Después de la fama

Reportaje - 10.05.2015
Shantall-Lacayo

Cantaron, diseñaron, actuaron, modelaron. Nicaragua los siguió orgullosa. Los vieron reír, llorar. Ganar, perder, pero ¿sabe usted dónde están hoy los nicaragüenses que vivieron la fama en algún evento de corte internacional?

Por Anagilmara Vílchez Zeledón

De vuelta a casa

Shantall Lacayo en 2010 quedó entre los tres finalistas de la primera temporada del aclamado show de moda Project Runway Latin America. El programa la catapultó como diseñadora y disparó su fama. Fue imagen de distintas empresas, con éxito abrió su atelier y fue escogida para estar detrás del proyecto Nicaragua Diseña.

“Yo era la arpía”, sentencia Shantall Lacayo. En la lotería de roles, definidos por la presión a la que sometían a los 15 diseñadores en el programa de telerrealidad Project Runway Latin America, ella, por su carácter fuerte y explosivo, se quedó con el que requería tomar las decisiones duras. Las cámaras la seguían a todos lados. La grabaron en los momentos de tensión —cosiendo, corriendo, gritando justo antes de una pasarela—, en los de alegría —al entrar por primera vez al taller en el que trabajarían o ganando varios desafíos–. Grabaron los mejores y peores momentos de su vida.

Ese era el precio que esta nicaragüense debía pagar por entrar a la primera temporada en América Latina de un show aclamado por la crítica y seguido por la audiencia.

Era el año 2010. Tenía tres años de haber llegado a Argentina en busca de una oportunidad como esa. Estudiaba diseño de moda y tecnología textil en Buenos Aires, rentaba un apartamento y prescindía de lujos para poder pagar la renta. En Nicaragua estudió Mercadeo, montó su taller, ahorró y vendió algunas de sus pertenencias para poder costearse el viaje al país suramericano. Un lugar en el que no encontraba trabajo.

“Sufrí muchísimo”, reconoce hoy Shantall Lacayo. Hace cinco años se subió a una montaña rusa de emociones, hace cinco años se enteró del casting para el programa de moda. Lo supo a través de su mejor amigo. “Me dice que viene Project Runway Latin America y que no sea una tonta, que mande mis papeles, entonces yo los mando y cuál es mi susto después de un mes que me llegan a decir que había quedado preseleccionada. ¡Casi me muero!”, recuerda.

Fue una de los 15 diseñadores que participarían en la primera edición grabada en Argentina. Era la única centroamericana. Todos los participantes estarían internos en apartamentos, incomunicados y con una única responsabilidad: crear. “Estoy clara hoy por hoy en mi vida que nunca voy a poder estar tan inmersa en lo que es el proceso creativo como esa vez”, admite.

Quería ganar. Tenía sed de triunfar. “Me había costado tanto. Lo había esperado tanto”, enfatiza hoy desde su atelier en la ciudad de Managua.

Shantall Lacayo desde que salió de Project Runway ha presentado más de diez colecciones de prendas diseñadas por ella. Roza los 30 años y tiene varias tiendas en distintos puntos de Nicaragua.

No se queda quieta. Recién regresa de Ecuador y en unos meses viajará a París y a España. A este último irá por una consultoría que el Ministerio de Fomento, Industria y Comercio (Mific) realiza para identificar en Europa el mercado que consumirá productos nicas.

En octubre, Lacayo dirigirá otra edición de Nicaragua Diseña, el proyecto que el Gobierno de Nicaragua le encomendó a través del Instituto Nicaragüense de Turismo (Intur) y que sirve de plataforma para los nuevos y antiguos talentos nicas que se decantan por la moda.

Quiere introducir sus diseños al mercado mexicano, ya los vende en Panamá. Persigue la idea de desarrollar una escuela para preparar a otros artistas con las herramientas correctas.

Hace años inauguró su atelier y tiene un equipo de más de cinco personas que trabajan con ella. Sueña con rescatar y conservar las técnicas de telar de los aborígenes de Nicaragua y se casará el año que viene con su “primer amor”. En el 2014 regresó a vivir a Nicaragua, después de seis años en Argentina y un tiempo en Nueva York.

Era como si manejara a 100 kilómetros por hora una bicicleta y de repente la frenara. Al menos así lo sintió ella. “Salir (de Project Runway Latin America) fue como entrar al vacío”, asevera.

Cuando Shantall Lacayo tuvo que abandonar el programa estaba tan cerca de alcanzar su sueño “y se me fue”, lamenta.

Era una de las tres finalistas. Doce diseñadores se habían despedido ya de los 20 mil dólares que les darían para comenzar su propia colección. Doce le dijeron adiós a la posibilidad de presentar su trabajo en el Puerto Rico High Fashion Week. Doce nunca tuvieron una portada y un artículo en la revista ELLE México. Doce... La final fue cruda. Solo uno podía ganar y era el turno del colombiano Jorge Duque.

Así, de golpe, se terminaban los tres meses más agitados y surrealistas de la vida de Shantall Lacayo.

Nunca antes había estado tan tensa y estresada “y tan expuesta al público, no solo al jurado sino también a las cámaras, al director, a todo ese escenario, ¡al mundo! A las críticas en Facebook a la gente que te amaba, a la gente que te odiaba”, cuenta.

Y es que esa es la dinámica de los reality shows o programas de telerrealidad. Este es un género de televisión que se popularizó en los 90, aunque su partida de nacimiento, según expertos, fue expedida hace un par de décadas.

En su formato más actual, estas series exponen, para deleite del público, la vida de sus participantes como si fuesen personajes de cristal. Totalmente transparentes. Así los fanáticos sienten afinidad por unos o rechazan a otros. El género, adictivo por cierto, fue evolucionando de forma tal que se incluyeron los concursos. Bastaba reunir a un grupo de personas con un fin en común, crear desafíos entre ellos y que solo uno se quedara con el premio al final. Les llaman Reality Show o Concursos de telerrealidad y los hay en todas las categorías: cocina, modelaje, canto, diseño...

Mucho se ha dicho o escrito sobre el impacto psicológico en los participantes luego de someterse a tales niveles de presión y exposición. Incluso hay un síndrome en su honor: “El síndrome del Show de Truman”.

“Al final te hacés muy amigo de la gente que está ahí pero es un concurso y tenés ambiciones (…) todo este tipo de realities tienen todo un patrón, un guión psicológico como para poder llevarte a ese tipo de situaciones. Bajo otras circunstancias vos podrías controlar un poco más tu carácter, pero toda la situación te lleva a explotar y a quebrarte”, explica Shantall.

Una vez el show terminó, ella tomó su experiencia y la transformó en oportunidades. Evaluó sus habilidades, examinó sus fallas y empezó de cero. Estaba más decidida que nunca a alcanzar el éxito.

Amediados de abril, en un viaje que hizo a Ecuador, Shantall Lacayo se encontró con Jorge Duque, el diseñador que el jurado escogió en Project Runway Latin America. “Hace cinco años no lo veía. Fue el que me ganó (…) Es una persona maravillosa pero es doloroso, son muchas emociones que toca y al mismo tiempo sentarme con él y ver cómo ha crecido en su trabajo, lo bien que trabaja me hace una vez más darme cuenta de todo lo que me falta”, asegura Lacayo.

Por ahora están en negociaciones para ver si el equipo de él viene a Nicaragua a capacitarse o si ella lleva al suyo a Colombia. Se trata de “llegar a vencer el ego”, confiesa.

fotos oficiales de la primera temporada de Project Runway Latin America. Shantall Lacayo
Esta es una de las fotos oficiales de la primera temporada de Project Runway Latin America. Shantall Lacayo en la esquina inferior derecha.

De dientes y boleros

A sus 10 años Lucila Moreno, conocida como “La Rancherita”, representó a Nicaragua en México en el show de canto Código F.A.M.A. Internacional. A su regreso al país se convirtió en una niña “estrella”

Justo en esas mismas manos blancas y pequeñas que ahora sostienen un par de utensilios puntiagudos alguna vez hubo un micrófono, un acordeón.

Sus herramientas están dispuestas en fila, amenazantes. Lucila Moreno toma una y la clava en la cavidad bucal de algún cristiano.

En la clínica número dos de odontología de la Universidad Católica (Unica) no hay música. El único ruido que reverbera es el de los taladros que los demás estudiantes usan o el de algún otro metal chocando contra los dientes de un paciente.

Aquí no hay lentejuelas ni colores brillantes. “La Rancherita”, como se le conoce desde que era niña, está enfundada en una pijama azul y una bata blanca.

Cursa el cuarto año de su Odontología. Le falta uno para egresar, cuenta.

“La gente que me reconoce se sorprende porque jamás se imaginan que estoy estudiando esta carrera que está tan aislada de la música”, dice.

Tiene 20 años ahora. Diez han pasado desde que viajó a México representando a Nicaragua en el concurso Código F.A.M.A. Internacional, un reality show producido por la cadena Televisa.

Primero tuvo que vencer a unos 500 niños que participaron en las audiciones nicaragüenses. Cantó a capela, pasó por una entrevista, superó una prueba de teatro y llegó a la semifinal. Cuando quedaban 10 niños nada más, cantó un popurrí de temas armado por su papá y mánager, Franklin Moreno, fundador del Mariachi Garibaldi de Nicaragua.

“Gracias a Dios gané el concurso y representé a mi país orgullosamente en México ante 20 países”, recuerda Moreno.

Seis años habían pasado desde el día que se robó el show cantando Amor eterno. Su papá y su hermano le inspiraban. Se quedaba escuchando los ensayos del mariachi, colándose en las canciones.

En abril de 2005, acompañada por su padre viajó a México, se internó en una casa durante un mes con decenas de niños cuyos movimientos eran escuchados y grabados, educó su voz y su baile y cantó en vivo Campos verdes, del cantautor nicaragüense Salvador Cardenal. “Conocí a varios artistas, a Tony Meléndez, a Lucero, Pedro Fernández, David Bisbal, Verónica Castro...”, asegura.

El Código Diamante se lo llevó Elizabeth Suárez, representante de República Dominicana, pero “Lucy” se quedó con su Código Oro. “El concurso era muy peleado, muy difícil, los niños tenían mucho talento”, asevera.

Lo más duro fue estar lejos de su familia. Lo más gratificante: adquirir autosuficiencia, compartir culturas, hacer amigos. Una de las más cercanas fue la argentina Laura Esquivel (famosa por protagonizar después la telenovela Patito feo). Esquivel una vez que finalizó Código F.A.M.A. la invitó a un programa en Argentina. Moreno también fue enviada por Televicentro Canal 2 a El Familión en Panamá.

Hoy “La Rancherita” hace malabares con su tiempo. Es una de las mejores alumnas de su generación, asegura, ensaya después de clases y tiene presentaciones individuales o con el Mariachi Garibaldi. Ya posee cinco discos como solista. “Estamos buscando el sello de la disquera para lanzarme a nivel internacional”, dice.

Lucila Moreno

 

La reina se convierte en maestra

Fue la única nicaragüense en la competencia y la participante que se llevó la corona. En 2011 Nastassja Bolívar fue Nuestra Belleza Latina, con el título llegó un contrato con la cadena Univisión en Estados Unidos, miles de dólares en premios y una prometedora carrera como miss y modelo.

Nastassja Bolívar había tenido un año oscuro. Su abuelo materno murió de cáncer. Tuvo que dejar la escuela por motivos económicos... “Estaba en la cama, no se me va a olvidar nunca, en pláticas con mi mamá, llorando, en esa depresión, cuando veo un anuncio de (Nuestra) Belleza Latina”, recuerda.

La joven trigueña, de madre nicaragüense y padre colombiano, trabajaba en una clínica veterinaria y estudiaba en la Academia de Artes de Miami. Tenía 22 años.

Motivada por lo que había visto en la televisión decidió ir al casting del programa de la cadena Univisión. Ella y otras cinco mil muchachas aproximadamente. “Eran unas filas enormes, hubo que dormir en las filas para muchas poder tomar turno y entrar. Yo lo logré”, cuenta desde Estados Unidos Nastassja. El número de aspirantes poco a poco se fue reduciendo. De 840 que habían llegado a Miami, quedaron 48, luego 24, entre ellas Nastassja.

Veinticuatro de cinco ciudades: California, Miami, Chicago, Nueva York y San Antonio. Ciento veinte en total. Doce serían las seleccionadas al final.

Era la quinta temporada del show de telerrealidad en el que se aísla a las candidatas por tres meses, sometiéndolas a retos de pasarela, actuación y baile, cambios de imagen, entrenamiento escénico... En fin, presión televisada o como diría ella “entrar a una pecera pública”. Todo por la corona y un jugoso contrato con Univisión.

“Cada semana que me mantenía firme en la competencia, era porque el público desde fuera apoyaba mi participación en el programa y eso era muy alentador (...) El certamen de 2011 rompió récords de audiencia”, asevera Bolívar, quien decidió representar a Nicaragua en honor a su abuelo materno Francisco Cifuentes.

Aquí, quienes seguían cada episodio del programa la vieron llorar en un ceñido vestido rojo. La vieron luchar con su español y su dicción. La vieron bailar, ganarle a las críticas a su físico, a su nariz. La vieron, sobre todo, llevarse el título de ese año. El único que Nicaragua tiene hasta ahora en un reality show internacional.

“La noche que gané, los nicas salieron a las calles con nuestra bandera y lo celebraron con júbilo, al igual que yo, esta corona es de mi gente nicaragüense, que siempre me ha apoyado”, comenta.

Cuatro años después de ese día, Nastassja continuó acumulando premios. Trabajó para Univisión, venció en Miss Nicaragua 2013, se coló entre las finalistas de Miss Universo, ganó Mejor Traje Nacional en el concurso... En ese tiempo confesó haberse sometido a dos cirugías estéticas, una rinoplastia y un aumento de senos.

En tierra nica esta miss también vivió momentos amargos que fueron publicados y comentados a diestra y siniestra: las disputas con la franquicia de Miss Nicaragua y su ausencia en la coronación de su sucesora.

Por ahora Bolívar regresó a Estados Unidos. Allá Nuestra Belleza Latina la contrató en 2015 como maestra en la última edición del programa. “Estuve tres meses asesorando y trabajando en el área social, con entrevistas a famosos que visitaron la mansión de la belleza y el set de grabaciones del evento, trabajé para Uvideos, en segmentos para las redes sociales. Estoy preparándome para participar en unos programas de Univisión que vienen en camino”, confiesa a Magazine.

Aunque fue hace unos días, el 3 de mayo, que dio a luz a uno de sus añorados proyectos personales: La inauguración en Miami de la “Academia Bolívar”. Un espacio en el que se capacitará a los alumnos en distintos aspectos de la belleza, modelaje, nutrición, protocolo, etiqueta, por citar algunos. Nastassja y un equipo de expertos participarán en la formación de sus pupilos. Sin embargo, esta no es su primera experiencia. En años recientes ha trabajado también con Miss Mundo Nicaragua y Miss Teen Nicaragua. Además diseña su línea de ropa y accesorios. Sus planes están claros: “Me veo en el futuro alternando en los medios de comunicación y como una empresaria de éxito, si Dios me lo permite”.

Nastassja Bolívar en su participación en Nuestra Belleza Latina.

 

El ídolo LATINOAMERICANO

En Latin American Idol,

fue reconocido como uno de los seis mejores cantantes del continente. Así se convirtió, en el 2008, en el ídolo nica, con admiradoras, portadas de periódicos y una multitud de fanáticos esperándole en el aeropuerto a su regreso de Argentina, país donde se grabó la versión latina del show anglosajón que llegó a tener más de 30 millones de televidentes.

Sus primeros conciertos fueron de frente a la pared y con las miradas del público clavadas en su espalda. Se aferraba a “Samantha”, su guitarra electro acústica de color azul, rascaba sus cuerdas y dejaba que su voz fluyera mientras apretaba los ojos. No quería ver a nadie. Temía que a sus familiares no les agradara lo que estaban escuchando.

José Manuel Espinosa tenía 17 años y era tímido. Ridículamente tímido, aclara.

Había aprendido sus primeros acordes con tutoriales de YouTube. Le apasionaba la música pero sus padres le decían que “no tenía personalidad de artista”.

Miraba American Idol deseando estar ahí. Era el reality show que cazaba a los mejores cantantes, a las estrellas, un programa que en su mejor época llegó a ser visto por más de 30 millones de personas y que en 2006 lanzó su versión para América Latina.

Tres temporadas pasaron para que un nicaragüense pudiera audicionar en el show. En 2008, por primera vez el jurado llegaría a Panamá para buscar talentos.

“Yo le dije a mis padres: Voy a ir a audicionar a Panamá para el programa. Y me dijeron que no”. Insistió. “Lo más seguro es que no la voy a hacer, voy a regresar el domingo y solo quiero quitarme esa duda de la cabeza, no quiero tener 40 años y decir qué hubiera pasado si hubiera ido”, les dijo.

Se fue en bus. Se fue sin conocer a nadie. Se fue con “Samantha” y sus ahorros.

Llegó a un estadio de beisbol con casi cuatro mil personas dentro. Así fue pasando, de ronda en ronda, de colador en colador. Hasta que estuvo frente a la mesa de jueces. Interpretó dos canciones. Una del dúo Sin Bandera. Otra de Luis Miguel. Ambas a capela, cerrando los ojos, frunciendo el ceño

“Entro. Yo estoy súper, perdón por la palabra, cagado, cagado, un miedo horrible”, admite. Los jueces creyeron que era un asunto de actitud y que era arrogante. De cualquier forma le dijeron: “Bienvenido a Latin American Idol”.

Se llama Kamylle. Es rubia. Risueña. Tiene una diminuta guitarra azul y una gran actitud. En fotos se ve suave y dulce como el jazz o ruda como el blues.

Kamylle es la hija de José Manuel y Darling Dietrich. Ambos artistas. Llegó en el 2011 a sus vidas.

Tres años después que José Manuel Espinosa volviera de Argentina y fuese recibido por cientos de fanáticos en el Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino. “Después de irme en bus con mi chanchito y mis ahorros, bueno seguía pobre, pero ya regresando con esa disque ´fama´. Ver que la gente estuvo ahí en las buenas y en las malas apoyándome, no me lo podía creer, yo me sentí como que fuera el Presidente”, recuerda Espinosa.

En Matagalpa donde creció, le esperaba una caravana de vehículos. Luego llegaron los conciertos, las firmas de autógrafos, todo como agradecimiento al apoyo recibido durante el concurso.

Después vendría Sossimo, la banda que fundó con quien fuera su cuñado. Componían y tocaban. Sus canciones eran en inglés principalmente, lo que les restó un par de seguidores. “Eso me desanimó”, dice. Estuvieron más de un año juntos. El grupo luego se disolvió.

En 2010 en los Premios Claro a la música nicaragüense, José Manuel ganó como Mejor cantante masculino del año.

Participó como actor y modelo en casi una decena de comerciales de compañías telefónicas y otras marcas. “Conmigo se quedaron un buen tiempo. Eso fue cool porque por lo menos ya que no estaba haciendo tanta música, me mantenía en la luz ”, asegura.

En esa época se enfocó en terminar su carrera universitaria. Así se fue alejando de los escenarios.

“Vivir de la música, esos planes, dejaron de existir (...) lo malo es que yo desde el principio debí haber tenido un manager, que me pudiera manejar, haber tenido un plan (...) yo sé que la música en general es difícil pero creo que en este país es mucho más”, reconoce.

Tenía responsabilidades y empezó a trabajar cantando jingles, prestó sus cuerdas vocales para un par de anuncios. “Esos 20 minutos (tiempo que tardaban grabándolos) era para mi como estar en Disneylandia”, dice.

Abandonó el trabajo fijo que tenía --“en mi inmadurez”, subraya-- y decidió explorar otros horizontes. Así quedó desempleado.

Como su primer idioma es el inglés (José Manuel nació en México pero su familia se mudó por un tiempo a Estados Unidos) consiguió empleo en dos Call Centers. En uno vendió teléfonos, “siempre he sido buen vendedor y más teléfonos porque mi otro hobby es la tecnología”, asegura. El trabajo era agotante, rutinario y a años luz de la música. Para entonces ya se había graduado de Marketing y Publicidad con un posgrado en estrategia publicitaria.

A finales del 2012, le pidieron cantar un par de piezas en El Rey León, el musical, a beneficio de la Asociación pro Niños Quemados de Nicaragua (Aproquen). Por casualidades de la vida, o suerte como él dice, terminó convirtiéndose en el protagonista de la obra.

Coronado con un penacho, se puso en la piel del príncipe Simba. Aprendió los parlamentos, interpretó las canciones, actuó en la Sala Mayor del Teatro Nacional Rubén Darío. Para él “fue una experiencia muy gratificante”.

Hoy trabaja en una empresa creativa especializada en realización de anuncios para radio y televisión, grabación de documentales y programas televisivos.

Ahí es Técnico de imagen digital (Digital Image Technician) apoya las grabaciones, selecciona las tomas, hace la primera corrección de color y “soy como asistente de director. Hago de todo un poco pero me encanta”, explica.

Contrario a lo que se creía, Gustavo Sánchez Mas (q.e.p.d.) no era el tipo duro que parecía. Tampoco tenía riñas con José Manuel, como se afirma en algunas reseñas de esa tercera temporada. El antiguo mánager de Chayanne y juez de Latin American Idol “era la persona más linda de todo el grupo (…) llegaba a los camerinos a desearnos suerte”, aclara el ídolo nicaragüense.

Sánchez Mas en uno de los conciertos incluso le dijo: “Si me metí contigo más fuerte que con nadie, es porque te considero uno de los personajes más fuertes de esta temporada (...) Me gusta mucho como cantas”.

En el reality todo, en términos generales, estaba orquestado de tal forma que cada lágrima, nota o emoción encajara en su sitio. José Manuel Espinosa lo supo de primera mano. En uno de los primeros shows en vivo, al enterarse que estaba entre los tres concursantes con menor número de votos se puso a llorar, sus compañeros lo consolaron y con eso quitaron protagonismo al otro ídolo que recién había sido eliminado.

Después del incidente hablaron con José Manuel y le recomendaron contenerse en televisión. Por eso el día que le dijeron: “Lo lamento amigo, estás fuera de la competencia”, aunque se le arrugara el sueño no soltó una sola lágrima. Quedó entre los seis finalistas. “Uno de los seis mejores cantantes del continente”, aclaró Monchi Balestra, el conductor del reality show.

Se despidió y regresó a Nicaragua.

Siete años después se deshizo en gran medida de su timidez. Atrás quedaron los días en los que un muchacho en la universidad le aseguró haber recogido 200 firmas para que José Manuel soltara su guitarra y dejara de cantar en los pasillos.

En el escenario, frente a miles de televidentes, aprendió a superar sus inseguridades, movió a su familia, inspiró al país a apoyarlo, a votar por él. Se organizaron fiestas, anduvieron con alcancías y cuando volvió a tierra nica recibió tanto apoyo que sintió “como que hubiera ganado el Bóer”.

“No me arrepiento de nada, esa experiencia ha sido la mejor de mi vida hasta ahora, lo haría todo de nuevo sin cambiar nada y lo que más me gusta de esa experiencia es que me hizo la persona que soy”, concluye.

Hace un año decidió dedicarse por completo a la música, darle otra oportunidad. “Sigue siendo mi sueño y siempre lo será, quiero cantar, es lo que a mí me llena de alegría”, asegura.

Tiene un par de proyectos pendientes. Ser el vocalista en un trío de jazz, grabar un par de canciones con el pianista de la banda Monroy & Surmenage. Confiesa estar tejiendo en el proyecto de su vida, uno del que aún no puede dar detalles.

José Manuel Espinosa

Sección
Reportaje