Granada y León se establecieron pronto como dos ciudades rivales que definieron la historia de Nicaragua y enfrentaron al país en guerras a pesar del cordón umbilical que las une desde su nacimiento
Por Arlen Cerda y Tammy Zoad Mendoza
Un llano de montes erizos en la ribera del lago Xolotlán y otro situado al oriente, en la ribera del lago Cocibolca, fueron para el conquistador español Francisco Hernández de Córdoba los sitios idóneos para fundar las ciudades de León y Granada. Una, el centro político de carácter defensivo y expansivo de la colonia; la otra, un punto para buscar el desaguadero al mar y más tarde gran puerto comercial. León y Granada iniciaron así, hace ya casi 500 años, una vida en paralelo, que en lugar de complementarlas las enfrentó al punto de conducir al país a una guerra civil en la nueva República.
Magazine visitó ambas ciudades para encontrar sus diferencias y semejanzas y preparó este especial sobre su historia, sus personajes, su arquitectura, sus destinos turísticos y curiosidades.
Francisco Hernández de Córdoba murió decapitado en 1526 por órdenes de Pedrarias Dávila. Sus restos, menos la cabeza, fueron descubiertos en León Viejo en el año 2000. En Granada, frente al malecón, levantaron una estatua en su honor.
GRANADA, ALDEA SEÑORIAL
Un conjunto de casitas de caña y paja, como las que habían visto al pasar por San Juan del Norte y San Carlos, a través del río San Juan, fue lo primero que el diplomático estadounidense George Epharim Squier, junto al dibujante James McDonough, notaron al llegar a Granada en 1849. Al bajar del barco, alguien debió darles la bienvenida a la ciudad de la que tanto habían escuchado hablar, pero esta no parecía la misma que les habían descrito.
“Las mujeres iban y venían con bateas, legumbres, botellas y sinnúmero de otras compras en la cabeza... como también hombres con sombrero gacho y pantalones remangados hasta las rodillas, descalzos, o con caites, con su machete en la mano, arreando flaquitos caballos cargados, o que con un chuzo puyaban bueyes pequeños y recios uncidos a pesadas carretas de sólidas ruedas de caoba”, escribió Squier, en un relato que parece tratar no de una ciudad, sino de una simple aldea.
Pero pasadas las casitas, comenzaron a notar las primeras casas de adobe sobre cimientos de piedra y entejadas.
Los aleros de las casas volados hacia la calle para proteger las paredes de la lluvia y el sol, las aceras a uno o dos pies sobre el nivel del suelo y sus calles enladrilladas llamaron la atención de Squier, mientras McDonough elaboraba grabados sobre los paisajes y rutina de sus habitantes.
Por la misma calle que entonces llamaban de la playa y hoy se conoce como La Calzada, se puede observar el mismo tipo de casas que vio Squier, la mayoría ahora convertidas en tiendas, hoteles o restaurantes, que durante la mayor parte del día y la noche tienden sus mesas y sillas para dar la bienvenida a la nutrida cantidad de turistas que visitan la ciudad, que reclama ser la meca turística del país por ser la más antigua de América en tierra firme.
“Si se piensa en la ‘primera Granada’ —asegura el arquitecto e historiador granadino Fernando López Gutiérrez—, habría que imaginársela como un núcleo urbano iniciador, pequeño, con su plaza central, la fortaleza, el templo y las casas de los principales o autoridades a su alrededor”, todas estas hechas con los materiales locales y en las condiciones naturales que le aportan a la ciudad una geografía distante y distinta a la de España, pero con clara influencia de su arquitectura peninsular.
Cuando John Baily visitó Granada —unos 12 años antes de Squier—, la ciudad tenía unos diez mil habitantes y según sus relatos recogidos por el nicaragüense Jorge Eduardo Arellano, al inglés le pareció una ciudad con una ubicación agradable por su “benigno” clima y por su “abundante suministro de todas las vituallas necesarias a precios baratos”.
Primero en el muelle y las plazas, y años más tarde desde las casas con una de sus numerosas puertas abiertas de par en par, quienes visitaban Granada hace cuatro o tres siglos y medio atrás podían comprar vinos, ropa, lencería, pieles y ornamentos traídos de Europa y Suramérica, mientras en los barcos que llegaban al muelle se cargaban gallinas, maíz, tabaco, ganado, cuero, cacao y otros frutos que los hacendados granadinos exportaban, en la típica rutina ajetreada de una ciudad puerto y centro comercial principal de Nicaragua, que se mantuvo durante años, aun cuando cesaron las comunicaciones fluidas a través del río que en Granada también conocían como el Desaguadero.
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Con la ayuda de un indio nicaragüense, que los condujo directamente a la entrada del lago, y después al centro de la ciudad de Granada, un grupo de noventa piratas al mando del corsario jamaiquino Juan David, fueron los primeros en saquear Granada, en junio de 1665.
Jorge Eduardo Arellano asegura que de puerta en puerta, con la colaboración del indio que se hacía pasar por limosnero, los piratas fueron pasando por cada casa, apretando la garganta de sus moradores para que les entregaran sus riquezas, hasta que las campanas dieron aviso de los bucaneros y ellos tuvieron que dejar la ciudad.
El saqueo duró dos horas, pero la acción reveló a Inglaterra el valor geográfico del lago de Granada e inició una serie de intentos para capturarlo y controlarlo, según el académico y escritor que aclara en su libro Granada: Aldea Señorial (1989) las incursiones piratas ocurridas en Granada entre 1665 y 1685.
Desde el primer día de los conquistadores en el sitio donde más tarde fundarían Granada, el oleaje de las aguas del lago era tan fuerte que ellos creyeron que este se trataba del mar. De ahí el Cocibolca se ganó el título de Mar Dulce, mientras el deseo por explorarlo y la búsqueda de su desaguadero marcaron el nacimiento de la segunda ciudad fundada en Nicaragua tras la conquista, y la única que hoy se mantiene en su lugar de asentamiento original.
Según el historiador granadino José Joaquín Quadra, “la razón de ser de esta ciudad de Granada fue su mar”, pero admite que “también constituyó su ruina”. Y Arellano agrega que desde un principio Granada se estableció como “base de exploraciones para consolidar el dominio hispánico hasta el descubrimiento o recorrido total del río San Juan”.
Durante sus primeros 140 años de historia, Granada estableció su auge hegemónico, alentado por el incremento del tráfico comercial a través del río y también con la destrucción de León, en una dinámica que contribuyó a alimentar la rivalidad entre ambas ciudades hermanas.
Sobre una llanura, a 62 metros sobre el nivel del mar, Granada continúa en su lugar original 490 años después de su fundación. Por sus calles sobresalen las fachadas planas de arcos rebajados en los vanos con otras majestuosas, decoradas con molduras y madera labrada en las puertas, cielorrasos, celosías y ventanas.
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El núcleo original, establecido de Xalteva a oriente con sus casas de adobe y tejas de barro cocido, la Granada “entre arroyos apresada” a la que le escribió poemas Pablo Antonio Cuadra, ahora se ha extendido por varias manzanas más y ya no cuenta con un único par de calles, pero sus esquinas conservan las casas con sus esquinas achaflanadas que enfrentan sus puertas para formar pequeñas plazas, o bien exhiben sus galerías y corredores exteriores, ofreciendo un rico paseo a sus visitantes.
Ya no existen hoy los indígenas replegados del sitio conocido como El Palenque hacia occidente, con sus casas dispersas y sus calles sin rayar. Todo el caserío de caña, cubierto de palma o paja hoy luce de adobe, concreto y unas pocas de taquezal, con sus fachadas simples de estilo colonial, o las muy recargadas de la inspiración neoclásica que llegó con la reconstrucción tras el incendio de 1856.
Historiadores granadinos recuerdan como hace siglo y medio atrás Granada aún estaba rodeada de monte agreste y árboles frutales, y de cómo en sus arroyos se podían cazar conejos, guardatinajas y perdices.
Unos 180 años atrás, al guatemalteco José Batres Montúfar, los granadinos le parecieron “gente en extremo hospitalaria, afable y obsequiosa (pues) todo el mundo viene a saludar a uno y a hablarle con familiaridad y cordialidad”, y contó que “hay ideas de aristocracia ente los Lacayos, Espinosas, O’Horanes, Chamorros y otros mil, afición al juego y a la chanza” (práctica de la burla o la broma recurrente).
De ahí que este “pródigo encanto, gracia y gallardía, advertidas desde el siglo XVIII” con todas las demás características de la ciudad, valen para Arellano —quien predomina entre los autores sobre la ciudad— la comparación de Granada con una “aldea señorial”.

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“El cariño de los antiguos chamorristas por Granada era grande y peculiar. Amaban a su principal ciudad como a una mujer”.
William Walker,
filibustero norteamericano que ordenó incendiar la ciudad en noviembre de 1856.
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SANTIAGO DE LOS CABALLEROS DE LEÓN
En medio de aquel llano de montes erizos agitados por ventiscas y remolinos de polvo, se dibujaba una cuadrícula de casas marrones con techos de paja tostados por el sol. Una de ellas más grande que todas, con gruesos horcones de madera, paredes de barro con vigas de caña, dos puertas y un portón que daba a la calle de tierra, como todos los pisos interiores. Tenía además un ranchón con corral delantero para los caballos y para que un guardia capeara los rayos del sol abrasador. Era la casa de Pedrarias Dávila en el León de 1530.
Años atrás había llegado a Imabite un grupo de españoles liderados por Francisco Hernández de Córdoba, capitán de Conquista. Fue en 1524. Unos textos recogen que debió haber sido entre abril y junio, el día de la Santísima Trinidad, luego de Pentecostés, pero historiadores como Carlos Meléndez aseguran que no fue hasta agosto que los españoles avanzaran a esta zona. De cualquier manera habían encontrado lo que buscaban: un territorio accesible a la ruta del golfo de Fonseca y a las rutas terrestres al norte, un lugar privilegiado por su cercanía con una enorme fuente de agua y un punto estratégico para asentar la primera ciudad, centro político y administrativo de la colonia española con propósitos expansionistas. Pero las tierras del cacique nagrandano tenían para ellos algo más valioso que el oro: numerosa y fuerte población indígena.
En la ribera del Xolotlán se asienta entonces un pequeño poblado español. Casas rústicas construidas con los materiales primitivos indígenas (barro, zacate, caña) y la lógica urbanística española, según textos del Archivo de Indias recopilado por Andrés Vega Bolaños en la conocida Colección Somoza. La iglesia como estructura central, una plaza principal y las viviendas del gobernador y los encomenderos en sus alrededores. Una villa en inicios próspera con suficientes alimentos y capacidad de fabricar, explotando la mano de obra indígena, los artículos necesarios para establecerse de forma permanente y mantener los envíos de oro y añil a la Corona Española.
A partir de entonces Hernández de Córdoba la bautiza como León, un poblado español e indígena en la ribera del Xolotlán. Al igual que su gemela española, nacida de un campamento militar, escenario de guerras y punto de partida para más conquistas. De aquí avanza al sur y funda ese mismo año la ciudad hermana de Granada como punto de comercio y finalmente Bruselas, que cayó en decadencia hasta desaparecer.
Pero Hernández de Córdoba no vería crecer sus ciudades. Capturado en Granada y llevado hasta León, fue asesinado y decapitado en 1526 en la plaza central por órdenes de Pedrarias Dávila, gobernador y capitán general de Castilla de Oro, por considerarlo un traidor. Y empezó el dominio del primer gobernador de Nicaragua: Pedrarias Dávila.
“León no solo es la primera ciudad fundada en Nicaragua, es también una muestra de la naturaleza del funcionamiento sociopolítico y económico del país”, expone Manuel Noguera, investigador leonés.
“Pedrarias fue el primer dictador del país que sometía y masacraba a los indios, se dan las primeras ‘piñatas’ con las reparticiones de la encomienda que más que catolizar esclavizó a las poblaciones, desde entonces se gestan las primeras rivalidades entre los mismos grupos de la élite que más adelante todos conoceremos como los timbucos y los calandracas. Conservadores y liberales”, explica Noguera.
El poder aniquilador de Pedrarias era tan fuerte como sus ambiciones, de modo que para su muerte en 1531, León había empezado un desarrollo pujante y se había convertido en una ciudad más fuerte y mejor estructurada, ahora a base de tapia y con murallas para protegerse de incendios y ataques de los piquetes indígenas en contra de la opresión.
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Orgullo catedralicio. Aires de intelectualidad. Intenso, hospitalario y campechano. Esto caracteriza al León actual, según Manuel Noguera. Pero también tiene fama de agresivo, de matón, de revoltoso.
No en vano los leoneses de antaño participaron en levantamientos armados; desde los indígenas que murieron aperreados por desobedecer órdenes de conquistadores, y los que se sumaron al ejército de Sandino en su guerra antintervencionista a finales de los años veinte, hasta los primeros liberales que iniciaron la vorágine de las guerras civiles contra los conservadores. Incluso los leoneses que después hicieron a un lado sus diferencias con los granadinos para librar a Nicaragua de los filibusteros en 1956 y los que a inicios de los setenta se armaron de nuevo, esta vez contra la dictadura de los Somoza, y fueron parte del triunfo de la Revolución sandinista en 1979.
“Los leoneses han tenido un ejercicio de participación riesgoso”, señala Noguera. “Si mandabas una carta al rey de España denunciando a las autoridades de aquí ibas a tener problemas. La gente dormía con los caballos ensillados porque tenía miedo a la represión, pero hacía sus denuncias. Eso creó un espíritu de acción en la sociedad que de una u otra forma se ha mantenido hasta ahora”.

Ejemplo de ello —según él—, es la proclama de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) que nombró en 2011 Patrimonio de la Humanidad la Catedral de León. “Ahí se movió todo el mundo, desde las mercaderas hasta los intelectuales. En Granada, en cambio, todavía se le da mucha importancia al abolengo, a la idea de los señorones, los esfuerzos están más dispersos”, sostiene.
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Un asesinato, una maldición y muchas calamidades acabaron con el viejo León. Con la misma saña con que su abuelo Pedrarias mandaba a aperrear a los indios y que su padre Rodrigo de Contreras imponía su fuerza y voluntad, Hernando de Contreras lideró el asesinato del obispo Antonio de Valdivieso, el primer mártir de la Iglesia muerto por defender los derechos humanos de los indios en América.
Las frecuentes erupciones de su vecino, el volcán Momotombo, el aumento del calor y la contaminación progresiva del agua alimentaron el miedo de los pobladores convencidos de que todo se trataba de una maldición. El terremoto de 1610 terminó de colapsar las estructuras y en un cabildo se decidió el éxodo de la población a un punto más seguro.
Sutiaba, la comunidad indígena asentada a nueve leguas, fue el destino perfecto para continuar sus planes de conquista, valiéndose siempre del sometimiento. Entonces empezó la procesión de carretas e indios cargados con los aliños. Treinta kilómetros hasta llegar a lo que hoy es el centro de la ciudad, de desde donde se trazó la Calle Real, el corredor histórico que conectaba el pueblo de Sutiaba y con la ciudad. Pero en ese éxodo no todos se fueron al nuevo León.
“Algunas familias decidieron trasladarse a Granada en busca de prosperidad económica, era la ciudad hermana que gozaba de buena salud económica por su naturaleza de puerto, aunque también hubo migraciones a otras zonas como Las Segovias”, cuenta Noguera, quien ha dedicado buena parte de su vida a estudiar la historia local.
Para Manuel Noguera, no son las divisiones de las familias el origen de la rivalidad popular entre ambas ciudades, sino la división de los intereses como el fundamento de la formación de dos facciones históricas. La oligarquía comercial de Granada y la agroexportadora de León.
“Al inicio como no había un estado nacional fuerte, armaban a sus mozos y los echaban a pelear. Si yo era de las tropas liberales de caites, con una cintita roja, y aquel era un mozo con caites y machete con una cintita verde me mataba en una guerra fratricida”, dice Noguera. “Los dos pueblos eran víctimas de las pretensiones y pugnas de las dos facciones. En un tiempo mandaban unas y después otras”.
Hermanos contra hermanos. Campesinos trabajadores de un lugar contra campesinos trabajadores de otro. El resentimiento tras cada pugna iba creciendo. Heredándose. Con el pasar del tiempo y las influencias de cada ciudad las facciones encontraron un fundamento ideológico que ponía nuevas banderas en la guerra: liberales y conservadoras. Calandracas y timbucos protagonizaron las cruentas guerras civiles del siglo XIX, que de no haber encontrado en el filibustero William Walker un enemigo común, habrían terminado unos con otros.
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La Atenas de Centroamérica. Ciudad Universitaria. Ciudad metropolitana. Así autoproclamaron los leoneses a su ciudad. León fue capital de la provincia de Nicaragua que formaba parte de la Capitanía General de Guatemala (1540-1820), por ende aquí residían las autoridades coloniales y el lugar adquirió características burocráticas. Luego la instalación de la Diócesis de León, en 1531, reafirmó su importancia. Pero fue con la formación del Seminario Tridentino San Ramón en 1680 que León despunta en la enseñanza y alcanza su gloria máxima como ciudad de letras y cultura a partir de 1812 con la fundación de Universidad Nacional de Nicaragua (UNAN).
Para entonces León ya era una ciudad monumental. Coronada con la Insigne y Real Basílica Catedral de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, se extendía en bloques de casas uniformes, angostas y alargadas; de techos altos y de tejas para dar ventilación y luz en esta ciudad embriagada por el sol.
Adornaban entonces en los patios y llanos naranjos, icacos y granadas. Todavía cobijaba la sombra de frondosos aguacates, marañones y nísperos. Olía a chocolate caliente servido en pocillos y a cosa de horno recién hecha. Se paseaban las mujeres en naguas, blusas y rebozos, muchos hombres vestían casi uniformados blancas cotonas. La gente ensombrerada caminando de aquí para allá.
“Se sentía una ciudad señorial, seminarista, universitaria y muy intelectual. Ese ambiente fue propicio para que germinara el liberalismo, mismo que rodeó a Rubén Darío de ideas progresistas y liberales”, señala el doctor Carlos Tünnermann Bernheim.
En el libro León de Nicaragua, campanario de Rubén, el abogado y escritor Mariano Fiallos Gil dice que “la historia de Nicaragua es la historia de la rivalidad de dos ciudades: León y Granada. Su encono, desde el comienzo de la colonización, nos ha producido sangre, destrucción, héroes y vergüenza. Ya todo esto se ha dicho de sobra y la nueva juventud ha sabido comprender la insensatez de ese odio terrible. Pero, como es natural, los rescoldos de aquel fuego todavía quedan y la rivalidad se ha convertido, afortunadamente, en emulación”. Tünnermann coincide con él, para él no queda más que una rivalidad popular que se ha transformado más bien en una relación de colaboraciones y aportes conjuntos al país.
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Muchos coinciden en que el León intelectual y aguerrido quedó atrás, en los recuerdos y en la fama popular. En las fotos históricas de la insurrección popular o en los grabados del tiempo de la colonia. Ahora el lugar muta constantemente con la visita de extranjeros cheles enmochilados que le dan un nuevo rostro a la ciudad. En las mismas calles los leoneses que se pasean sin sombreros, ahora con ropas ligeras y un aire desenfadado como imponiéndose entre la “invasión” del comercio y el turismo. Aunque muchos “machaquen” el inglés, vistan a lo Miami o, por el contrario, muy étnicos, como para hacer juego y encontrar pareja o sexo entre los visitantes.
“León también está sufriendo la influencia del turismo, pero hay unos cuantos elementos que procuran mantener el espíritu leonés. Todavía hay leoneses que son dueños de sus propios hoteles, la gente se siente orgullosa de la historia, aunque la intelectualidad es cosa del pasado. Somos un llano seco y caluroso, pero hospitalario. Guardando las diferencias, Granada y León son ciudades turísticas que viven de su importancia histórica y mientras las élites se entienden, a nivel popular algunos alimentan prejuicios obsoletos y ridículos que al final solo provocan daño al país. Son ciudades hermanas, lo de la rivalidad quedó en el pasado”, asegura Noguera.
490 años de historia
A diferencia de León, sobre la que se ha tenido algo más de certeza sobre su fecha de fundación, en Granada se debatió por años si lo fue en 1523 o 1524, hasta que se aceptó que fue fundada después de su ciudad hermana, quizá en diciembre del último año.
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extranjeros, incluyendo conquistadores españoles y sus esclavos fueron los primeros en instalarse en la recién fundada Granada.
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vecinos, entre ellos 35 comendadores, vivían en ella para 1578, rodeados de unos ocho mil indígenas. Hoy, la ciudad tiene más de 105 mil habitantes, incluyendo extranjeros.
GRANADINOS DESTACADOS
Fruto Chamorro Pérez (1804-1855). Nacido en Guatemala, se estableció en Granada para gobernar como el primer presidente de Nicaragua.
Elena Arellano (1836-1911). Educadora y filántropa, a quien se debe principalmente la llegada de los salesianos al país.
Sor María Romero (1902-1977). Religiosa y beata salesiana cuya obra se aprecia en Nicaragua y Costa Rica.
Pablo Antonio Cuadra (1912-2002). Ensayista, poeta e intelectual nicaragüense, también fue director del Diario La Prensa.
Joaquín Pasos (1914-1947). Poeta, dramaturgo y ensayista, uno de los fundadores del movimiento de Vanguardia.
José Coronel Urtecho (1906-1994). Poeta, ensayista, dramaturgo y diplomático. Fundador del movimiento literario de Vanguardia nicaragüense.
Carlos Martínez Rivas (1924-1998). Considerado el mejor poeta nicaragüense, después de Rubén Darío, se le recuerda como genio y ermitaño.
Ernesto Cardenal (1925). Poeta, sacerdote, escritor, escultor y político. Reconocido como defensor de la teología de la liberación en América Latina.
Carlos A. Bravo (1882-1975). Periodista, profesor, conferencista y escritor. Considerado uno de los iniciadores de la narrativa nicaragüense.
Francisco de Asís Fernández (1945). Poeta y fundador del Festival Internacional de Poesía, que este año celebrará su décima edición. Hijo del también poeta y pintor Enrique “Quico” Fernández Morales.
LEONESES DESTACADOS
Miguel de Larreynaga (1772-1847). Abogado nicaragüense impulsor y prócer de la independencia de Nicaragua.
Máximo Jerez Tellería (1818-1881). Abogado, militar y político leonés. Principal caudillo liberal de Centroamérica.
Luis H. Debayle (1865- ?). “El sabio Debayle” fue un prominente médico y amigo de Rubén Darío. Perteneció a la Sociedad de Anatomía de París.
Rubén Darío (1867-1916). Aunque nació en Matagalpa, vivió y murió en León, ciudad que lo influenció intelectualmente. Poeta y máximo exponente del modernismo literario en lengua española.
Azarías H. Pallais (1884-1954). Sacerdote, poeta y humanista nicaragüense. Perteneciente al grupo del vanguardismo.
Salomón de la Selva (1893-1959). Político y un poeta nicaragüense, miembro del grupo denominado de Los tres Grandes.
Alfonso Cortés (1893-1969). Completa el trío de grandes poetas leoneses, parte del movimiento posmodernista y de vanguardia hispanoamericana.
José de la Cruz Mena (1874-1907). Músico, compositor y director de orquesta nicaragüense.
Rodrigo Peñalba (1908-1979). Pintor expresionista. Considerado el padre de los pintores contemporáneos, dirigió la Escuela de Bellas Artes de Nicaragua en el período 1960-1973.
Edgardo Buitrago Buitrago (1924-2009). Doctor en derecho, historiador, folclorista, académico y dariano.