Etéreas e infelices, las diosas del cine de oro de Hollywood son un mito del séptimo arte que se pasea entre el glamour y la soledad. El interés por su belleza y sus historias tormentosas las ha mantenido con vida aún después de la muerte
Por Anagilmara Vílchez Zeledón
En el cine: diosas. En la vida real: mujeres tan frágiles como pájaros de papel. Marilyn Monroe, Ava Gardner, Vivien Leigh y Natalie Wood vivieron al filo de los extremos.
El hedonismo de Ava Gardner y su relación explosiva con el cantante Frank Sinatra. La fragilidad de Marilyn Monroe y su supuesto suicidio en 1962. Los tratamientos con electrochoques para contrarrestar la bipolaridad de Vivien Leigh y el terror consumado de Natalie Wood a morir ahogada son algunos de los hechos que Magazine explora en esta edición.
Divas con más de un matrimonio fracasado. Abortos, inseguridades y traición demuestran que para estas actrices en Hollywood no hubo gloria sin dolor.

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Como la espuma del champán que sube por el vidrio de una copa, la seda de su vestido escaló hasta el límite superior de sus muslos. Ahí estaba ella de pie sobre la rejilla y mientras desnudaba una sonrisa, con las manos trataba de apaciguar la tela que se insolentaba con cada respiro del metro de Nueva York.
La famosa escena de la rubia con el vestido plisado en la película La comezón del séptimo año, además de transformar a la actriz en un icono, provocó su divorcio con el beisbolista de los Yankees de Nueva York, Joe DiMaggio.
“Joe estaba horrorizado porque el vestido de su esposa volaba sobre sus rodillas, incluso encima de la cintura”, aseguró su amigo Donald Spoto, quien recuerda que DiMaggio, al igual que cientos de curiosos, presenció la grabación de la escena y no pudo soportar tal humillación para él “innecesaria”.
Ahora ataviada en negro, la rubia solloza ante las cámaras. Es el 28 de octubre de 1954. El abogado de la actriz toma la palabra para comunicar que después de pocos meses de matrimonio es oficial el divorcio entre ella y DiMaggio.
DiMaggio, considerado como uno de los mejores jugadores de la historia del beisbol, no fue el primer esposo de Norma Jean Baker. Antes de convertirse en Marilyn Monroe, Baker, de 16 años, se casó con James Dougherty, quien la recuerda como una muchacha hermosa y muy tímida.
Ambos sabían que en ese momento el matrimonio era lo único que podía evitar que a Baker la enviaran nuevamente con una familia adoptiva o a un orfanato. En estos lugares, durante su infancia ella, supuestamente, había sido víctima de abusos emocionales y sexuales.
Su madre, Gladys Baker, nunca pudo hacerse cargo de ella. La inestabilidad económica y sentimental de esta mujer que llegó a Hollywood buscando fortuna le impidió criar a la pequeña que nació el 1 de junio de 1926. Cuando intentó hacerlo, en 1935, sufrió un severo ataque mental y fue internada. Así su hija de nueve años fue remitida por primera vez a un orfanato.
De su infancia Monroe recuerda que nunca nadie le dijo que era bonita y que siempre anheló el cariño de un padre al que nunca conoció.
A su estatus de “huérfana” zurció sus más grandes deseos y temores. Amó el cine desde niña. Sus familias adoptivas la mandaban sola a ver películas hasta el anochecer. Allí sentada frente a la gran pantalla cientos de mariposas revoloteaban en su estómago cada vez que miraba a sus ídolos actuar. Una vez en la gloria afirmaría que “soñar con ser una actriz es mucho más excitante que ser una”, pues la fama no le servía de abrigo en las noches frías.
En 1960, Marilyn Monroe era un cascarón a punto de quebrarse. La industria a la que le vendió el alma la había defraudado y después de un par de años de matrimonio se estaba divorciando de nuevo, esta vez de su tercer esposo: Arthur Miller.
Años antes, Monroe decidió demostrar que podía ser algo más que un símbolo sexual. Se mudó a Nueva York para estudiar actuación. Un día en la Gran Manzana estaba sentada en un café con el actor Eli Wallach cuando cerca del lugar colocaron una enorme fotografía de ella en la película La comezón del séptimo año.
Wallach cuenta que Monroe “miró cómo su falda volaba por el aire y me dijo:
—¿Ves? Eso es todo de lo que piensan de mí”.
En Nueva York conoció al dramaturgo Arthur Miller. Se casaron en 1956, un año después, Monroe, cuya mayor aspiración y miedo según ella era ser madre, sufrió un aborto que la empujó a una crisis nerviosa.
Atada a los antidepresivos consiguió actuar en Los inadaptados, escrita por su esposo y coprotagonizada por su ídolo de la infancia: Clark Gable. Al legendario actor la impuntualidad de la actriz le irritaba hasta el punto de asegurar que lo mataría de un infarto. Tan solo tres semanas después de concluir el rodaje de la cinta, Gable murió de un ataque al corazón. Marilyn estaba destrozada. Lloró durante dos días en los que no pudo comer, ni dormir.
“¿Qué tan bien estoy? No puedo tener hijos. No puedo cocinar. Me he divorciado tres veces. ¿Quién querría ser yo?”, afirmó la actriz, quien fue recluida en una institución psiquiátrica. Su peor temor le mordía los talones, no quería ser como su madre. Joe DiMaggio la sacó de la pesadilla y la acompañó hasta que se sintió “bien”.
Monroe, en un intento desesperado por resucitar su carrera en 1961, participó en la cinta Algo tiene que ceder. Aceptó hacer su primer desnudo en cámara y de 30 días de grabación solo se presentó a 13 en los que olvidaba constantemente sus parlamentos.
El 19 de mayo de 1962, se escapó del set del filme para asistir a la fiesta del cumpleaños número 45 de J.F. Kennedy. Después de un par de copas de champán subió al escenario y cantó al presidente con el que, presuntamente, había sostenido encuentros furtivos en su suite de soltero en el Hotel Carlyle de Nueva York.
Cuatro meses después en un día caluroso de agosto yacía boca abajo y desnuda en su cama. Un frasco de Nembutal con fecha del día anterior era su única compañía.
El cinco de agosto de 1962 a las 3:50 a.m. la declararon muerta. “Envenenamiento por barbitúricos producido por una sobredosis”, fue la causa oficial de su deceso.
Peter Lawford, cuñado del presidente John F. Kennedy, fue la última persona con la que la escucharon hablar por teléfono. Lawford es el mismo hombre del que Monroe escribió en una libreta que data de 1956, asegurando sentir “miedo” de que “Peter me haga daño, me envenene”. De ahí se sustentan las teorías de que su muerte fue una conspiración presidencial o de la mafia. “Todo lo que existe sobre el caso de Monroe cabe en un archivo”, revela el programa del Discovery Channel, Reescribiendo la historia.
A pesar de la contaminación de la escena y de las pocas pruebas que se guardaron de la misma, ellos descartan que Norma Jean Baker falleciera por sobredosis accidental u homicidio. El suicidio es según ellos la causa más probable, pues no era la primera vez que lo intentaba, la diferencia es que en las ocasiones anteriores la actriz pidió ayuda a tiempo.
Asesinato, suicidio, o accidente eso aún es un enigma, lo que sí es un hecho es que el cuatro de agosto de 1962, Marilyn Monroe, de 36 años, murió en soledad. Como siempre había vivido.

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Vestida de azul se mueve con la afilada sensualidad de un felino. Ava Gardner no parecía estar interesada en ser una diosa, aunque sabía actuar como una. Ella jalaba suspiros. Por algo le llamaron “el animal más bello del mundo”. La “femme fatale” que se escondía detrás de las esmeraldas que brillaban en las cuencas de sus ojos, vivió para vivir. Gardner fue la “condesa descalza” y el delirio del actor y cantante apodado “La Voz”: Frank Sinatra.
Ava Lavinia Gardner llegó a Hollywood por casualidad. Un retrato de su rostro adornaba la tienda fotográfica de su cuñado cuando un mensajero de MGM la miró. Tal fue la impresión que le causó al joven que este llevó la fotografía donde el director de la compañía cinematográfica.
En 1942, recién llegada al cine, Gardner se casó con el actor Mickey Rooney. Un matrimonio con constantes discusiones en las que salían bailando las amantes de él y los gustos sexuales de ella. Se divorciaron en 1943.
Tres años después, la actriz protagonizó Los Asesinos, cinta en la que aprendió a emborracharse. Vicio al que le debería, según ella, “los peores errores” de su vida. “Y no me importa un carajo qué hora del día es, yo simplemente tomo demasiado”, le confesaría Gardner al periodista Peter Evans durante “las conversaciones secretas” que luego le pediría que jamás publicara.
Su segundo esposo fue el clarinetista Artie Shaw. Él alimentó los complejos de la actriz que se declaró “profundamente enamorada de él”. A su lado nunca se sintió valorada como persona, como esposa y como mujer. “Era tratada como una especie de mascota”, aseguró Gardner. Él la dejó una semana después de su primer aniversario.
En 1949, “el animal más bello del mundo” conoció a Frank Sinatra. El cantante estaba casado y era padre de tres hijos, pero Gardner y Sinatra se enamoraron hasta los tuétanos. Inmediatamente iniciaron una aventura. La opinión pública a él lo perdonó. A ella la hizo pedazos. “Si tuviera que regresar en la historia de Hollywood y nombrar a dos personas apasionadas y desesperadamente enamoradas diría que Ava Gardner y Frank Sinatra lo eran”, asevera la columnista Liz Smith.
Ava estaba en la gloria de su carrera. Él no tenía ni un centavo. Se casaron en 1951, tan solo 72 horas después de que él se divorciara.
Billy Grimes, sobrino de la actriz, afirma que en 1952 en el set de Mogambo Gardner se dio cuenta de que estaba embarazada y “se escapó a Londres a hacerse un aborto”. Como cuenta Gardner en su autobiografía, después de eso Sinatra y ella no se podían ver el uno al otro. Llamadas a larga distancia con disparos en la otra línea y mensajes de despedida eran parte de la tempestuosa relación que el cantante y la actriz mantenían. El matrimonio terminó en 1957.
33 años después la misma mujer que como una pantera se movía en Los Asesinos con un paso menos sinuoso se marchó para siempre el 25 de enero de 1990. Murió de neumonía, a los 67 años. Después de dos infartos y un rosario de malas decisiones Ava Gardner sola, enferma y endeudada decidió apartarse de todo y de todos cuando reconoció que ya no encontraba al “animal más bello del mundo” bajo las grietas de su piel.

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Engalanada como la princesa Cleopatra, azotaba a un esclavo mientras corría sobre el piso de mármol. De pronto “resbaló y cayó pesadamente”. Eran los años de ebullición de la Segunda Guerra Mundial y Vivien Leigh a pesar de los bombardeos rodaba la película César y Cleopatra. Tres días después de su caída sufrió un aborto que detonó en ella una enfermedad mental.
Vivian Mary Hartley nació el cinco de noviembre de 1913 en Darjeeling, India. La pequeña creció entre los lujos y la calidez de la India, pero a los seis años por decisión de su madre fue enviada al Convento del Sagrado Corazón en Roehampton, Inglaterra. El frío del lugar le roía los huesos, mientras ella aprendía a hablar con el perfecto acento oxfordiano.
Vivian, antes de descubrirse como actriz, ensayó como ama de casa y madre. A los 19 años, con su primer esposo Leigh Holman, tuvo a su única hija: Suzanne.
Al poco tiempo Vivian se cambió el nombre a Vivien Leigh y encontró en el teatro su pasión. En 1935 debutó en La Máscara de la Virtud, allí la miró Laurence Olivier, de quien Leigh “estuvo enamorada hasta sus últimos días y conservaba su foto y cartas de amor junto a la cama”, cuenta el director Stanley Krammer.
Ambos estaban casados y debían verse a escondidas. Una vez divorciados de sus respectivas parejas pudieron unirse en matrimonio en 1940.
Un año antes junto a Clark Gable Leigh interpretó el que sería el papel de su vida: la caprichosa pelirroja Scarleth O’Hara en la atemporal película Lo que el viento se llevó. Aunque esta joven inglesa nunca había visitado Estados Unidos se dedicó a pulir un acento sureño que encajara con el de O’Hara. Partió de Gran Bretaña decidida a ganarse la interpretación del personaje femenino más codiciado de la época. Aunque su determinación no solo le mereció el rol, sino también su primer Óscar.
Ceñida a una vida casi perfecta, Leigh comenzó a tener constantes y pronunciados cambios de humor. Su comportamiento era maniaco depresivo.
“Debe haber sido horrible saber que una sombra se cernía sobre ella”, asegura el actor Sir John Gielgid. Entre la crema y nata del teatro inglés se sabía que los electrochoques eran parte del tratamiento de Leigh. “A veces se apartaba temblando. Recobraba el control y volvía a escena. ¡Lo había logrado! Y empezaba a temblar de nuevo”, confiesa Krammer.
Su marido al sentirse impotente se alejó de ella y encontró en una mujer más joven la estabilidad que ya no hallaba en Vivien. Ella por su parte “no podía escapar de sí misma”.
Murió el siete de julio de 1967. Leigh, de 53 años en el escenario y frente al espejo, había aceptado que tenía pliegues en la piel y una incontrolable bipolaridad. A finales de los 60 la tuberculosis la convirtió en una mujer tan frágil como la porcelana. Hasta ese momento dejó de actuar.

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Su cuerpo apenas cubierto con un camisón de franela y un par de calcetines flotaba boca abajo entre la penumbra del océano Pacífico.
“Natalie, debes tener cuidado con las aguas oscuras porque te vas a ahogar”, le advertía siempre su madre desde el día en el que una gitana, supuestamente, le predijera la fama y la muerte de la pequeña que llevaba en su vientre.
Cuando encontraron a Natalie Wood en la madrugada del 29 de noviembre de 1981 había rasguños en su cara y moretones en sus extremidades que “ocurrieron antes de su entrada en el agua”.
Según el dictamen forense, en ese momento su cadáver aún no había sido alcanzado por la “rigidez de la muerte”, por lo que sospechan que la actriz de 43 años pasó varias horas en el agua antes de morir.
El día anterior, a eso de las once de la noche, Natalie Wood conversaba con su coestrella en el filme Proyecto Brainstorm, Cristhoper Walken. La plática entre ambos fue demasiado amena para el esposo de Wood, Robert Wagner. Entre celos y alcohol la pareja inició una pelea que incluyó botellas rotas e insultos. Presuntamente la discusión terminó en el camarote del matrimonio.
Fue la última vez que Walken y Dennis Davern, capitán de El Esplendor, vieron a la actriz con vida.
Natalie Wood y el actor Robert Wagner se conocieron en 1956. Wood tenía 18 años y Wagner 26. Ella lo admiraba desde niña y en 1957 no vaciló en aceptar su propuesta de matrimonio cuando en una copa de champán encontró un anillo que tenía escrita la leyenda: “Cásate conmigo”.
La unión duró poco, en 1962 se divorciaron. “No había nada malo que resolver en el otro, sino con nosotros mismos”, confesó Wood en una entrevista en 1980.
Natalia Nikolaevna Zacharenko, llamada por cariño Natasha, empezó a actuar antes de aprender a leer. Su madre, una inmigrante rusa de nombre María, por los presagios de una pitonisa, estaba convencida de que la niña sería una estrella y se encargó de que así fuera.
Con el entrenamiento de su madre, Natasha ganó un contrato que exigía a sus padres buscar para la pequeña actriz un nombre más “americano”. Así nació Natalie Wood.
Rebelde sin causa, profesionalmente fue su oportunidad de demostrar que era algo más que una niña prodigio. En el filme interpretó a Judy, la novia del personaje que encarnó el actor James Dean, quien falleció en 1955, poco después de finalizada la grabación de la película. La muerte prematura del actor convirtió la historia en una leyenda. Wood consiguió su primera de tres nominaciones al Óscar.
En 1970 Wood se convirtió en madre. Después del fracaso de su matrimonio con el inglés Richard Gregson, la actriz de 33 años se reencontró con su primer esposo, Robert Wagner. Se casaron de nuevo en 1972.
El libro Adiós Natalie, adiós esplendor, publicado en el 2010 y escrito por el capitán del yate Dennis Davern, 30 años después de la muerte de la actriz reveló espinosos detalles de las últimas horas de Wood que supuestamente permanecieron ocultos a petición de Robert Wagner.
Según Davern, Wagner estaba con Natalie cuando esta cayó al agua y el actor se negó a encender las luces para buscarla o a notificar de inmediato su desaparición. “Déjala ahí que aprenda una lección”, fueron las palabras de Wagner, aseguró Davern.
Después de las once de la noche del 28 de noviembre de 1981 cerca de la Isla Catalina, donde navegaba El Esplendor, había otro yate en el que tres de sus pasajeros escucharon a una mujer gritar por ayuda. Marilyn Wane fue una de ellas y cada vez que piensa en esa noche aún la oye desesperada suplicando en la oscuridad:
—¡Ayúdenme! ¡Que alguien me ayude por favor, me estoy ahogando!
“La habríamos encontrado y ella estaría viva hoy”, lamenta el socorrista en retiro Róger Smith. En el 2011 se reabrieron las investigaciones y en 2012 se modificó el dictamen forense, alegando que en el caso de Wood “la causa de la muerte se debe dejar por determinar”.
En 1949, durante la filmación del drama La promesa verde, Natalie Wood de once años cayó sobre el agua y se quebró una muñeca. Del susto le quedó un bulto y una fobia a morir ahogada. “El agua. Aguas oscuras, agua del mar o agua de río. Siempre me ha aterrado, y sigue haciéndolo”, confesó la actriz un año antes de aparecer flotando sin vida en el océano Pacífico.