Cines de ayer

Reportaje - 11.10.2015
Cines de ayer. Magazine

Luces, glamour y anécdotas pintorescas de una ciudad que ya no existe. Los viejos cines de Managua están llenos de historias, y hoy nos asomamos a la memoria de cinco personajes que los conocieron y amaron en aquellos tiempos de gloria

Por Amalia del Cid

Desde el otro lado del muro “la gente bandida tiraba piedras y bolsas con orines” para molestar al público del Cine León. Raúl Antonio Téllez recuerda las bolsas amarillas cayendo como bombas biológicas entre las coloridas bancas del cine y al chavalero encaramado en los dos almendros plantados frente a la pantalla, poco más allá de los límites del terreno, para apreciar desde ahí las películas que por tener alguna carga de erotismo no eran recomendadas para menores. Pero no solo los niños hacían eso, “también hombres grandes” trepaban para agarrar sitio entre las ramas, cuenta don Raúl, de 70 años. Tenía 15 cuando empezó a trabajar como portero del Cine León y ahí se quedó durante casi dos décadas. Su tarea era agarrar las tiquets en la entrada y sacar a uno que otro borrachín durmiente una vez terminada la función. No era tan fácil como se lee. “Ahí en la puerta, si no los dejaba entrar, me agarraban a pedradas los que venían ya con sus tragos”, narra. Así que a veces solo los dejaba pasar, para que no lo mataran. En otras ocasiones llegaban algunos listos, que decían: “El de atrás paga”. Entraban seis y el último entregaba una sola tiquet, pero el joven Raúl no podía moverse de su puesto, porque si lo hacía todo mundo se metía sin pagar. Adentro se armaban los pleitos, a mitad de película los clientes “se tiraban bolsas de agua, discutían entre ellos mismos y se agarraban a los trompones, hasta que aparecía don Fanor Ibarra (fundador del cine) con su lámpara, un foco de seis tacos, y ya a todos se sentaban. Nadie era. Sabían que si los agarraba, los sacaba”, relata divertido don Raúl. Las funciones del León, como ya habrá usted adivinado, eran al aire libre, y cuando llovía la gente se mojaba, pero no se iba. En el local alcanzaban unas 500 personas, contaba con palco y luneta (principal blanco de las bolsas con orines), el piso era de baldosa y las bancas de madera tenían las patitas enterradas para que no se dieran vuelta cuando los de atrás subían los pies a los espaldares. Se presentaban películas de leyendas como Pedro Infante, María Félix, Jorge Negrete y Antonio Aguilar, y también norteamericanas, como Tarzán y King Kong, que Raúl proyectaba cuando el operador de cine oficial andaba de farra y no aparecía. Este cine del pueblo funcionó en el barrio Monseñor Lezcano, desde finales de los años cincuenta hasta los ochenta. Se dañó con el terremoto, fue reconstruido y siguió funcionando hasta que lo mataron los Betamax y el agitado contexto político social de la época. Actualmente en el local opera un taller de mecánica automotriz, Raúl ha perdido mucho pelo y ya tiene voz de anciano, pero los amigos del barrio todavía le gritan: “¡Oe, Cine León!”

Desde el otro lado del muro “la gente bandida tiraba piedras y bolsas con orines” para molestar al público del Cine León. Raúl Antonio Téllez recuerda las bolsas amarillas

El día que se puso la primera piedra del Cine Aguerri, también se sembró una palmera. El árbol continúa ahí, grande y fuerte, y es de los pocos recuerdos visibles de uno los más populares cines de la vieja Managua, hoy utilizado como bodega de sardinas. Fue inaugurado el 30 de mayo de 1968 y desde esa fecha hasta el terremoto de 1972 tuvo un éxito rotundo, afirma José Adán “Chanito” Aguerri, gran empresario de los cines en la década de los setenta. “Nicaragua entera” llegó a conocer el prodigio de las sillas push-back del Cine Aguerri, que podían correrse hacia atrás para que los demás pasaran por el pasillo sin molestar. “No te miento, Nicaragua entera”, sostiene “Chanito”. “Venía gente de Matagalpa, de Estelí, de León. Los llevábamos a conocer los equipos, las lámparas, los espejos. Totalmente nos fuimos encima del Margot y el González, en ese momento el Salazar ya no estaba funcionando”, cuenta. El Aguerri fue un cine revolucionario. Presentaba películas que se estaban estrenando en Estados Unidos; no tenía palco ni luneta, porque el piso era curvo para que desde cualquier punto de la sala se tuviera una vista perfecta de la pantalla; y cambió las tradicionales tandas de las 3:00, 5:00, 7:00 y 9:00 p.m., por los horarios de las 2:00, 4:00, 6:00 y 8:00 p.m. “Todos se pusieron a reír, porque además el Aguerri era chiquito, de 400 butacas. El Margot tenía 1,800, el González 1,200 y el Cabrera 800. Decían ‘Chanito lo hizo chiquito porque él es chiquito’”, comenta el empresario y suelta una carcajada, pero de inmediato aclara que el tamaño del cine era estratégico, calculado con base en porcentajes de audiencia. “El Aguerri, perfecto para Managua”, era el eslogan que se escuchaba en todos lados. La entrada valía seis córdobas y el hot dog costaba uno, se vendían de 500 a 600 diariamente. “¡Cómo no me va a dar nostalgia!”, dice “Chanito”, recordando la noche de gala dedicada a doña Hope Portocarrero, cuando se presentó Arde París y el Aguerri con su jardín estaba lleno de reflectores y alfombras. “Todo lo que se recaudó fue para el Hospital del Niño”. El ocaso del cine llegó con el triunfo de la revolución. “Chanito” se fue para México y allá se quedó una década; al volver ya no pudo echarlo a andar y hace seis años finalmente lo vendió.El día que se puso la primera piedra del Cine Aguerri, también se sembró una palmera

El Teatro Margot es un hijo de su época, un monumental recuerdo de la arquitectura de la vieja Managua. En este edificio, antes lleno de cristales, butacas y luces, se presentó Pedro Infante, durante la visita que hizo a Nicaragua a finales de 1954 y comienzos de 1955, relata el actor nicaragüense Hugo Hernández Oviedo. No se podía caminar por las calles cercanas al Margot, repletas de gente que quería echarle una ojeada al mito mexicano. Ese mismo año, pero en septiembre, el teatro recibió a otra leyenda del país azteca, María Félix, “la seducción hecha mujer”, quien vino para dar dos presentaciones de la comedieta Prohibida para menores. El Margot no solo funcionaba como teatro, también “era uno de los cines más exclusivos de Managua y presentaba muchas películas norteamericanas y mexicanas”, apunta Oviedo. “Aquí miré Los Diez Mandamientos”, cuenta. Pero no pudo ver a su ídolo Pedro Infante en este teatro, porque solo tenía 16 años de edad y no podía pagar lo que cobraban (lo vio en el Teatro Alameda). Sin embargo, no todo fue glamour en el Margot. Tras el incendio del Cine González, en 1945, ganó mucho público, pero apenas dos años más tarde, en septiembre de 1947, también se quemó, relata Karly Gaitán Morales en el libro “A la conquista de un sueño”. El fuego inició detrás de la pantalla, a la hora de la última función, “corrieron los espectadores hacia todas las puertas, incluso saltando las bancas, para salvar sus vidas. Las llamas consumieron el local desde la bodega hasta la marquesina mientras dos carros de bomberos en la calle intentaban apagarlas, pero poco se salvó”, afirma Gaitán. Siete años más tarde el teatro fue reinaugurado en el mismo terreno y su segunda etapa duró casi medio siglo hasta su cierre definitivo, a comienzos de los noventa. En la actualidad el edificio sigue en pie, viendo hacia una calle por la que ya casi nadie pasa y dando la espalda a la Carretera Norte. Ahora funciona como parqueo de carros.

El Teatro Margot es un hijo de su época, un monumental recuerdo de la arquitectura de la vieja Managua.

El Cine González se quemó del 16 al 17 de agosto de 1945. Hay dos razones por las que el historiador Bayardo Cuadra recuerda perfectamente la fecha: la primera es que un día antes en la Plaza de la República se celebró con gran pompa el fin de la Segunda Guerra Mundial; la otra es que él asistió a la tanda de las 5:00 de la tarde del día del gran incendio y por la noche vio las llamas desde su casa. El viejo cine era de madera, pasaron ocho largos años para que se construyera la mole de concreto que sobrevive hasta estos días, ahora usada por una iglesia pentecostal. El nuevo Cine González se pre-estrenó el 14 de septiembre de 1953 en una ceremonia privada, con Anastasio Somoza García y el Cuerpo Diplomático, y el 15 de septiembre abrió para el público con la película El mundo en sus brazos, recuerda Cuadra. Él asistió, claro que sí. Y vio la elegante sala, con sus más de mil butacas rojas. El cine estaba completamente renovado, con equipos modernos y aire acondicionado. Sin embargo, para entonces ya existía el lindo Teatro Salazar, de modo que el González no impresionó tanto. Eso sí, dice el historiador, tras la inauguración cobró un auge tremendo, y siguió siendo uno de los más importantes cines de Managua hasta el terremoto de 1972, que lo dejó cercado en una zona reducida a poco menos que la nada.

El Cine González se quemó del 16 al 17 de agosto de 1945

En la sala del Cine México alcanzaban 1,200 personas sentadas, los corredores estaban alfombrados y las butacas tapizadas en rojo. Humberto Hernández, hoy de 75 años, trabajó como obrero en la construcción del cine y tras su inauguración, el 26 de mayo de 1967, se quedó de vigilante y mensajero. Casi cincuenta años después, sigue ahí, envuelto en su nostalgia. Paga ocho mil córdobas de renta al propietario del edificio, y cobra diez córdobas a los radiotécnicos del mercado Oriental por el derecho a guardar televisores viejos y otras chatarras en la gran sala del cine, convertida en bodega. También tiene un cafetín en el vestíbulo y una salita lateral donde se proyectan películas no aptas para menores. “Esto es triste”, dice, observando la madera carcomida de las sillas, ahora tapizadas por el excremento de cientos de murciélagos que duermen en lo que queda del cielo raso. El cine se especializaba en películas mexicanas y por su enorme pantalla desfilaron Cantinflas, Pedro Infante, María Félix y otros ídolos; pero la película que más revuelo causó fue La de la mochila azul, con Pedrito Fernández. “¡Eh, dio guerra! Tres días la pasaron gratis y después ni quiera Dios, todos los santos días full”, cuenta don Humberto. Asegura que trabajará aquí mientras tenga fuerzas y no quiere ni pensar en la demolición de la estructura. Todavía recuerda las palomitas de maíz sobre la alfombra, el telón que se abría y cerraba con motores, y el frío del aire acondicionado. La decadencia del cine México —asegura— empezó con la aparición de los casetes de vídeo. Más tarde el edificio quedó completamente rodeado por el Oriental y ahora solo es un punto de referencia dentro del mercado.

En la sala del Cine México alcanzaban 1,200 personas sentadas, los corredores estaban alfombrados y las butacas tapizadas en rojo.

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