Julio Cedeño García le hizo creer a su familia que no estaba involucrado en el plan para asesinar a Anastasio Somoza García, pero lo cierto es que puso a disposición su casa y sus camiones para acabar con la vida del dictador.
Por Hans Lawrence Ramírez
Julio Cedeño García odiaba a las moscas y a los Somoza. Y esa fue la razón por la que a su casa llegó a inicios de septiembre del 1956 un joven bien presentado, vestido con camisa manga larga blanca y corbata negra. Llegó recomendado por su viejo amigo y socio de negocios capitán Adolfo Alfaro. Cedeño García lo hizo pasar a la casa, lo llevó a la mesita del patio y luego lo presentó a la familia como un amigo. Su nombre era Pascual Rigoberto López Pérez.
--Tu papá nos está enredando en las patas de los caballos –le dijo doña Francisca Montenegro a su hijo Julio Cedeño Montenegro desde un año antes--. Sería bueno que hablaras con él.
Julio tenía 21 años aquel noviembre de 1955 que regresó de Costa Rica, donde estudiaba Farmacia, a pasar vacaciones con su familia en Managua, en una vieja casa que se ubicaba cerca del antiguo Mercado Central de la capital.
La advertencia que doña Francisca le hizo a su hijo mayor era porque su esposo, Julio Cedeño García, andaba “en movimientos raros”, recuerda Julio, quien hoy tiene 88 años y cuenta con claridad lo que vivió en aquellos días.
Aquel joven Julio se daría cuenta después que los “movimientos raros” en los que andaba su padre eran para asesinar al dictador Anastasio Somoza García, misión para la cual ya tenía unos dos años planeando y reuniéndose junto a otros opositores y exguardias nacionales.
Las reuniones y los pormenores del plan se llevaban a cabo en tres escenarios: en la casa del capitán en retiro de la Guardia Nacional Adolfo Alfaro, en El Salvador, en unos camiones en los que viajaba Cedeño García por Centroamérica, y en la casa de Cedeño García.
A esa casa llegaban Ausberto Narváez, Cornelio Silva, Edwin Castro Rodríguez y hasta Rigoberto López Pérez, quien mató a Somoza García el 21 de septiembre de 1956. Todos ellos eran partícipes del plan.
En la familia de Cedeño García “nadie sabía en qué andaba. Sabíamos que hablaban de política porque mi padre era conservador y todos ellos también, pero no teníamos idea de la magnitud del plan”, relata su hijo 65 años después del magnicidio en el que participó su padre y en cuya casa se planificó.

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Julio Cedeño García, y el capitán Adolfo Alfaro Carnevalini eran viejos amigos. El hijo del primero no recuerda con certeza cómo fue que se conocieron, pero dice que tenían años de ser cercanos
Juntos, Cedeño y Alfaro tenían un negocio de exportación de granos, principalmente arroz y frijoles que llevaban en viejos camiones para El Salvador y Guatemala, además de viajes de encomienda hacia León, Chinandega y otros departamentos.
En 1954, el excapitán Alfaro se quedó exiliado en El Salvador, pero Cedeño siguió con el negocio de transporte y venta de granos. En todo ese tiempo, los socios mantuvieron contacto y hartos de la dictadura, poco a poco fueron planeando el asesinato de Somoza García.
En la casa de Cedeño García funcionaba una pulpería, recuerda su hijo. Era una casa grande. En la parte frontal se encontraba la pulpería que normalmente la atendían unos trabajadores que había contratado.
En la parte izquierda, había una puerta que daba acceso al resto de la casa. Lo primero era una sala amplia adornada con retratos familiares y unos viejos sillones de madera. Después el comedor y al lado derecho un pasillo que llevaba a los tres cuartos de la casa. A la derecha, la cocina y un patio donde había una bodega para la mercadería. La casa fue destruida por el terremoto de 1972.
En el patio, describe Cedeño Montenegro, había una mesita con sillas y ahí es donde se reunía su padre con los conspiradores para planear la muerte de Somoza. Llevaban dinero, papeles, mapas y otros documentos que luego quemaban para no dejar evidencia.
El hombre no sabe desde qué fecha se reunían ahí, pero sí cree que el plan se terminó de afinar en esa mesita y en el cuarto de un hotel que su padre le pagó a Rigoberto López Pérez en Managua antes de irse a León para cumplir con la misión.
La familia de Cedeño García empezó a preocuparse porque el hombre a veces llegaba muy tarde a la casa, y cuando alguien se acercaba a la mesita mientras estaba hablando con sus compinches, todos se callaban o cambiaban la plática.
“Con esa incertidumbre mantuvo a la familia hasta que hablé con él y directamente le pregunté que en qué se andaba y ahí me dijo”, recuerda Cedeño hijo.
--Queremos matar a Somoza
-- Papá, vos estás loco.
Ya era finales de agosto de 1956. En esa ocasión, Cedeño García también le mostró a su hijo una carta que había recibido. “Era de Alfaro y le daba una descripción del hombre que iba a llegar para que le ayudara y lo recibiera porque él llevaba una misión”.
La tarea de Cedeño García era recibir a aquel hombre mientras Edwin Castro llegaba a recogerlo e irse juntos para León a esperar el momento oportuno para ajusticiar a Somoza.
En privado, doña Francisca y su hijo Julio encararon a Cedeño García. Le dijeron que no estaban de acuerdo con tener a aquel hombre en su casa y que mejor dejara de participar en ese plan. “Teníamos el temor de que le pasara algo. Lo podían matar a como habían matado ya a mucha gente”, explica Cedeño Montenegro.
Su padre no tuvo más remedio que aceptar la petición de la familia, o al menos eso les hizo creer.
De repente, la familia notó que quien se estaba encargando de llevar mercancía a León era uno de los que llegaba a las reuniones en la casa, Edwin Castro Rodríguez, un joven estudiante de derecho. “Él se va a encargar de los camiones ahora”, fue lo que informó el hombre, pero no era más que un pretexto para seguir planeando el atentado, sospecha su hijo.
Cedeño Montenegro dice que desde que las reuniones secretas dejaron de hacerse en el patio de su casa, su padre aparentaba haber desistido de participar en el plan, pero el 21 de septiembre del 1956, cuando Rigoberto López Pérez disparó cuatro balazos al dictador en la Casa del Obrero, en León, “mi padre coincidentemente se encuentra en León”.
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El exteniente de la Guardia Nacional, Guillermo Marenco fue quien le presentó a Adolfo Alfaro, al hombre que estaba dispuesto a dar su vida para liberar a Nicaragua de la opresión de Somoza García. Fue en enero del mismo 1956, según dijo Alfaro a La Prensa en una entrevista en 1979.
Cedeño Montenegro relata que años más tarde su padre le contó que si bien el plan se venía preparando “más o menos desde finales del 54”, todavía no tenían claro quién iba a ser el que matara a Somoza y tampoco la fecha ni el momento exacto.
De hecho, López Pérez iba a cumplir su misión días antes, en un acto en la hacienda San Jacinto el 14 de septiembre, pero los conspiradores valoraron que era muy riesgoso porque ese día iban a desfilar estudiantes y la vida de inocentes podía estar en riesgo, cuenta el hombre.

Tras el reclamo de su familia, Cedeño García le tuvo que pagar un hotel a López Pérez en donde estuvo por una semana, hasta que Edwin Castro Rodríguez lo llegó a traer y se fue con él para León, a esperar el momento oportuno.
López Pérez acababa de llegar de El Salvador en donde se entrevistó con Alfaro y de quien aprendió a manejar armas cortas. En la entrevista, Alfaro asegura que él le enseñó que debía dispararle a Somoza del pecho para abajo porque el dictador utilizaba chaleco antibalas.
“Le hice ver que los ángulos de tiro efectivo eran viables por los costados y la parte baja”, mencionó Alfaro. A inicios de septiembre de 1956, López Pérez tenía 27 años. Los exiliados fueron a despedirlo al aeropuerto de San Salvador y Alfaro le dijo: “Si por cualquier circunstancia, no lo va a ejecutar, si pierde el ánimo o se pone nervioso, mejor se regresa a El Salvador”.
La respuesta de López Pérez fue: “Voy a hacer todo lo posible por actuar. No voy a regresar”.
Y no regresó.
La tarde del 20 de septiembre de 1956, Cedeño García salió de su casa con rumbo a occidente cuenta su hijo, porque de última hora, los conspiradores armaron un plan para crearle una oportunidad de escape a López Pérez.
El plan consistía en que Cornelio Silva con un grupo de gente iba a lanzar cohetes en la calle para distraer del ruido de los disparos y acto seguido, Ausberto Narváez, quien debía esperar en una esquina en un vehículo, iba a hacer una señal con las luces para que Cedeño García y Edwin Castro Rodríguez se tomaran una planta eléctrica y dejaran a oscuras el sector y que en la oscuridad pudiese escapar López Pérez.
“No funcionó. Quien sabe qué pasó, pero no funcionó. Mataron a Rigoberto y al resto los echaron presos”, comenta Cedeño Montenegro.
El asesinato de Somoza García se dio a eso de las 11 de la noche mientras estaba distraído leyendo un periódico durante una celebración de su nueva candidatura para presidente, en la Casa del Obrero. López Pérez disparó cinco balazos de un revólver 38, de los cuales cuatro quedaron en la humanidad del dictador.
En cambio, López Pérez recibió más de 50 balazos por parte de los escoltas de Somoza.
Somoza García fue llevado primero al hospital San Vicente de León, en la madrugada lo trasladaron a Managua, y partió en un avión hacia el hospital Gorgas en Panamá, en donde falleció la madrugada del 29 de septiembre de 1956.
En cambio, el cadáver de Rigoberto López Pérez quedó tirado en el piso de la Casa del Obrero. Su cuerpo fue llevado a una estación de la Guardia, pero nunca se supo dónde fue sepultado. Tras el triunfo de la Revolución Sandinista, López Pérez fue declarado Héroe Nacional de Nicaragua en 1981.
La noche en que el joven poeta mató a Somoza, la Guardia Nacional realizó una redada en todo el país que empezó en León, capturando a Cedeño García, Ausberto Narváez, Cornelio Silva y muchos otros opositores que no tuvieron nada que ver con el atentado. Edwin Castro logró ponerse a salvo con unos vecinos y fue hasta el mediados de octubre que la Guardia lo ubicó en la isla Juan Venado.
El día siguiente del asesinato de Somoza García, la Guardia también llegó a la casa de los Cedeño en Managua y detuvo a Julio Cedeño Montenegro.
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Cuando don Julio Cedeño García se dio cuenta que su hijo también estaba detenido, le dio una gran fiebre y una gran diarrea por los nervios. “Creyó que si me torturaban podían sacarme algo que lo incriminara a él”, cuenta Cedeño Montenegro.
Su padre fue llevado con los demás opositores a la cárcel La Aviación en Managua en donde estuvo siete meses detenido, mientras que él permaneció por ocho días en una delegación de la Guardia, cuyo capitán era Laureano García.
El abuelo materno de Julio, Jacinto Montenegro, resultó ser el tío de la esposa del capitán Laureano García, quien a su vez era sobrino de Somoza García. Según el hombre, su abuelo le suplicó al capitán para que lo entrevistara y que se diera cuenta que él no había tenido nada que ver con el asesinato del dictador.
Relata que en esos días no fue maltratado, pero sí lo obligaron a limpiar toda la delegación todos los días. Estuvo en una celda pequeña con capacidad para 10 personas, pero que habían 21 y solamente él y otro habían sido detenidos por razones políticas.
Fue hasta el quinto día que el capitán García lo entrevistó. Le preguntó a qué se dedicaba y que si sabía algo sobre la muerte de Somoza. “Yo le dije que no sabía nada obviamente”, detalla. Al octavo día lo dejaron ir.
Con su padre fue distinto. Los siete meses en que estuvo detenido fue golpeado, torturado, no le daban de comer y lo interrogaban por las noches. “Le preguntaban que cuál era su relación con Edwin Castro. Mi papá les decía que era una relación comercial y de eso tenía prueba por el negocio de los camiones”, cuenta Cedeño Montenegro.
El hombre relata que durante el juicio que empezó en enero de 1957, Edwin Castro no delató a su padre y gracias a ello fue que lo dejaron en libertad en junio de ese año.

Sin embargo, Edwin Castro, Ausberto Narváez y Cornelio Silva fueron condenados a 15 años de prisión por estar involucrados en el asesinato del fundador de la dinastía. El 18 de mayo de 1960, murieron acribillados bajo el argumento de que intentaron darse a la fuga
En cuanto salió de la cárcel, Julio Cedeño García se fue a El Salvador y años más tarde regresó a Nicaragua. Falleció en marzo de 1969 a la edad de 59 años. “No pudo ver el triunfo (de la Revolución) mi papá. Él decía que odiaba dos cosas: a las moscas y a los Somoza”, cuenta su hijo.