El bravo “Comandante Bravo”

Reportaje - 03.09.2023
Pablo-Emilio-8

Pablo Emilio Salazar se convirtió en leyenda entre las filas de la Guardia somocista. Mantuvo a raya al guerrillero Frente Sur sandinista y al final, fue asesinado a traición en la celada en la que participó una amante

Por Redacción Magazine

El río Ostayo, en Rivas, se convirtió en una línea defensiva que los sandinistas jamás pudieron cruzar durante su ofensiva final contra las tropas del dictador Anastasio Somoza Debayle, en 1979.

El éxito de esa resistencia se le adjudicó a un hombre que, durante una conferencia de prensa, se autodenominó el “Comandante Bravo”. Se llamaba Pablo Emilio Salazar Paiz y Somoza lo había puesto al frente sus tropas en las frontera sur porque lo consideraba "un soldado excepcionalísimo, militar entre militares”, según confesó el dictador en su libro Nicaragua Traicionada.

Desde septiembre de 1978, los sandinistas se habían instalado en la frontera sur, del lado de Costa Rica, y pretendían entrar a Rivas, para declararlo territorio liberado, a como decían cada vez que se tomaban una ciudad tras expulsar a la Guardia Nacional de Somoza.

Recibieron el apoyo de extranjeros, brigadas de internacionalistas les llamaban, que se les unieron para combatir en lo que denominaron el Frente Sur, dirigido principalmente por Edén Pastora. Había panameños, colombianos, costarricenses, argentinos, chilenos, cubanos y de otras nacionalidades.

Tropas sandinistas en el Frente Sur, en 1979. FOTO/ ARCHIVO/ CORTESÍA/ IHNCA

Para mediados de junio de 1979, había cinco mil hombres luchando del lado de los sandinistas en la frontera sur, denunció Anastasio Somoza Debayle en su libro. Mientras que, según el excapitán de la Guardia, Justiniano Pérez, de la parte somocista solo estaban combatiendo unos 700 soldados en ese frente de guerra.

Lea también: La muerte de un GN

Las tropas de Somoza eran una combinación de 350 soldados de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI), 60 de la Patrulla Presidencial y de otros guardias que fueron asignados para apoyar la defensa en esa zona, todos comandados por Salazar.

Los sandinistas no lograron derrotar a las tropas de Salazar, sino que entraron a Rivas hasta el 19 de julio de 1979, cuando ya la Guardia de Somoza se había rendido y las tropas de Salazar habían huido hacia El Salvador.

Sin embargo, la rivalidad no terminó ese día, sino que los sandinistas mataron a Salazar tres meses después, tendiéndole una trampa en Honduras, donde el exguardia, que mantenía conversaciones con Somoza, trabajaba para reagrupar a sus compañeros e iniciar una contraofensiva contra el nuevo régimen sandinista en Nicaragua.

El asesino material, el terrorista argentino Enrique Gorriarán Merlo, había sido uno de los internacionalistas que luchó del lado de los sandinistas contra las tropas de Salazar en al Frente Sur.

***

Lisandro Elías Salazar era, a inicios de los años treinta del siglo pasado, un contador al que el gobierno del entonces presidente José María Moncada había puesto al frente de la Aduana en Cabo Gracias a Dios, en la costa atlántica del país, en el departamento de Zelaya. Se conservan cartas suyas en las que denunciaba ante las autoridades de Managua que las tropas de Sandino llegaban a la zona a robar y a saquear y destruir negocios, por lo que solicitaba la presencia de la Guardia Nacional en la zona.

Este Salazar no era pobre, sino que tenía sus recursos. Había nacido en San Juan del Norte, en 1893, hijo de Juan Fernando Salazar Moraga y de Pilar Goussen Padilla.

En 1936, Lisandro Salazar se casó con Aurora Paiz, una joven nacida en Bluefields, cuyo padre era el conservador Manuel Paiz Fonseca, director y propietario del periódico La Información, uno de los mejores de aquella época en la costa atlántica del país. La madre de Aurora era la granadina Guadalupe Hernández Lacayo.

El padre de Salazar, Lisandro Salazar, y sus hermanos mayores, cuando Salazar aún no había nacido. FOTO/ CORTESÍA

El matrimonio procreó 11 hijos, pero uno de ellos, Luis Adolfo, murió a los tres años de edad, cuando contrajo neumonía, porque un médico le aplicó como tratamiento una dosis para adulto.

El menor de los hijos resultó ser Pablo Emilio, nacido el 19 de abril de 1941, en Cabo Gracias a Dios.

Los recursos de la familia eran amplios, tanto que permitían que los hijos mayores estudiaran en Granada, internos. Los varones en el colegio Salesiano y las mujeres en el colegio Francés.

Lea también: Somoza no durmió en la última noche que estuvo en Nicaragua

A finales de 1942, los huracanes hicieron desastres en la costa atlántica nicaragüense. Y, justo en esos días, como parte de su trabajo en la Aduana, Lisandro Salazar tuvo que viajar a Granada para unas reuniones. Aprovechó la ocasión para visitar a sus hijos mayores, que estudiaban en los internados. Fue la última vez que se vieron.

Cuando regresó a Puerto Cabezas, casi todo estaba destruido por los huracanes. Lisandro Salazar tomó, sin saber, agua infestada de Salmonella Typhi, lo que le produjo fiebre tifoidea, a causa de la cual falleció en enero de 1943. Su hijo Pablo Emilio solo tenía un año y medio de edad.

Cuando estaba en la Academia Militar, junto a su madre Aurora Paiz. FOTO/ CORTESÍA

La madre, Aurora Paiz, quedó viuda a los 30 años de edad, después que meses atrás también había perdido a su padre, el periodista Manuel Paiz.

Un seguro de vida que su esposo le había dejado mitigó un poco la situación, pero, a pesar de que era suficiente, ese dinero se le acabó pronto porque eran 10 hijos a los que debía sustentar, explica a la Revista MAGAZINE su nieta Erika Salazar Rivas, la hija mayor de Pablo Emilio.

Además, los huracanes de esos meses dañaron muchas casas y la infraestructura de Cabo Gracias a Dios, por lo que mucha gente migró. Pronto, seis meses después de la muerte de su esposo, Aurora Paiz y sus diez hijos, el pequeño Pablo Emilio incluido, también abandonaron el hogar y se trasladaron a Granada, a vivir donde la madre de Aurora, en la primera calle sur de la ciudad.

***

Pablo Emilio Salazar llegó a Granada cuando tenía dos años de edad y, al tiempo de ir a la escuela, fue internado en el colegio Salesiano de esa ciudad, igual que sus hermanos mayores, relata su viuda, Martha Ligia del Socorro Rivas Espinoza.

Su padre había sido el único sostén de la familia hasta su muerte, por lo que, a su madre, Aurora Paiz, le correspondió buscar trabajo cuando muy pronto se acabó el dinero de la póliza de seguro que había dejado su esposo.

En busca de empleo, Aurora se trasladó a la antigua Managua y se hospedó en el ahora desaparecido hotel Lido Palace, donde, además de habitaciones por día, también se rentaba apartamentos por mes.

El gerente del hotel, Miguel Dimitriv Nickiford, se hizo muy amigo de Aurora y en una ocasión le presentó al general Anastasio Somoza García. Aurora le relató a Somoza cómo su fallecido esposo había sido jefe de Aduanas en Cabo Gracias a Dios y poco después el dictador le facilitó a ella un empleo en la Aduana de Managua.}

La madre de Salazar, Aurora Paiz, con uno de sus bisnietos, nieto de Salazar. FOTO/ CORTESÍA

Cuando Pablo Emilio salía de vacaciones del colegio Salesiano, se iba a pasar esos días junto a su mamá en el Lido Palace, que estaba ubicado frente al parque Frixione, en una zona residencial, muy elegante.

Años después, en 1959, cuando Pablo Emilio Salazar se bachilleró, Nickiford habló con el general Anastasio Somoza Debayle para que le permitiera al joven ingresar a la Academia Militar de Nicaragua (AMN).

Lea también: El fin de la Guardia Nacional

Con el tiempo, la estrecha amistad de Nickiford y su primera esposa, Flor, con la familia de Salazar, se extendió cuando ambos hombres se hicieron socios de algunos negocios, explica su hija Erika Salazar. “El doctor Nickiford le tomó mucho cariño y lo consideraba como un hijo”, dice por su parte, su viuda, Martha Ligia.

Nickiford falleció hace ya varios años, pero, cuando el terremoto de 1972 destruyó el hotel Lido Palace, construyó su propio hotel, el D´Lido, el cual aún funciona en el barrio Altagracia, por la Fosforera.

Salazar se graduó en la promoción 18 de la Academia Militar, en 1963, con el número 764. Su hija Erika Salazar dice que ella solo tenía seis años de edad cuando mataron a su padre, pero logró hablar muchas veces con su abuela Aurora y por esas pláticas está segura que su padre nunca fue inducido a la vida militar, sino que fue su propia decisión.

“A mi papá le encantaba la vida militar y por esa decisión, de ser militar, fue que nosotras nos criamos sin él”, manifiesta su hija Erika Salazar, refiriéndose también a sus dos hermanas menores.

Entre sus compañeros más connotados de graduación estaba David Tejada Peralta, asesinado cinco años después por el mayor Óscar Morales, porque Tejada se había unido al recién creado grupo guerrillero Frente Sandinista (FSLN).

Otro de sus compañeros de graduación fue Enrique Munguía Berríos, fallecido hace cuatro años. Munguía Berríos pasó 10 años preso en los años ochenta, acusado por los sandinistas de haber dirigido las patrullas de la Guardia que mataron a los líderes de la guerrilla sandinista Carlos Fonseca en 1976, en Zínica, y a Pedro Arauz Palacios en 1977, en una carretera a Tipitapa.

***

El excapitán Justiniano Pérez, el último jefe que tuvo la EEBI, conoció muy bien a Pablo Emilio Salazar. Aunque se graduó en la Academia Militar cuatro años después que Salazar, no solo fue su compañero de armas, sino que también se emparentaron como concuños. Pérez estuvo casado con Celia María Rivas, hermana menor de la esposa de Salazar, Martha Ligia.

Pérez cuenta que Salazar era un oficial muy bien entrenado, muy sociable y se labró desde un comienzo la fama de dandi en el círculo de oficiales jóvenes. Vestía con elegancia y tenía buenos modales.

Los primeros meses de servicio de Salazar fueron como enlace de la Guardia Nacional ante la Misión Militar de Estados Unidos y, en 1966, se convirtió en el segundo oficial nicaragüense en completar el curso de Ranger del ejército norteamericano.

De 1967 a 1970 estuvo en Italia, donde asistió a la Escuela de Aplicación de Guerra en Turín y a la Escuela de Infantería y Caballería en Cezano.

En 1972 tomó el Curso Avanzado de Infantería en Fort Benning, Georgia. Salazar fue ascendiendo tanto que, cuando la Guardia Nacional fue desarticulada en 1979, ya tenía todos los méritos y grados para ser parte del Estado Mayor, el último escalafón.

Justiniano Pérez recuerda que, en 1967, cuando él se graduó, fue enviado junto a sus compañeros de graduación a Pancasán, una zona montañosa de Matagalpa, donde merodeaban guerrilleros sandinistas armados. Ahí se encontró con Pablo Emilio Salazar.

Pablo Emilio Salazar, el comandante Bravo. FOTO/ CORTESÍA

La experiencia, que fue fuerte, le sirvió a Pérez y a sus compañeros como entrenamiento, pero, también como verdadera “graduación” porque se trataron de combates reales.

La Guardia, bajo el mando de Salazar, arrasó con los guerrilleros en esa ocasión y ahora los sandinistas conmemoran ese hecho como la gesta heroica de Pancasán, porque murieron varios de sus mejores hombres, como Silvio Mayorga, Rigoberto Cruz (también conocido como Pablo Úbeda) y Óscar Danilo Rosales, hermano del recientemente fallecido magistrado judicial Francisco Rosales.

Para ese tiempo, Salazar ya había sido asignado al Primer Batallón Blindado, en el que Salazar realizó casi todo su servicio regular.

El comandante de ese batallón era José Somoza, conocido como Papá Chepe. Era hermano del presidente Anastasio Somoza Debayle y fue el creador de la Patrulla Presidencial con oficiales escogidos para que cuidaran a Somoza Debayle.

Papá Chepe estimaba mucho a Salazar, confiaba en él, afirma Justiniano Pérez, y por eso le pidió a su hermano presidente que nombrara a Salazar como el jefe de la Patrulla Presidencial, cargo en el que se mantuvo hasta el final de la guerra, cuando fue enviado con esa tropa a la frontera sur, donde permaneció durante las últimas semanas.

Desde ese cargo, en la Patrulla Presidencial, Salazar tuvo la oportunidad de estrechar su relación con Somoza Debayle. Su hija Erika Salazar recuerda que, era tanta la confianza que había entre ellos, que ella le llamaba “abuelo” a Somoza Debayle.

En una de las primeras crisis que tuvo Somoza Debayle en su enfrentamiento con los sandinistas, durante la toma de la casa de Chema Castillo, en diciembre de 1974, Salazar era capitán, pero todavía no era el jefe de la Patrulla Presidencial, sino que ese cargo lo ocupaba el mayor Vicente Zúniga. Salazar era el segundo al mando y dirigía los preparativos tácticos para rescatar a los personajes que los sandinistas tenían como rehenes.

Sin embargo, nunca llegó la orden de que la Patrulla Presidencial actuara y Somoza Debayle terminó negociando con los guerrilleros. Salazar y su tropa quedaron decepcionados, porque querían entrar en combate en esa ocasión, indica Justiniano Pérez.

Somoza Debayle terminó de afianzar su confianza en Salazar en marzo de 1975, cuando los sandinistas se tomaron Río Blanco, Matagalpa, y asesinaron a varias decenas de jueces de mesta, los cuales eran considerados los representantes locales de la dictadura.

“Yo mandé a Bravo, Salazar, para esa región y él con sus hombres pusieron fin a la actividad guerrillera en la misma”, escribió el dictador en Nicaragua Traicionada.

Más tarde, cuando en septiembre de 1978 los sandinistas intentaron realizar una ofensiva final, previa a la de 1979, Somoza Debayle volvió a echar mano de Salazar.

Anastasio Somoza Debayle y Salazar, hablando sobre la situación de la guerra en la frontera sur, en 1979. FOTO/ REPRODUCCIÓN/ DIARIO NOVEDADES

“La situación en Chinandega había empeorado y el comandante necesitaba ayuda. Pues bien, no teníamos más reclutas disponibles para el combate, así que solo faltaba por mandar la Guardia Presidencial. Por tanto, mandé al comandante Bravo… El comandante Bravo, con su excelente compañía de hombres, junto con la compañía de la escuela de entrenamiento, limpió a Chinandega de revolucionarios”, reveló Somoza Debayle.

Envalentonados por ese ensayo de ofensiva final en septiembre de 1978, los sandinistas ya no dejaron de hostigar a la Guardia. Salazar y la Patrulla Presidencial descuidaron a Somoza Debayle porque fueron enviados a diferentes departamentos a limpiarlos de sandinistas, quienes se tomaban las ciudades, pero eran desalojados a los pocos días.

Finalmente, Salazar y la Patrulla Presidencial fueron enviados a la frontera sur, para darle apoyo a los guardias dirigidos por Franklin Montenegro que luchaban contra las tropas de Edén Pastora y los internacionalistas.

***

En la vida privada, Salazar perdía lo “bravo”. “En la familia somos muy católicos, devotos de la Virgen. Mi papá rezaba el rosario todos los días”, asevera su hija Erika Salazar.

Erika recuerda que, cuando iba creciendo, pero su papá ya había sido asesinado, en Miami mucha gente le decía: “Tu papá era mi mejor amigo”. Eso la dejaba confundida, porque se preguntaba si era posible que su papá tuviera tantos “mejores amigos”.
Su mamá le aclaraba que Salazar era hombre de amigos y le encantaba reunirse con ellos a conversar o tomar tragos.

“Era fiestero, alegre, le gustaba mucho ser el centro de la fiesta, estar en la pachanga, los tragos, los amigos”, indica Erika.

Su hija mayor aun lo extraña. Lo ama. Lo recuerda siempre y le muestra fotografías de él a sus hijos, explicándole quién era. A su papá lo mataron cuando ella tenía solo cinco años de edad y sus hermanas menores eran de tres y uno.

Tras el asesinato de su padre, Erika pasó mucho tiempo enojada con él. No podía comprender algunas “estupideces” que cometió, especialmente con mujeres. Ella no sabe qué pasó exactamente en su muerte, pero sí conoció que los sandinistas usaron a una examante de él para tenderle una trampa en Honduras y matarlo.

A Erika se le entrecorta la voz cuando recuerda el día en que lo mataron. “No sé qué pasó. Pasé mucho tiempo brava con él. Solo puedo decirle que me crie sin él, pero era buen hijo, buen amigo, excelente padre, buen soldado”, expresa la mujer.

Las tres hijas de Salazar con su esposa Martha Ligia: Martha Paola, Erika Alessandra y Geraldine Marie. FOTO/ CORTESÍA

Erika no obvia que, así como muchos quisieron a su padre, hubo muchos otros que lo odiaron. Los sandinistas los primeros, pero también gente que era de la Guardia. “Mucha gente no lo quería”, dice, alegando que creció escuchando y leyendo todo tipo de mentiras sobre su padre.

Tras su asesinato, los sandinistas emprendieron una campaña contra Salazar, alegando que se trataba de un criminal, arrogante, excesivamente confiado en sus capacidades, inclusive, dijeron que en un momento el hijo del dictador, el “Chigüín”, Anastasio Somoza Portocarrero, jefe de la EEBI, llegó a sentir celos de la notoriedad que cobró Salazar.

No obstante, Justiniano Pérez asegura que Somoza Debayle nunca perdió la confianza en él. La única vez que el dictador se molestó con Salazar fue cuando ordenó el ataque de la Guardia en un territorio costarricense llamado Las Crucitas y no le pidió permiso. El caso no pasó de un regaño.

Somoza escribió sobre Salazar: “Nadie puede encontrar ni pedir un dirigente combatiente mejor que Bravo. Era intrépido, pero sabía muy bien cuándo tenía que ejercitar cuidado. Para él sus hombres venían primero y sus tropas de combate lo hubieran seguido hasta el fin del mundo”.

***

El 15 de julio de 1979, Anastasio Somoza Debayle se reunió con su Estado Mayor para anunciarles que renunciaba a la presidencia, pero que era necesario que la Guardia Nacional se mantuviera firme. Al salir de la reunión se topó con Salazar, contó el propio dictador.

--¿Es verdad que usted tiene que irse? --preguntó Salazar.

--Es verdad --dijo Somoza.

--¿Es definitivo?

--Sí.

Salazar rompió a llorar y abrazó a Somoza Debayle.

Justiniano Pérez cuenta que él y Salazar tenían un plan B para cuando se fuera Somoza y salvar a las tropas de la Guardia que estaban en el sur.

Salazar cumplió con ese plan y el 19 de julio de 1979, mientras los sandinistas asaltaban el poder en Managua, Salazar escapó con sus hombres por San Juan del Sur, en una embarcación hacia El Salvador. Algunos de sus hombres no pudieron huir y fueron encarcelados o asesinados por los sandinistas, como fue el caso de su segundo al mando, Franklin Montenegro, hermano de la periodista Sofía Montenegro, hoy en el exilio debido a la persecución de la actual dictadura de Daniel Ortega.

Tras asegurarse de que los guardias que escaparon se salvaguardaron en Guatemala, El Salvador y Honduras, Salazar se fue a Miami para reunirse con su familia.

Erika Salazar cuenta que, desde antes de julio de 1979, su mamá, su abuelita materna y sus dos hermanas menores salieron de Managua para Miami, para que le realizaran chequeos médicos a su hermana más pequeña, porque nació con problemas en el corazón. Como ella estudiaba kínder en el colegio Americano, llegó a Miami hasta en mayo de ese 1979.

Salazar estuvo unos días con su familia, pero luego les anunció que debía regresar a Honduras porque les llevaría dos camiones con ayuda para los exguardias que estaban exiliados en los demás países centroamericanos, porque estaban devastados tras la guerra.

La suegra de Salazar, Celia María Espinoza, tras enterarse de su decisión de regresar, “sintió escalofríos que le bajaban y le subían por la espalda”, cuenta su nieta Erika Salazar. Entonces Celia se le acercó y le ordenó, como si también ella hubiese sido militar, que obtuviera una póliza de seguro de vida porque “la vida pasa y nunca se sabe”.

Salazar comenzó a investigar y obtuvo una póliza justo antes de su viaje de regreso a Centroamérica. De esa forma, al igual que lo hizo su padre antes de morir de fiebre tifoidea, le dejó un seguro de vida a su esposa y sus hijas.

Somoza Debayle y Salazar. FOTO/ REPRODUCCIÓN/ DIARIO NOVEDADES

El 10 de octubre de 1979, Salazar llegó a Honduras para entregar la ayuda a los exguardias. Del aeropuerto pasó a verse con su examante, Miriam Barberena, con quien había mantenido contacto telefónico. Pero, Barberena, que se había quedado en Nicaragua, fue capturada por los sandinistas y, para no caer presa acusada de ser informante de la Guardia, acordó entregar a Salazar.

Salazar llegó al hotel Itsmania de Tegucigalpa, capital hondureña, y, sin decirle a nadie, salió para reunirse con Barberena. Al llegar donde esta última, detrás de la puerta estaba el argentino Enrique Gorriarán Merlo, quien le propinó un balazo en la cabeza.

Luego, fue torturado con saña. Su cadáver fue encontrado días después castrado y con alfileres en los ojos, escribió un directivo de la Contra, Bosco Matamoros.

Ese mismo argentino, Gorriarán Merlo, participó en el comando que, en septiembre de 1980, asesinó a Anastasio Somoza Debayle, en Paraguay, enterrando así cualquier posibilidad de que la Guardia Nacional se reorganizara desde el exilio y contratacara al nuevo gobierno sandinista en Nicaragua.

Salazar quedó enterrado en Honduras.

Sección
Reportaje