva de Nueva York unos lentes que costaron tres mil dólares.

Los efectos más devastadores se sufrieron en las zonas de guerras, y también en los hogares de las ciudades, cuando las madres recibían los féretros en los que yacían sus hijos muertos, producto de la guerra entre los contras y los sandinistas.

Daniel Ortega y los demás comandantes sandinistas vivían culpando a Ronald Reagan por los males que sufrían los nicaragüenses.

En muchas ocasiones se habló de negociaciones de paz. Algunos intentos fueron las pláticas de Manzanillo, en México; las negociaciones en la isla Contadora, en Panamá. Luego las conversaciones de Esquipulas, en Guatemala y de Sapoá en Nicaragua.

Daniel Ortega le pedía a Reagan que se sentaran a conversar, pero el norteamericano le contestaba que platicara con los jefes de la Contra. Ortega replicaba que no quería negociar con los contras, sino con el jefe de ellos, Reagan.

Ortega y Reagan tuvieron la oportunidad de encontrarse en Washington, en una gira de Ortega, y en Alemania, cuando ambos coincidieron en otra gira. Pero, Reagan nunca quiso. A Ortega lo llamaba “un pequeño dictador que viajó a Moscú.
Por su parte, Ortega solía llamar a Reagan criminal y fascista.

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Reagan finalizó su segundo mandato en enero de 1989, cuando los sandinistas todavía conservaban el poder. No logró sacarlos a como se lo había propuesto desde un inicio.

Sin embargo, Reagan había sentado las bases para que eso ocurriera, pues su sucesor, quien había sido su vicepresidente, George Bush, le dio continuidad a la política exterior de Reagan.

Además, aunque Reagan siempre llamaba el imperio del mal a la Unión Soviética, desde 1985, se acercó al líder soviético Mijaíl Gorbachov, con quien sorprendentemente inició una relación de amistad que se extendió hasta la muerte de Reagan en 2004.

Según el diario peruano El Comercio, todo empezó en la Convención de Ginebra de 1985. Reagan decidió darle una oportunidad al líder soviético porque veía en él a un hombre que trataba de hacer cambios, mientras que Gorbachov estaba interesado en mejorar sus relaciones con Estados Unidos para poder sacar adelante su gran reforma, conocida como la Perestroika, que buscaba reestructurar el sistema económico soviético.

A partir de entonces, Reagan y Gorbachov se escribieron 40 cartas y también se reunieron en otras ocasiones. En una de ellas, hablaron de Nicaragua, y discutieron un pacto en el que Estados Unidos ya no iba a financiar más a la Contra, ni los soviéticos apoyarían más a los sandinistas.

En 1988, fue sorprendente que Daniel Ortega, tras un viaje a Moscú, dijera que estaba dispuesto a sentarse con el directorio de la Contra, cuando antes decía que no quería hablar con ellos.

Reagan (centro) y su vicepresidente George Bush (izquierda) reunidos con el presidente soviético Mijaíl Gorbachov (derecha), en Nueva York, en 1988. FOTO/ TOMADA DE INTERNET

Primero, las negociaciones de Sapoá y, luego, los acuerdos de Esquipulas, hicieron que Ortega y los sandinistas adelantaran las elecciones de noviembre de 1990 a febrero de ese mismo año. Esas fueron en las que el sandinismo perdió el poder a manos de la Unión Nacional Opositora (UNO) y su candidata doña Violeta Barrios de Chamorro.

Reagan está catalogado como el último presidente norteamericano de la Guerra Fría, porque después Gorbachov propició la disolución de la Unión Soviética.

En el caso de Nicaragua, también incidió en la salida del poder de los sandinistas. Según el disidente sandinista, Moisés Hassan, al no poder Reagan sacar a los sandinistas por las armas, promovió el surgimiento de un grupo político y optó por la solución electoral, con la desmovilización de la Contra incluido.

Por su parte, otro exjefe de la Contra, Luis Fley, conocido como comandante Johnson, afirma que en la actualidad se necesita a otro Ronald Reagan.

“Si Reagan no hubiera tenido esa visión, el comunismo hubiera avanzado hasta el río Bravo. Reagan no andaba con tanta diplomacia. Deseáramos que alguien igual a Reagan llegue a la Casa Blanca”, dijo Fley, haciendo referencia a que los nicaragüenses nuevamente necesitan apoyo para deshacerse de la dictadura de Daniel Ortega que ahora impera en Nicaragua.

Reagan murió en 2004, pero desde mucho tiempo atrás ya no se acordaba que fue el hombre más poderoso del mundo cuando fue presidente de Estados Unidos, ya que desde 1994 le detectaron Alzheimer.

La sentencia de La Haya

En 1984, los sandinistas denunciaron a los Estados Unidos ante el tribunal internacional de justicia de las Naciones Unidas (ONU) por actividades militares y paramilitares contra Nicaragua, especialmente tras la voladura de unos tanques en el puerto de Corinto, en 1983.

Dos años después, en junio de 1986, el tribunal condenó a los Estados Unidos y fijó una indemnización provisional cercana a los 370 millones de dólares, aunque los sandinistas en su momento dijeron que pedirían un mil millones de dólares.

Reagan en campaña, buscando fondos para la Contra. FOTO/ TOMADA DE INTERNET

El gobierno de Ronald Reagan desconoció la decisión y no pagó indemnización, aunque el tribunal nunca estableció un monto definitivo. En 1991, con los sandinistas fuera del poder, y bajo la presidencia de Violeta Barrios de Chamorro, Nicaragua desistió de un recurso que estaba en La Haya para que se estableciera el monto, lo cual fue considerado como un desistimiento de la demanda.

El gobierno lo hizo para que Nicaragua pudiera recibir apoyo económico de los Estados Unidos, luego de 10 años de gobierno sandinista que dejaron destruida la economía del país.

Tras regresar al poder en 2007, Daniel Ortega trató de revivir la deuda y manifestó que la indemnización debía de ser de 17 mil millones de dólares. Desde hace 12 años no ha vuelto a hablar del tema.

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Reportaje