Mayorga, el "chico malo"

Reportaje - 09.05.2013
Ricardo mayorga y Félix "Tito" Trinidad

Se le ama, se le odia, pero nunca se le ignora. Irreverente, agresivo, loco, el excampeón mundial de boxeo, Ricardo Mayorga, disfruta venderse como el “chico malo”. Sus ofensas y bravuconadas, dice, son parte de su trabajo, del show que ofrece y de su naturaleza también. Pero eso pocos lo entienden y a él le da igual

Por Dora Luz Romero

Ricardo Mayorga destaca más como insultador que como boxeador. En el 2004, a la víspera de un combate, llamó “payaso” al púgil puertorriqueño Félix “Tito” Trinidad; en el 2006 repitió la dosis y llamó “maricón” y “payaso” a Óscar de la Hoya para quien dijo llevaría a la pelea una bolsa para “su cadáver”; y en el 2011 al puertorriqueño Miguel Cotto le espetó: “Te voy a demostrar que yo soy el hombre y tú la mujer... Te voy a noquear en menos de cuatro asaltos”.

Nunca estuvo entre los 10 mejores boxeadores del mundo, pero sí entre los “más locos” y “más malos”. La revista estadounidense Bleacher Report lo incluyó en su lista de los “chicos malos” del boxeo de todos los tiempos y también en el ranking de los 10 boxeadores más locos. “Es un hablador de basura”, lo describen. Ese es Ricardo “El Matador” Mayorga. Insulta, ofende, agrede, luego lo callan, a puñetazo limpio. Ocurrió en el 2004, en el 2006, en el 2011, con Óscar de la Hoya, con Félix “Tito” Trinidad, con Miguel Cotto...

Su figura de “chico malo” ni siquiera parece espontánea. Frente a las cámaras trata de vender esa imagen. En las ceremonias de pesaje se aparece, a propósito y para el espectáculo, mordisqueando ya sea una pieza de pollo o un pedazo de pizza, jactándose de controlar su peso. Y si eso no es suficientemente antideportivo, pues llega con un cigarro en la boca.

Lo han tachado de vulgar, bocón, tapudo, repugnante, agresivo, e incluso hay quienes aseguran que la fama de la que goza se la ha ganado más por sus ofensas fuera del ring que por sus habilidades dentro de él.

Con 40 años encima, Ricardo Mayorga confiesa que disfruta ser el malo. “Me gusta ser como soy, me gusta ser el malo de la película, no el bueno”. Es su naturaleza, reconoce. Además, es parte de su trabajo. Le pagan por llamar la atención, por atraer espectadores, por hacer un show. ¿Su manera de hacerlo? Con malas palabras y ofensas. Ha sido catalogado como un showman, que ofrece una velada no solo con sus puños sino con su boca, con esa constante diarrea verbal que no logra contener cuando insulta a sus rivales.

Pero en la vida real, insiste: “No soy así”. En la calle, dice, no ofende a la gente. Pero basta curiosear en su vida para darse cuenta que sus pasos fuera de las cámaras solo refuerzan esa imagen de “chico malo”: riñas callejeras, carreras ilegales, acusaciones por agresión, violación y estafa, demandas por pensión alimenticia, y alguna vez anunció que pondría un prostíbulo como negocio.

Por su personalidad tan controversial e intensa hay quienes lo admiran, pero hay muchos otros que lo aborrecen. Pero si hay que reconocerle algo es que llena butacas y que logra vender sus propias derrotas. Algunos asisten para apoyarlo y otros para verlo caer. A él le da igual, al fin y al cabo, esto es un show y lo que le importa es el dinero.

¿Cómo se construyó el Mayorga que vemos hoy frente a las cámaras? No hay respuestas precisas, ni explicaciones tan lógicas, hay formas de vida, actitudes, gustos, placeres que ayudan a descifrar su personalidad.

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Ricardo Mayorga estrenó los nudillos de sus manos cuando era un niño. Siempre fue pleitisto y una especie de imán para los problemas. En la escuela, en el barrio, en la calle, nunca se dejó y sin importarle el tamaño de su contrincante se le cuadraba y se le abalanzaba a trompadas. Eso, luego, le traía fajeadas. “Me pegaban, me castigaban, bastante. Me pegaban como 13 veces al día porque mucho jodía”, dice, refiriéndose a sus padres.

En el 2003, su papá, Eddy Mayorga, lo describió así: “Ricardo era pleitisto y callejero. Era un muchacho vago, solo daba problemas porque vivía peleando”.

No se necesita de mucho esfuerzo para conectar cada capítulo de la vida de Mayorga con golpes, con violencia. Sus estudios, por ejemplo. Llegó hasta segundo año de secundaria porque fue expulsado por destaparle la cabeza a un niño con la paleta de un pupitre. O su juventud. Fue jefe de una pandilla, donde se defendía y agredía con puños, machetes y puñales. Las cicatrices en su cuerpo pueden contar esa historia.

Impulsivo y con una fuerza brutal. Desde pequeño fue así y fue de ahí, de los barrios donde vivió, que salió para convertirse en campeón mundial.

Pero las riñas callejeras nunca las dejó. Siempre ha sentido placer por mostrar su fuerza a puño limpio, con o sin reglas, legales o ilegales, le da igual. “Últimamente me he involucrado en riñas callejeras, y sinceramente no es con la gente que me da problemas en un bar o en la calle. Son peleas arregladas, me gusta”, dice.

Lo buscan en su casa, le llevan a un hombre, generalmente fuerte y grande, como su rival. Los escenarios son La Subasta, el mercado de León, Granada. Solo golpes, no patadas, el primero que caiga al piso se lleva la plata. Esas son las únicas reglas.

“No es irresponsable porque no tengo pactada una pelea para cuidarme, no es arriesgado porque lógicamente considero que en la calle nadie me puede verguear, bruto son los hombres que me retan. Después yo los invito a comer y echarse unos tragos”, cuenta.

“Este muchacho, sin el barniz técnico y físico y cívico desgraciadamente va a terminar en una calamidad”. (La Prensa, 2003)

Alexis Argüello, tricampeón mundial de boxeo.

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Mucho tiempo antes de que las cámaras se detuvieran para enfocarlo, mucho antes de ser el centro de atención en las conferencias de prensa, Ricardo Mayorga ya se ofrecía como un boxeador villano que andaba por el mundo boxístico vociferando. Luis León, su entrenador de hace 25 años, lo recuerda en Costa Rica. Le pedían que lo callara, era irreverente, altanero y nunca medía sus palabras. León se ríe. “Mucha gente quería ir a verlo para que le pegaran porque hablaba mucho. Yo siempre digo, él no es mal hablado, él es así en televisión, eso a él le genera mucho dinero”, asegura.

Años más tarde sería conocido en el mundo entero por su boca y ese estilo de matón de barrio.

Es un tipo al que cuesta entender, mientras la mayoría de boxeadores se preocupan por dar el peso y mostrarse en la mejor condición posible, Mayorga se empecina en hacer todo lo contrario. En el 2003, año que se vería cara a cara con Vernon Forrest en el ring, apareció en la ceremonia de pesaje con una pierna de pollo y una sonrisa de oreja a oreja. Inmediatamente captó la atención de los fotógrafos, que no paraban de buscar la mejor toma. Ya antes había salido con un pedazo de pizza.

“Ricardo es un muchacho excepcional. Ha demostrado en el cuadrilátero estar preparado para sus peleas a pesar de quienes quieren criticarlo. Que suba con un cigarro, que coma y haga sus locuras, creo que es una forma para darse a comercializar y lo está logrando”, dijo en el 2003, Gilberto Mendoza, actual presidente de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB).

Luego, en el 2004 durante el combate con Félix “Tito” Trinidad, hizo algo que pocos se atreven a hacer en el ring, le bailó a su contrincante y le puso la cara retándolo, como en los pleitos de barrio, a que le pegara en la cara. Tres caídas, la pelea perdida por nocaut fue el resultado.

¿Por qué lo hace? “Él hace todo lo inimaginable”, dijo un comentarista de HBO hace algunos años. Y es que Ricardo Mayorga es impredecible, un día aparece fumando, otro diciendo vulgaridades y al otro se le puede tirar encima a su rival antes de la pelea. Es un tipo que apela a la intimidación y si hablara inglés —dijo otro comentarista— sería una de esas celebridades mundiales.

“Supongo que por alguna razón, Ricardo Mayorga ha decidido no solo aparentar ser un chico malo, sino algunas veces serlo y esto comunicacionalmente le ha funcionado. Ventajas que le pueda traer esto, además de las económicas, no las veo. Creo que en lugar de transmitir valores positivos canaliza o usa su imagen para ser asociado con temas controversiales o violentos que, lamentablemente, atraen a un público afín a estos temas”, opina Claudia Neira, especialista en comunicación.

No es vulgar, insiste él. “Para que la gente no crea que yo soy un vulgar y que no esté confundida, es que esto es un negocio y yo hago o digo cosas para vender la pelea”, explicó en una entrevista en el 2006.

En la casa de su mamá, en una sala desprovista de muebles y adornos, reconoce que el carácter y la locura le sale natural. “Me gusta ser como soy, me gusta ser el malo de la película, no el bueno. Me gusta la actitud cuando voy a pelear con los contrincantes, me gusta estarlos vacilando, estarlos asustando, que se enojen, me encanta eso. Me gusta joderlos y no lo hago de corazón, a todos les hablo. Ellos saben que es cuestión del momento. Te soy honesto, ellos no me caen mal, pero como firman conmigo para pelear ahí sí me da rabia porque siento que me están menospreciando y de corazón los ofendo, pero ya gane o pierda, todo ese odio y rencor se baja”.

—Hay quienes te tachan de vulgar, de arrogante...

Yo no soy ningún vulgar, tal vez arrogante, no sé, porque no soy moneda de oro para caerle bien a la gente. La gente no comprende mucho que ese es mi trabajo. A mí me dicen, bueno Mayorga haz un show para que la pelea se ponga más caliente, más boletos, atrae más televisión te ve más el mundo.

—¿Entonces lo hacés por show?

La verdad que yo lo hago natural, ningún boxeador me cae mal, si lo hago es por joder, me divierte que los tipos se corrompen, que están en cólera, yo lo hago por joder. En la calle yo no ando ofendiendo gente.

—¿Y no te da un poco de vergüenza hablar, ofender tanto antes de la pelea y luego perder?

No, el hombre que se arrepiente de lo que dice es un hombre inseguro. Uno se sube al ring con seguridad, si uno estuviera seguro que va a perder pide que le pongan a otro, pero uno considera que le puede ganar al otro.

—Mucha gente llega para verte perder...

Eso le pasa a todos los boxeadores, a De la Hoya unos lo van a ver perder y otros a ganar, igual me pasa a mí, cuarenta quieren que gane y sesenta que pierda.

—¿Eso te afecta?

No. Entre más taquilla, más billete para mí.

—Es decir, ¿no te importa que la gente que llega quiera verte derrotado?

Me interesa la plata.

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2011. Ricardo Mayorga aparece vestido con un saco negro, camina hacia el centro del escenario junto a su traductor. A su derecha, sentado, se encuentra el boxeador Miguel Cotto. Pelón, inalterable, solo lo observa.

“De tú a tú, yo te voy a demostrar frente a todo el mundo que yo soy el hombre y tú la mujer. Les prometo que lo voy a noquear en cuatro asaltos. Lo voy a noquear y a demostrar a toda la gente que yo soy mejor”.

Mayorga lo señala, lo reta, se burla, levanta las manos pidiendo reacciones del público. Y sigue hablando. “Es la primera vez que voy a pelear con alguien del tamaño de un niño. Mis pantalones son más altos que los tuyos”.

Días después de esa grabación, el 12 de marzo de 2011, Cotto y Mayorga se vieron la cara en el ring. Los vídeos recogen las imágenes de dos hombres que saltan al cuadrilátero como animales de caza, lanzándose una lluvia de golpes incesantes, más de siete mil espectadores. En los primeros rounds Mayorga, como es típico de su espectáculo, baja la guardia y reta a Cotto que le pegue.

Miguel Cotto calló a Mayorga en el último round. Nocaut técnico, declararon los jueces.

“Tiene una pegada extraordinaria”, decía después de haber perdido. Esa es su receta, ofende, promete nocauts, pero sus seguidores deben conformarse con verlo en la lona. Al final de sus peleas se le acerca a sus rivales, los aplaude y hasta celebra con ellos. Todo —dice él— es parte de un espectáculo. “Cuando voy a Miami, yo los veo y los saludo, ¿qué tal campeón? ¿Cómo está la familia?... normal”.

“Mayorga ha sido desde siempre un enigma, en el ring y en la vida. Un carnaval de lo absurdo, eso es lo que ha parecido transitando por el intrincado sendero del desconcierto mientras rascamos frenéticamente nuestras cabezas tratando de analizarlo”, confiesa el cronista deportivo Edgar Tijerino.

Ese es su juego, vender peleas, sin importar que las gane o que las pierda. Y lo hace bien. Para muestra un botón. El pasado 3 de mayo fue su debut en Artes Marciales Mixtas Profesional. Mayorga logró poner a más de 6 mil personas en un espectáculo deportivo que en el país nunca antes había tenido tanta concurrencia.

Y es que su forma de ser, esa repulsión que provoca —cree el cronista deportivo Pablo Fletes— es parte de su éxito. “Mayorga ha sabido vender sus peleas, entiende muy bien el asunto de gustar o caer mal ante el público, y ese estilo poco agradable para muchos ha sido parte de su éxito como ‘showman’ del boxeo y ahora de las Artes Marciales Mixtas. Realmente para mí fue impresionante ver más de seis o siete mil personas llegando el Centro de Eventos del Pharaohs para verlo pelear, en un deporte que mucha gente no entiende. Millones lo vieron por televisión y fue precisamente por su estilo siempre alocado que provoca admiración o repulsión porque con Mayorga no hay puntos intermedios”.

Su padre, Eddy Mayorga, se jacta de que esa forma de ser es culpa suya, una culpa que carga con gusto y orgullo. “Yo siempre les dije a mis hijos que el respeto solo a mí y a Dios. El que se le pone adelante le está faltando respeto. Yo les he dicho yo soy el papa de hombres, así que al que se le ponga enfrente, busque cómo quitarlo de en medio”.

Cuando las cámaras se apagan, cuando no hay guantes de por medio la vida de Ricardo Mayorga parece ser peor que la del boxeador. Toda su vida ha tenido problemas con la justicia y se ha visto involucrado en escándalos públicos. Por violación, por correr ilegalmente, por agresión, por no pagar sus deudas, por no pagar pensión alimenticia...

“Mayorga es el principal promotor de esas carreras ilegales”, dijo el subdirector de la Policía, Francisco Díaz, hace ya varios años. Esa es la punta del iceberg: agredió a un oficial de la Policía, fue acusado de violación por una muchacha de 22 años, también enfrentó una demanda de parte de su expareja que reclamaba una pensión alimenticia para sus dos hijas, y un juicio por no querer pagar una deuda de vehículos de lujo. La lista es larga. Así es él, conflictivo, sin límites, y da la impresión que busca los lugares más espinosos para exhibirse. En una de sus últimas entrevistas aseguró estar en contra de la Ley 779. “¡La mujer no puede tener tanto poder!”, dijo. Alborotó el avispero y le dio al mundo una razón más para ser detestado.

Él se carcajea, goza, todo le da igual y cuenta una anécdota que bien podría resumir su forma de vida: “Mi abogado me dice: para qué le vas a pegar un vergazo si te van a demandar por 5 mil o 10 mil dólares, pegale 50 que la misma mierda es la demanda. Yo, igualmente, salado al que agarre en la calle y lo quiebre, porque le voy a pegar duro. El mismo billete es, voy a estar preso dos o tres días y me salgo riendo”.

Así es Ricardo Mayorga dentro y fuera de las cámaras. Pero espere, no apague su televisor. A sus 40 años, asegura que estará al menos tres años más dentro de este mundo boxístico, así que siéntese que el espectáculo Mayorga no ha terminado.

Miguel Cotto y Ricardo Mayorga
Se enfrentaron en el ring en el 2011. Ricardo Mayorga le dijo ” payaso” , “manos de mujer” y prometió noquearlo. Simplemente palabras. Miguel Cotto noqueó a Ricardo Mayorga.

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“Ricardo Mayorga es el atleta más despreocupado que he conocido en mi vida. Fue un atleta con grandes condiciones, de un gran poder en sus puños, una fortaleza natural impresionante, pero incapaz de asumir con responsabilidad un combate”.

Pablo Fletes, cronista deportivo.

Sus insultos para:

Óscar de la Hoya

“Voy a traer una bolsa para que echen tu cadáver. Voy a partirte esa cara de maricón que tenés. No sabés a lo que te has metido, payaso”.
Marzo, 2006.

Félix “Tito” Trinidad

“Como persona, respeto mucho a ‘Tito’ Trinidad. Pero como peleador es un payaso. Se lo digo en su cara y lo repetiré cuantas veces nos veamos hasta que llegue el día de la pelea”.
Mayo, 2004.

Fernando Vargas

“Le voy a hacer un favor a tu señora, para que te retirés y ya no te vea llorando después de cada pelea, como un monstruo”.
Julio, 2007.

Miguel Cotto

“Te voy a demostrar que yo soy el hombre y tú la mujer... Te voy a noquear en menos de cuatro asaltos. Eres del tamaño de un niño y tienes manos de mujer. En tus ojos se te ve el fracaso... Nunca me gustaste como boxeador”.
Enero, 2011.

Shane Mosley

“Para esta pelea me he entrenado muy fuerte y lo voy a demostrar el sábado por la noche. Definitivamente voy a retirar a Mosley, porque él merece ser el lavaplatos de su casa, debe atender a su mujer y dejar el boxeo de una vez por todas”.
Septiembre, 2008.

Su lado humano

“Fuera de las cámaras siempre lo he visto como alguien que aprecia a su madre, a su padre, a sus hermanos y hermanas, sin olvidarnos de sus hijos. Aunque siempre ha sido loco, Mayorga siempre ha sido entregado por su familia, regaló mucho de lo que ganó en las peleas y ese era uno de los principales motivos que peleaba y al poco tiempo andaba sin dinero”, dice Pablo Fletes, cronista deportivo.

Edgar Tijerino piensa igual. “Más allá de ese ego sin soporte sobre el que cabalga y ser tan arisco como una fiera olfateando el peligro, tiene un aspecto humano muy llamativo: su protección a la familia y la generosidad con los desposeídos”.

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13

es el número que Ricardo Mayorga ocupa en una lista de los 27 “Chicos malos” del boxeo que publica el sitio estadounidense Bleacher Report. “Un implacable hablador de basura. Es tildado como el más loco en el boxeo”, dice el sitio sobre Mayorga.

“Ha dado la impresión de ser alguien raro, que no reflexiona sobre las huellas que está dejando, sin visión del presente y sin preocupación por el futuro, como si no pensara vivir en él”.

Edgar Tijerino. Cronista deportivo

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