Una guerra, dos abortos y una amante fueron parte del matrimonio entre el general y la telegrafista de San Rafael del Norte. La suya fue una historia de amor agridulce
Por Anagilmara Vílchez Zeledón
Nadie pudo contener su hemorragia. Blanca Aráuz se desangraba sin que la comadrona ni el médico pudieran ayudarla.
Los dolores de parto le empezaron a la medianoche del primero de junio de 1933. Después de horas de angustia Blanca Aráuz estaba lista para dar a luz. La mañana del 2 de junio nació su hija Blanca Segovia Sandino Aráuz. La vida y la muerte coincidieron en ese instante.
El general rompió en llanto aferrado al cuerpo de su esposa. Se habían conocido en 1927 en la Oficina Telegráfica de San Rafael del Norte.
De ella antes de su encuentro con Augusto C. Sandino se sabe poco. Que nació en Jinotega, que en su familia la clave Morse era casi un idioma, que desde los diez años aprendió a usar el telégrafo.
Lo que casi nadie conoce es que Blanca Aráuz, gracias a su oficio, coordinó la comunicación del ejército de Sandino, sufrió un año de prisión y poco antes de morir, participó en las conversaciones de armisticio entre su esposo y el presidente de Nicaragua Juan Bautista Sacasa.
Su historia, tuvo un toque de miel y un tanto de hiel. Ella se enamoró de Sandino a los 17 años y a los dos días de haberse casado, él partió con sus tropas hacia la montaña. Entre las filas de su hueste se sabía que en ausencia de “Blanquita”, Sandino tenía una amante: la guerrillera salvadoreña Teresa Villatoro.
Sandino y su esposa estuvieron separados por más de tres años. Se reunieron el día en que Blanca Aráuz llegó a los campamentos del general. Allí aprendió a disparar y se convirtió en la secretaria personal de su esposo. En 1931, por las condiciones inhóspitas del lugar sufrió el primero de sus dos abortos. Durante su tercer embarazo se firmó la paz entre el presidente Juan Bautista Sacasa y Sandino. Esa, creyeron, sería finalmente su oportunidad de ser felices.
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Alos diez años Blanca Aráuz ya sabía usar el telégrafo. Siendo apenas una niña picoteaba este dispositivo con la agilidad de un pájaro carpintero. Raya. Punto. Raya. Sus dedos podían transmitir a largas distancias mensajes codificados a través del alfabeto Morse. Esa había sido la herencia de su familia por generaciones.
Blanca Stella Aráuz Pineda nació el 25 de mayo de 1909 en Jinotega. Sus padres: Pablo Jesús Aráuz Rivera y Esther Pineda Rivera procrearon once hijos.
Todos ellos “eran músicos y telegrafistas, el alfabeto Morse parecía ser su lengua natal, porque todos lo aprendían desde muy niños”, asegura Walter Castillo Sandino, nieto de Blanca Aráuz y Augusto C. Sandino.
Según él, su abuelita se desempeñó como telegrafista desde muy corta edad. A ella el oficio se lo enseñó su hermana mayor Lucila Aráuz.
En aquella época el telégrafo, de acuerdo con el historiador Roberto Sánchez, era “el medio más rápido de comunicación y el más confiable, ya que solo era posible de transmitir y recibir (información) por quienes conocían el sistema Morse”.
La familia Aráuz se estableció en San Rafael del Norte, un municipio del departamento de Jinotega, ubicado a 186 kilómetros de Managua. En esa época era un pequeño pueblo de casas de adobe y techos de teja que se perdían entre la bruma.
Una vez que asumió el cargo de telegrafista del lugar, por las manos de Blanca Aráuz pasaba información sensible o confidencial, es por eso que la historiadora, comandante guerrillera Dora María Téllez, afirma que Aráuz no era “una persona marginal, no era una mujer que estaba en su casa esperando un marido, no era una persona de bajo nivel y no tenía un cargo secundario”, en cambio, dice Téllez “(Blanca) era una persona que sabía leer y escribir, que tenía cierto nivel educativo, cierto nivel cultural y que había aprendido el lenguaje Morse (…) no todas las personas en el municipio de San Rafael del Norte en el año 1927 tenían esas posibilidades económicas y sociales y por otro lado esas capacidades”, concluye.

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En la frente tenía una gran cicatriz causada por uno de los proyectiles de 75 mm lanzados por los aviadores estadounidenses contra los que luchaba Sandino. Teresa Villatoro era “una morena con ojos ardientes” que en la montaña fue la mujer de Augusto C. Sandino, aseguró a El Universal, su exsecretario José de Paredes.
Esteban Pavletich, un peruano que se unió al Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, en una entrevista afirmó que Villatoro “era mujer de gran coraje”. Ella, según Pavletich, acompañó a Sandino “durante toda la campaña”.
A esta salvadoreña el general la conoció en 1926 en la mina de San Albino.
Él la menciona en varias comunicaciones a sus hombres. En una de ellas, con fecha del 20 de agosto 1930 y dirigida a Pedro José Zepeda, Sandino subraya: “Teresa, pues, no debe separarse de mí mientras la guerra esté, pues ella se encuentra muy interiorizada del manejo de los campamentos y eso no lo puede hacer ni Santa Blanca, aun cuando yo quisiera”.
En 1931 el general envió una misiva al coronel Abraham Rivera, en la que le comenta que Villatoro está en Honduras y que para bien de su causa en el exterior pronto se reunirá con Blanca Aráuz.
Sandino concluye la carta diciendo que “no existe más matrimonio ante las leyes divinas que el de el amor puro y libre, sin ritos de ninguna clase, pero no podremos salirnos en estos momentos de las leyes de los hombres y tenemos que aceptarlas —continúa Sandino—, esto que le hablo aquí, es solamente para que no se me considere injusto en algún acto de mi vida. Pues quien efectivamente goza de mi afecto sin límites es Blanca. Teresa es muy apreciada por mí y la ayudaré toda mi vida, pero nuestros caracteres son tan distintos como del cielo a la tierra; con lo que prueba que no podrá ser mi propia mujer”.
Villatoro fue la enfermera que lo atendió cuando fue herido por una bomba en la batalla de Zaraguasca, esto se lo confiesa Sandino al periodista José Román, en el libro Maldito país.
“Cuando tenían detenida a mi esposa, esa mujer me acompañó en El Chipote. La he querido mucho y haría cualquier cosa por ella, pero se tiene un carácter (de) la chingada y simplemente no somos el uno para el otro, por eso la regresé a El Salvador y partimos para siempre”, le dijo el general a Román en 1933.
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Se casaron el 18 de mayo de 1927. El día de su cumpleaños número 32. Él “iba de botas altas y uniforme, de gabardina color café. Ella de velo y vestido blanco ¡la flor más linda de San Rafael!”, detalla Luis Enrique Mejía Godoy en su popular mazurca Allá va el general.
La ceremonia se celebró de madrugada. El incienso y los cirios iluminaban la iglesia que olía a flor de pino. Blanca llevaba una corona de azahares. Sandino un arma en el cinto. El pueblo se enteró del matrimonio cuando el frío se quebró por los disparos del batallón.
Se habían conocido ese mismo año en la casa de los Aráuz donde funcionaba la Oficina Telegráfica de San Rafael del Norte. Allí se hospedaba él con su Estado Mayor. Ella tenía 17 años y como telegrafista del pueblo, transmitía los mensajes de Sandino a sus tropas en los departamentos.
“Así me enamoré de Blanca y fue mi novia”, asevera el general en su escrito titulado Blanca y sus verdugos. En este documento Sandino también explica cómo ella a través de su oficio se integra a la planificación de algunas acciones militares de su ejército.
Con ella discutía en privado los planes de combinación para enviar a sus tropas al general José María Moncada en 1927. Esta —según Walter Castillo Sandino, nieto de la pareja—, fue “una de las estrategias militares más difíciles y más importante(s) que llevó a cabo el general Augusto César Sandino”.
Dos días después de celebrarse el matrimonio, él partió hacia Las Segovias. Su esposa se quedó en el pueblo. Desde allí colaboró “con la guerrilla sandinista en logística, correo y labores de espionaje. Ella dominaba la tecnología de punta en aquella época y era capaz de interceptar todas las comunicaciones telegráficas del enemigo, dándole información oportuna a su esposo”, subraya Castillo Sandino.
La separación para ella fue dura, o al menos a eso es a lo que Sandino hace referencia en una misiva de 1927 dirigida a Blanca Aráuz en la que le dice: “Sé que no te hago feliz, pero te diré que cuando te propuse matrimonio fue inspirado por el mayor deseo de amarte con toda la fuerza de mi corazón y jamás me imaginé que las circunstancias me pondrían en el caso de ser causa de tu intranquilidad, y que llegara a tanto tu desesperación, que pudieras pensar en el suicidio”.
En la carta, además le explica que la guerra contra el invasor será su sacrificio para ser libres e insiste en que la ama, en que no le hablé de celos y que confíe en él.
Dos años después Blanca Aráuz es hecha prisionera. La llevaron a Managua mientras el general estaba en México. Querían averiguar el paradero de su esposo. Ella no sabía nada pues él partió sin aviso. “Durante un año mi mamá no supo nada de él”, cuenta su hija, Blanca Segovia Sandino Aráuz, en las Memorias de la Lucha Sandinista.
El silencio le valió la libertad. Aunque por poco tiempo, ya que en 1930 la capturan nuevamente y la trasladan a la cárcel La 21, en León. En esa ocasión también se llevaron a su mamá Esther Pineda Rivera y a su hermana Lucila Aráuz. En julio ellas dos son liberadas. Blanca Aráuz estuvo prisionera durante un año.
“Cuando mi papá regresó y se dio cuenta de que mi mamá está presa, se indigna y –para ser franca, era un hombre temible–, les dijo que si no le daban libertad a su esposa incendiaba León”, afirma Blanca Segovia, hoy de 81 años.
Una vez libre, Blanca Stella regresó a San Rafael del Norte. De ahí partió a los campamentos de Sandino en la montaña. Allí la conoció el periodista español Ramón de Belausteguigoitia quien la describió como “una señora muy joven de facciones correctas, el aire dulce y la tez muy blanca”.
En la montaña se desempeñó como secretaria personal de Sandino. Tenía una pistola 32 especial y un rifle 44 Winchester que según el general “no la puedo hacer dejar de disparar”.
Cuando la guerra contra los marines llegó a su fin, Blanca Aráuz fue el puente entre los emisores del Gobierno de Nicaragua y su esposo. Ella había salido de la montaña por su estado de gravidez y desde San Rafael del Norte tejía el rumbo de las comunicaciones de paz.
Informaba sobre el avance de las tropas para el desarme. Sobre ataques a los campamentos. Sobre las intenciones de Sofonías Salvatierra y del entonces presidente Juan Bautista Sacasa.
Hasta que finalmente el 2 de febrero de 1933, Sandino firmó la paz.

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“Óigame usted, mi primer amor sí que fue terrible... Me poseyó por completo en cuerpo y alma y en todos mis sentidos. Me obsesionó hasta la locura. Me hizo soñar, reír, gozar y sufrir”, confesó Augusto C. Sandino al periodista José Román en 1933.
Morena y algo gordita. Así era la “mocita” que lo dejaba mudo. Mercedes Sandino era su nombre. Sin que nadie lo supiera durante una semana Sandino guardó en su bolsillo una intensa carta de amor para ella. Su prima. En la misiva amenazaba con matarla y luego suicidarse si no lo aceptaba.
En secreto leyó su confesión y resolvió romper la carta. Escribió otra menos apasionada y también la rompió.
“A pesar de todo, seguía amándola platónicamente con amor profundo y secreto”, recordaría después el general. A ese su amor de Niquinohomo, lo traería a colación varias veces durante las conversaciones que sostuvo con Román y que fueron publicadas en la obra Maldito país.
Con Mercedes Sandino había decidido casarse en 1920 cuando, un mes antes de la boda, tuvo que huir del país por haberle disparado en la pierna a un hombre en plena misa.
Durante su exilio en México y Centroamérica ahorró para contraer matrimonio con ella. Según Sandino, su prima lo esperaba y él estaba “enfermo de nostalgia”, sin embargo, sus planes cambiarían en 1926 cuando un amigo suyo durante una borrachera le dijo que los nicaragüenses eran vendepatria.
Sandino sí regresó a Nicaragua pero no a casarse. Una vez iniciada su lucha contra la intervención estadounidense, en la montaña él tendría chispazos de aquel primer amor.
“Indudablemente la guerra contribuyó a separarles (...) Mejor que eso quedara como un dulce sueño infantil a que terminara en una realidad triste y trágica”, apunta el autor de Maldito país.
Aunque ella, supuestamente, no sería la única Mercedes por la que Sandino suspiraría. Mercedes Sánchez Gaitán, una niña que creció en la casa de Gregorio Sandino, sería la muchacha que en 1917 presuntamente diera a luz a la primera hija del general: María Natalia Sánchez Sandino.
Sánchez Sandino creció en la casa de su abuelo paterno Gregorio Sandino e incluso, según su nieta Lourdes Dávila Pavón, el General de Hombres Libres estuvo cuando su hija se confesó enamorada de un músico de Niquinohomo con quien se casó en 1933.
Aunque cuando su padre fue asesinado en 1934, María Natalia Sánchez Sandino, por miedo a correr con la misma suerte que él, echó todo vínculo con Sandino a la letrina.

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Blanca Stella Aráuz Pineda murió el mismo día en el que nació su hija Blanca Segovia Sandino Aráuz. Ese primer viernes de junio de 1933 se supo que el bebé que el matrimonio esperaba era una niña.
Hasta entonces creían que tendrían un varón al que llamarían Augusto, como su papá.
“Por mi parte vida mía; yo te ruego en nombre de Augustito que hagamos todo lo posible, para que él y nosotros seamos felices”, le pedía Blanca Aráuz a Sandino en una carta del 25 de enero de 1933.
Dos años antes ella tuvo su primer aborto. Perdió un bebé de tres meses de gestación al que le decían “Chicho”. Levantar un pesado costal fue la causa.
Aráuz explica la pena que ambos padecen a su hermana Lucila en una misiva de diciembre 1931. En el documento subraya que ella y Sandino sufrieron mucho al perder “al primer pedazo” de sus vidas.
Pero no sería el último. “Mi madre perdió dos hijos antes que yo: uno de tres meses y otro de seis. Este último nació en (el campamento) La Calma. Ahí murió y lo enterraron. Le hicieron un jardincito con flores silvestres”, aseguró Blanca Segovia Sandino Aráuz en las Memorias de la Lucha Sandinista.
Al poco tiempo Blanca Stella quedó nuevamente encinta.
En 1933 el general le confiesa al periodista José Román que interno en la montaña “lo que me tiene más nervioso ahora, es que estoy próximo, a ser padre. Quizás dentro de tres meses más. Por eso es que ella (Blanca) no pudo venir conmigo esta vez. Usted no puede imaginarse la alegría y la ternura que siento al pensar que estoy próximo a ser padre, más que nada porque quiero darle a mi hijo todo el cuidado y todo el amor paterno que a mí me faltó”.
Con los marines ya expulsados de Nicaragua, el tono en las misivas de su esposa era alentador. Mientras le informaba a Sandino sobre los avances en las conversaciones de paz que negociaban con el Gobierno, de las que ella era parte, añadía enunciados en los que le pedía regresara pronto a su lado o le contaba cuan inquieto había estado el bebé.
“Tu chico te quiere ver y se siente feliz al saber que su papito estará pronto con su mamita haciendo más suaves las penas”, le decía en una carta del 13 de enero de 1933.
Frases como “no te olvides vida mía, que en ti está toda mi felicidad” se le colaban a Blanca Aráuz en los mensajes a Sandino. “Te besa tu muchachito, si vieras que brincón está ahora. Ven a ver a tu criaturita, no pienses en abandonarle porque él será tu felicidad”, añadía.
En una entrevista sin fecha clara, su hermano Pedro Antonio Aráuz, subraya que la esposa de Sandino desde que estaba en la montaña tenía miedo a morir en el parto.
“Siempre pensó en que ella no viviría”, señala Aráuz, quien además niega que el general haya sido responsable de la muerte de su hermana negándole asistencia médica, como afirmó posteriormente, Anastasio Somoza García en su libro El verdadero Sandino o el calvario de Las Segovias.
Cuando Blanca Aráuz murió Sandino estaba desconsolado. Según la familia de ella, el general sacó su pistola y trató de suicidarse. Su cuñado y un ayudante se lo impidieron.
—No, General, ¿cómo va a cometer esa barbaridad; no ve que nos va dejar huérfanos? Piense que tiene un mundo de gente a su mando —le repetían.
“Ese hombre lloró como nunca me imaginé, porque como ¡tenía un carácter!, era tan serio en sus cosas que nunca me imaginé que la quisiera tanto y que iba a llorarla tanto”, le habría dicho su abuelita materna Esther Pineda Rivera, a Blanca Segovia.
Según el relato de doña Esther, Blanca Segovia, recién nacida lloraba en el Campamento General sin que nadie le hiciera caso. “Era tanto el dolor y la angustia, por el sufrimiento y muerte de tu mamá, que ya ni nos fijábamos; y tu papá ni sabía si estabas o no estabas, porque él estaba con su agonía, con su mujer”, le dijo.
Blanca Aráuz yacía sobre un catre. Sandino mandó a pedirle al carpintero del pueblo que le hiciera a su esposa el mejor ataúd que pudiera. Una vez estuvo listo la vistieron y colocaron su cuerpo en el féretro. Adornaron el catre en el que murió con flores y un Cristo para llevarlo a la sala donde lo velaron.
El general se quedó solo con ella en un cuarto de la misma casa en la que la había conocido cuando con agilidad picoteaba el telégrafo.
