Los presos los llaman “los universitarios” y los universitarios les dicen "los presos". Rehuyen todo el tiempo las cámaras de televisión, las fotografías y todo lo que les regrese al pasado que los encarceló, pero han llegado a la universidad siendo reos, después de bachillerarse en un sistema educativo que existe también tras las rejas. Daniel Mercado y Ricardo Cárcamo tuvieron la oportunidad y se espera que sean licenciados en 2006
Octavio Enríquez
Fotos de Orlando Valenzuela
El secreto duró siete meses. Durante este tiempo, una estela de rumores circuló por los pasillos de la Universidad Nacional Agraria (UNA) asegurando que reos de la Cárcel Modelo eran estudiantes activos de la Facultad de Desarrollo Rural (FDR). A muchos estudiantes la noticia les resultó escandalosa.
En una ocasión, uno de los estudiantes comentó que los presos, a quienes les atribuían los peores crímenes, debían ser ejecutados y no estar compartiendo las aulas con otros jóvenes universitarios como si nunca hubiesen cometido algún delito. Quien dice haber escuchado este comentario es Ricardo Cárcamo, de 27 años, magro y silencioso. Lo que no sabía el joven que amenazaba con "matar a los presos" es que Cárcamo, su compañero de clases, era uno de ellos, y purgaba una condena por violación desde hace cinco años en Tipitapa.
No fue la única vez que escuchó este tipo de comentarios. A veces incluso sospechaba que quienes se le acercaban ya sabían su calidad de reo. En otra ocasión, una muchacha le preguntó si había escuchado hablar de "los presos" y le quedó viendo con ojos insinuantes.
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No soy ningún tonto le espetó de inmediato—. ¿Por qué me preguntas? Yo soy uno de ellos. Si me decís que no sabías, no te creo.
Con esas palabras reveló a su grupo de clases un programa estatal destinado a reinsertar a los reclusos, que manejado secretamente significó hasta 2003 una oportunidad de estudios universitarios para seis reos a nivel nacional: tres de Estelí, uno de Chinandega y dos de Tipitapa. Hasta los más despistados de la universidad empezaron a unir cabos y fijarse en detalles como que Ricardo Cárcamo nunca participó de los círculos de estudios en las casas de sus compañeros y tampoco ninguno recordaba dónde vivía.
Una vez que se supo la verdad, a los estudiantes les pareció tan natural que varios muchachos visitaran la cárcel para estudiar con los reos. "Manita es una de quienes vino en dos ocasiones. Era muy sentimental. Cuando vio el lugar se quedó estupefacta y decepcionada. Sabía que existía algo así, pero nunca había venido. Eso ocurrió en primer año; quería estudiar con nosotros. Nunca nos reprochó nada por nuestra condición de internos", recuerda Cárcamo dos años después que ella dejó la carrera por falta de recursos económicos. El dinero que ganaba en la Lotería Nacional al parecer no le alcanzó para el pago de las mensualidades.
El otro reo de esta historia es Daniel Mercado, de 36 años, condenado por varias estafas que lo han mantenido ocho años en la Cárcel Modelo de Tipitapa, un nombre impropio para un sitio pensado por las víctimas como un lugar de tormentos para sus agresores.
La excepción a esta idea de castigo ocurrió durante el 2001 cuando el Sistema Penitenciario Nacional celebró con un pequeño acto en Tipitapa la promoción de los primeros reclusos bachilleres.
Rosario Gaitán, la directora en ese año del SPN, pronunció un discurso emotivo en el que prometió hacer lo necesario para que los nuevos bachilleres llegaran a la universidad. El augurio no cayó en saco roto. El padre Ángel Fon empezó con las gestiones y cuando menos lo esperaron los reos estudiaban agronegocios en un turno al que asistían 280 personas un fin de semana cada 15 días.
El padre Fon siempre se había caracterizado por ser un maestro de ardides para estimular a los presos.
—¿Ya traés el libro resumido, hijo? preguntaba y después de comprobarlo pagaba 20 córdobas. Así lo recuerda Daniel en estos días en que los reos aseguran que el religioso está mal de salud.
Hasta los más despistados de la universidad empezaron a unir cabos y fijarse en detalles como que Ricardo Cárcamo nunca participó de los círculos de estudios en las casas de sus compañeros y tampoco ninguno recordaba dónde vivía
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En los pasillos de la universidad hay poca gente el sábado 21 de mayo. Una fuente en mal estado se halla en el centro del sitio, rodeado de bancas vacías porque la lluvia no cesa y los estudiantes han preferido almorzar adentro de las aulas. Al fondo se ven dos hombres con su cabello rapado. Nadie sospecha de ellos. Visten de camisetas, enseñan los músculos de sus brazos y ríen entre ellos, después de compartir un bistec. Son los custodias del SPN, que han tenido durante hoy una tarea más fácil. Daniel Mercado no llegó a clases, porque la noche del viernes lo picaron algunos zancudos en la cárcel. Amaneció con fiebre.
Elgin Vivas, el decano de la Facultad de Desarrollo Rural, aún recuerda los primeros días en que los reos asistieron a clases. "Tuvimos temor de que el resto de estudiantes no supiera manejar la situación, pero luego todo se normalizó", relata durante una mañana lluviosa el sábado 21; tranquila para cualquiera, pero no para Cárcamo. Después del mediodía debe hacer un examen.

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Las celdas en la Cárcel Modelo miden cuatro metros y medio de largo por dos y medio de ancho. Hay cama, cocina y baño en cada una de las 111 celdas que existen en una galería. Cincuenta y seis "cuartos" están en la primera planta y el resto arriba, según Daniel Mercado, quien ha memorizado estos detalles en ocho años de presidio.
Mercado cuenta que duerme con un compañero de celda, presionado por un olor insoportable. Los reos dicen que huelen a "ratoncito tierno" cuando salen a las calles, más ahora que no pueden secar su ropa y "matar los gérmenes". Hay mucha lluvia. Mercado ha convertido el aseo en una rutina exagerada: Lava por lo menos dos veces al día ocho camisas y cuatro pantalones para cambiarse cuando quiera, pero la práctica no es usual en otros reos que se acostumbraron a las uñas largas y la suciedad.
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"El olor es horrible. Parece que estoy en un basurero. En la planta baja hay una especie de `rojita', que son unas puertas donde están las cajas de registro que vienen de los servicios higiénicos de arriba y abajo. Con el tiempo se han deteriorado y en una de las requisas los oficiales tomaron la decisión de arrancarle las puertas. Ésa es una caja de registro que está en mal estado y eso provoca que las heces fecales no pasen y caigan afuera. Para mí es difícil planificar clases o estudiar", se queja Mercado.
Algunos reclusos pasan en vela toda la noche. Cuando la gente se levanta prefiere quedarse mejor en su celda, dice Mercado. El olor afuera también es a moho y eso lo desespera. La desesperación es un sentimiento que se puede palpar en un breve recorrido en La Modelo.
La depresión también predomina. Los reos sacan sus manos, vociferan amenazas y enamoran "a su estilo" a la estudiante de comunicación social que hace prácticas en la recién creada oficina de Relaciones Públicas. Los barrotes en las ventanas están cubiertos con plásticos para evitar que el sol, tenue por ahora en el invierno, les afecte al mediodía.
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Los que andan afuera, según un horario dispuesto por las autoridades, suelen divertirse en juegos de baloncestos como un grupo de 15 agrupados en una cancha. Son peligrosos. El custodia recomienda que se tomen las fotos mejor de lejos. Cerca de la Galería Tres un hombre golpea a un rival imaginario en una práctica solitaria de boxeo y, más allá, otro trota en el lugar donde suelen bañarse los reos en hilera. De algunas celdas brota música cristiana.
Mercado y Ricardo Cárcamo están en ese momento en la biblioteca, donde desde hace más de cinco años se dedican a sus estudios en labores que alternan con otros oficios como el de barbero y un área que llaman servicios generales.
En la Cárcel Modelo hay reos que quieren morir. Cárcamo asegura que más de una vez lo ha pensado, pero Dios le da fuerza. Su mamá también. Cuando llegan a prisión, la mayoría de reos carga con los problemas de su vida pasada, además del reto de demostrar que era falso lo que se les imputó. Por eso muchos que no conocían el cigarro de pronto le toman gusto.
El mayor símbolo de la desesperación son quizás unos dibujos, hechos por los reclusos, que decoran la sala de estudios de la biblioteca. Uno de éstos es un demonio escamoso, de larga cola, como un dragón, que luce imponente en el retrato hecho con grafito.
"Aquí hay de todo tipo de gente. Es como la sociedad con sus niveles. Hay muy peligrosos, pero igual existen desde el que paga a la gente que le cocine hasta el que colabora en todo". Mercado sostiene que su mayor tristeza es la agonía de esperar que en cualquier momento le digan: "Estás libre", pues ya cumplió su condena desde hace varios meses.
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Todos los días entre las una y las tres de la tarde, Ricardo Cárcamo y Daniel Mercado imparten clases en la Cárcel Modelo, gracias a un sistema educativo, mediante el que los reos con profesiones comparten sus conocimientos.
"Recuerdo que la experiencia más parecida es la de Cruzada Nacional de Alfabetización, donde la gente aprendió a leer y después siguió progresando, ellos alfabetizaron también y hoy tienen una maestría en su profesión", recuerda el especialista nicaragüense en educación, Miguel de Castilla.
En la Cárcel Modelo hay primaria y secundaria. Cárcamo es el profesor de matemáticas de la galería de jóvenes (en el penal hay galerías para todos: profesionales, docentes, estudiantes o gente violenta, por ejemplo).
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Mercado en cambio imparte español y biología, tiene a cargo 35 alumnos en primer año de secundaria, 12 en quinto año y 12 en segundo.
—¿Es difícil enseñarle a los reos? ¿Cómo se puede hacer?
—Mi método es mantenerlos ocupados. Es muy dificil darles clases. Por eso se necesita que seas uno más de ellos. Si ya querés poner un límite entre ellos y vos, pueden empezar los problemas. Puede que no te conozcan, pero empiezan a pensar que querés ser más que ellos. Yo he tenido problemas de ese tipo.
Daniel Mercado tiene otras preocupaciones además de las habituales del penal. Debe tres años de matrícula y dos mensualidades de 250 córdobas. Los reclusos universitarios costean sus estudios con ayuda de benefactores y familiares. En la UNA la razón principal de la deserción estudiantil —un 30 por ciento, dicen las autoridades— es precisamente la pobreza, según el decano Vargas.
La universidad, pese a las dificultades con el pago, significa una ventaja para los reos dentro y fuera del penal. En todo el país, de acuerdo con datos oficiales del 2003, hay 5 mil 382 reclusos; 20 por ciento de ellos son analfabetos, 29.52 por ciento aprobó primaria; 21.68 por ciento, primaria acelerada; y 25.79 por ciento, secundaria. El resto son profesionales.

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La cárcel no es sólo tristeza, lágrimas o rencor. Pedro González, un recluso, cuenta que Danny, otro de los reos que estudiaba en la universidad y salió en libertad, conoció en la UNA a una muchacha a quien le contó su problema. Le dijo que lo capturaron porque iba con un grupo de amigos cuando los quisieron asaltar. Uno de sus compañeros disparó contra los delincuentes y a él fue al único que detuvieron.
La confianza llevó entonces a la mujer a viajar hasta la Cárcel Modelo para visitar a Danny. Nació en ese tiempo una relación tal que a nadie le pareció extrañó que quedaran juntos cuando él salió libre. Lo malo es que sus ex compañeros dicen que dejó la universidad.
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El experto nicaragüense en educación, Miguel de Castilla, considera que esfuerzos como el los reos universitarios significan una esperanza para este país.
"Me llama la atención la edad de estos señores. El típico estudiante universitario nuestro anda entre 17 y 24 años o 18 y 26 años. Cuando hablamos de 36 años, estamos hablando de un adulto que puede tener tres, cuatro, o cinco hijos. Hay que preguntarse cómo el sistema los va a recibir; ¿si la sociedad va ser magnánima con ellos? Para mí es algo muy importante y más cuando se examina las estadísticas de educación", opina De Castilla.
"Hay que preguntarse cómo el sistema los va a recibir; ¿si la sociedad va ser magnánima con ellos?", pregunta el experto en Educación, Miguel de Castilla´
En Nicaragua estudian en la universidad 12 de cada 100 de los jóvenes entre 18 y 24 años que deberían estar en clases, según el experto. En Costa Rica, por ejemplo, lo hacen 20 de cada centenar y la población es menor. En el país hay 110 mil universitarios.
La diferencia es que mientras una gran parte escoge carreras relacionadas con servicios, los reos universitarios de Tipitapa se decidieron por carreras productivas. De Castilla sonríe cuando cita un ejemplo para ilustrar como anda de mal la escogencia de las carreras: "En turismo se van a tener dos estudiantes por cada cama de hotel. Hay 13 mil estudiantes de turismo y 4 mil 500 camas. Cada vez menos se enfocan en lo productivo".
En esa observación sí que han sido una excepción Mercado y Cárcamo. Cuatro años después de la escogencia de su carrera no les gusta soñarse en la nómina de alguna empresa, porque sería imperdonable consentir que su futuro no sea dirigir una microempresa del agro, despuntar desde el anonimato como hicieron cuando un grupo de estudiantes los miraba caminar por los pasillos con desconfianza. Cuando su historia era manejada como un secreto.