A punta de golpes, el ebanista de Muelle de los Bueyes se abrió paso en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. ¿Qué pasó con aquel boxeador? Esta es la historia de Osmar Bravo, dos años después de aquella hazaña
Por Tammy Zoad Mendoza M.
Golpea. Con furia. Uno, dos, tres. Izquierda, derecha, izquierda. El saco se sacude y el armazón del techo vibra y suelta un quejido lastimero tras cada golpe. La mole de un 1.80 metros y 81 kilogramos de peso descarga su furia en el sandbag. Un cuerpo forrado de músculos gruesos y tensos que suda a chorros. Golpea. La vida de Osmar Bravo Amador ha sido golpear y ser golpeado.
Desde que estaba en la panza de su mamá sintió los golpes de la vida, cuando doña Carmen Amador huía en la montaña del ejército sandinista que la consideraba contrarrevolucionaria. Luego, de adolescente, se le veía golpeando con un mazo como picapedrero para ayudar al sustento del hogar a cargo de una madre que salía diario coronada con un canasto a vender lo que preparaba en la madrugada. Por las mismas razones, abandonó el primer año de secundaria y se fue a trabajar en ebanistería y, más tarde, también dejaría este oficio para meterse a boxeador. Golpear y ser golpeado es lo suyo.
Sin embargo, golpeando es como Osmar Bravo Amador, “Píldora”, ha conseguido suavizar la vida dura que le tocó. Golpeando llegó hasta Londres, a las Olimpiadas de 2012, el sueño de todo atleta. No ganó medalla, pero mantiene su récord de cero caídas, a sus 29 años, sigue siendo el Campeón Nacional y Centroamericano de Boxeo Aficionado en la categoría de 81 kilos, y es entrenador de un grupo de niños y jóvenes que sueñan llegar tan lejos como él.
Pero sobre todo, sigue siendo “Píldora”, el héroe deportivo de Muelle de los Bueyes, el campeón que sueña con ganar una medalla olímpica y al que nadie podrá quitarle ese momento de gloria cuando en julio de 2012 el árbitro olímpico levantó su brazo izquierdo para declararlo ganador de su primera pelea en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Toda Nicaragua estuvo pendiente. Fue su momento. Lo sigue siendo, asegura.

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“¡Píldora, Píldora, Píldora!”, le grita un niño desde el salón de clases. “¡Píldora! ¿Vas a entrenar ahorita? ¡Llevame a mí, Píldora!”, le dice otro que parece cabrito brincando alrededor de él en el pasillo de la escuela.
Los chavalos se alborotan cuando Osmar llega a El Progreso, la escuela primaria de Muelle de los Bueyes. “Píldora” es su ídolo, y el entrenador de la mayoría. “Andan entusiasmados con el deporte, pero él también los motiva a no descuidar los estudios”, comenta la profesora Eufemia Zamora, directora de la escuela.
Llegan al gimnasio con sus camisetas, unas vistosas, otras raídas. Short o buzo, los que tengan, y tenis o al menos algún par de zapatos cómodos. No se puede andar con exigencias. Cada quien agarra su par de vendas, esperan que les entreguen sus guanteletas y si toca guantear fuerte, se ponen las máscaras. El utillaje y un doctor de cabecera también son parte de la donación de la Embajada de Estados Unidos.
“El boxeo es bonito. Me gusta la energía y la fuerza que siento cuando vengo. Estoy aquí porque quiero ser boxeador”, dice José Elías López Huete, de 12 años. Luce como una versión chiriza de Speedy González. Delgado y de piernas ágiles que se mueven rápidamente, salta de un punto a otro. Rodea el saco y ¡pum-pum!, una combinación de golpes. El chavalo tiene su estilacho.
Yeliseth Pérez Castillo también quiere ser boxeadora. Con 12 años es más grande que Elías, aunque los dos son “arrechos a los golpes”, como diría el entrenador. “Me parece un deporte bonito y me gusta que las niñas también tenemos el chance aquí. Me siento más fuerte desde que vengo a boxear, las mujeres también tenemos mucha fuerza”, advierte Yeliseth y se carcajea con sus amigas, también en camisolitas blancas y shorts de diferentes colores. Todas sudadas y despeinadas, rojas como tomatitos.
En febrero de este año el gimnasio con el que soñó empezó a convertirse en realidad. Donantes estadounidenses decidieron apoyar la idea de Bravo y crearon un proyecto deportivo que está dando sus primeros pasos. Un salón que prestó la Alcaldía aloja a los más de 40 niños y jóvenes que llegan por la mañana y la noche para darle duro a los cinco sandbag, las dos peras y a pegarse entre sí. Claro, cuidando la técnica y siguiendo los consejos de “Píldora” y su hermano mayor Néstor Bravo Amador, aquel que fue el primer entrenador que tuvo en la vida, y otro entrenador que dirige las clases cuando “Píldora” sale a pelear.

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254 kilómetros hay entre Managua y Muelle de los Bueyes. Distancia suficiente para marcar las diferencias entre una capital agitada, laberíntica y caliente en el Pacífico