Amor a la guerrillera

Reportaje - 10.11.2013
Amor a la guerrillera

En medio de la muerte, la cárcel y las privaciones de la montaña hubo tiempo también para el amor. Estas son las historias de algunas de las parejas más emblemáticas de la guerrilla en los años 70

 Anagilmara Vílchez Zeledón

A través de un diminuto radio que mantenía escondido en las celdas de la Central de Policía donde se encontraba presa, fue que Doris Tijerino supo que su pareja había sido asesinada. José Benito Escobar cayó acribillado por la guardia en Estelí. Era el 15 de julio de 1978.

—Rosa Argentina (Ortiz), ¿estás despierta? —gritó.

—Todas estamos despiertas —le respondió desde otra celda Margine Gutiérrez, y con eso ella supo que las demás prisioneras también sabían la noticia.

“Yo sentí una gran fuerza y la solidaridad, porque no podíamos decir nada, cuando ella me respondió ‘todas estamos despiertas’ supe que me estaban acompañando”, relata Doris Tijerino a Mónica Baltodano, en una entrevista publicada en el primer tomo del libro Memorias de la Lucha Sandinista. Ahí también confiesa haberlo conocido en Managua, cuando entró a la Juventud Patriótica Nicaragüense en 1957. José Benito Escobar, quien al momento de su muerte era miembro de la Dirección Nacional del Frente Sandinista, no es el único compañero que Doris Tijerino perdió durante la guerra. El 18 de septiembre de 1973, Ricardo Morales Avilés, también miembro de la Dirección Nacional del FSLN, fue capturado y asesinado por la Guardia Nacional en Nandaime.

En la guerrilla del Frente Sandinista, la más larga que ha existido en Nicaragua, no todo fue muerte, montaña, cárcel y combates. También hubo espacios para el amor entre hombres y mujeres de la guerrilla. Bayardo Arce y Mónica Baltodano, Doris Tijerino y Ricardo Morales Avilés, y Claudia Chamorro y Carlos Agüero son algunas de las parejas más reconocidas de este tiempo.

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La comandante guerrillera dejó el verde olivo y vistió sus labios, su pecho y sus pies de rojo intenso. Su uniforme militar está “guindado” del mismo clavo del que cuelgan los recuerdos de la época en la que se enamoró de Bayardo Arce, un periodista de piel canela y pelo “colocho” que en 1969 se integró al FSLN, para luego convertirse en líder del Frente Estudiantil Revolucionario.

En 1973, cuando lo conoció, Mónica Baltodano era una muchacha leonesa que inició su militancia política en el Frente Sandinista durante una manifestación en defensa de los derechos de Doris Tijerino, en 1969. Para esa época Baltodano aún usaba pantalones campana y un par de anteojos que le cubrían casi todo el rostro. Los mismos que le permitieron ver más clara la imagen de aquel joven revolucionario que la conquistó.

“Era una persona brillante y sigue siéndolo. En el congreso estudiantil en el que yo lo conocí, él fue beligerante en la defensa de las posiciones revolucionarias y creo que eso fue lo primero que me llamó la atención”, recuerda Baltodano.

Ella ya no tiene 19 años, pero si mira al cielo raso por unos segundos regresa cuatro décadas más joven, después de rescatar un par de recuerdos que se le escabullen entre las rendijas del techo. Arregla su pelo ensortijado y en su rostro se dibuja una sonrisa en la que se asoma el sabor del primer beso. Aquel que ella y Bayardo se dieron en las playas de Poneloya el 13 de octubre de 1973. Aunque de su relación con Arce, Mónica, sobre todas las cosas, destaca el compromiso político que ambos compartían.

“El noviazgo era fuerte porque los dos estábamos comprometidos y hablábamos de eso, hablábamos de la separación, de las posibilidades de no vernos más y nuestra relación continuó a pesar de que él se fue a la clandestinidad”, dice Baltodano.

Bayardo Arce tenía 25 años en la época en la que, según él, “teorizaba sobre la guerra y la estrategia” y defendía la idea de que el FSLN “no estaba listo” para actuar. Es en ese momento que decide pasar a la clandestinidad. “A mediados del 74 tuvimos que despedirnos, teníamos menos de un año de jalar y fue una separación dolorosa”, recuerda Baltodano mientras abraza las hojas dibujadas en uno de los cojines del sillón en el subió las piernas como niña coqueta.

Cada tres meses, con suerte, el correo clandestino le llevaba noticias de Bayardo. Él estaba en la zona norte de Nicaragua. Ella permanecía al otro extremo del país. Después de un par de cartas y más de 300 días separados, en 1975, por decisión de Pedro Aráuz y Tomás Borge, Mónica y Bayardo se reúnen en Ocotal.

Formalizar las relaciones estables en la vida clandestina para las parejas guerrilleras estaba inspirado en las enseñanzas de Carlos Fonseca Amador, quien en “asuntos de amores era un hombre muy recto”, afirma Francisco Rivera en el libro La marca del Zorro. En el testimonio brindado a Sergio Ramírez Mercado, “El Zorro”, cuenta sobre el día en el que Carlos Fonseca le cuestionó sobre su relación con una de las guerrilleras. Según él, Carlos les pidió que platicaran sobre su unión y si estaban dispuestos a formalizarla. Cuando los dos estuvieron de acuerdo, cuenta Rivera, el fundador del FSLN pasó dos horas explicándoles lo que significaba el matrimonio en la guerrilla y lo que debía ser la mujer para los revolucionarios. Les habló de la importancia de respetarse como pareja y, una vez los dos aceptaron continuar juntos, los casó: “Hizo que nos diéramos la mano, después un abrazo, y luego, que le diéramos la mano a él. Y teniéndonos a los dos agarrados de la mano, nos declaró marido y mujer ante las leyes de la revolución”, aunque el conflicto armado y sus complicaciones, en los años 70 separó a la mayoría de las parejas revolucionarias.

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“Doris María, mujercita mía, camarada, pequeñita mía, démosle al amor la bienvenida y montémonos de lleno en la locura”.

Ricardo Morales Avilés

Poema: “Doris María, cuatro veces tu nombre”.

Ricardo Morales Avilés, considerado uno de los dirigentes y educadores políticos más importantes del FSLN, cuando fue asesinado tenía casi dos años de haber sido liberado de la cárcel de La Aviación. Allí fue rapado, torturado y hecho prisionero durante dos años, nueve meses y 22 días.

En sus horas de encierro, la mujer amada se le filtraba entre las grietas del calabozo. Su piel. Sus labios. Su risa. Sus ojos y la geometría de su cuerpo cobraron vida en 341 versos que componen ocho poemas que, explícita o implícitamente, llevan su nombre. En ellos, Doris Tijerino es la muchacha con “cara de niña sorprendida”, la “primera entre las primeras camaradas”, y “la única que sabe ser mujer”.

Para el maestro de ojos verdes, labios finos y frente amplia, ella es arte, es título y verso.

“Esta mañana en mis sentidos se quedaron presos los olores de tu cuerpo (...) Los días, pequeñita, tienen tu aire y mi manera de estar amándote sin medida”, le escribiría Morales Avilés desde La Aviación.

No solo poemas le dedicó. “A la amada distante le digo; no te niego pero moriré primero (...)”, dice el pensamiento número 17 de su prosa política que redactó Avilés en los momentos en los que sentía que “una bandada de pájaros” le agitaba el pecho:

“(...) En la mañana serás lo que fuiste en la vida, el amor que te detuvo en mis ojos, la luz con la que me amaste a cada instante, la vida que entregaste para fundirla a mi cuerpo (...) Al paso del día, solo el fino silencio de mis ojos tristes guardarás como reliquia y te llenarás de ellos como de una mirada eterna. Al fin pensarás que es enorme mi hazaña al dormirme como si estuviera muerto”, le confiesa Morales Avilés en 1971.

Doris Tijerino Haslam desde niña aprendió a conspirar al lado de su mamá, con quien trasladaba armas en microbuses Volkswagen a grupos antisomocistas. A sus 23 años, el 15 de julio de 1969, es capturada y torturada por la Guardia Nacional, tenía tres años de haberse integrado al FSLN y ya había sido miembro suplente de la Dirección Nacional del Frente Sandinista.

Hoy a sus 70 años es diputada ante el Parlamento Centroamericano y prefiere no hablar sobre los poemas y la relación que ella y Ricardo Morales Avilés compartieron. De su unión nació una niña: “Doris María”, quien murió en 1985 en un accidente aéreo en Cuba. Doce años después de que la Guardia asesinara a su papá en Nandaime. De líder obrero José Benito Escobar, Doris tampoco quiere conversar.

 Ricardo Morales Avilés
Los poemas de Ricardo Morales Avilés son parte del libro Obras, No pararemos de andar jamás, que es una recopilación de sus escritos.

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Durante su clandestinidad en Las Segovias, Mónica Baltodano y Bayardo Arce no vivían en las mismas casas de seguridad, pero decidieron formar una familia. “En mi vida clandestina salí embarazada, buscando tener a nuestro hijo Pancasán en el año 1975”, recuerda Baltodano, quien por instantes se traslada al momento en el que por cortesía de la guerra se encontró frente a una encrucijada.

“El suceso más doloroso para mí en mi vida, fue cuando tuve que separarme de mi niño. Todavía lo cuento y me pongo a llorar, porque fue bien difícil, tal vez fue el único momento en el que yo pensé en sí valía la pena la lucha porque tenía que decidir. Yo no podía estar con mi hijo en la clandestinidad”, dice en un tono más suave y pausado. Aunque lo peor estaba por venir.

En 1977, durante una operación de la Guardia en contra de los miembros de la Dirección Nacional del FSLN, Mónica Baltodano es capturada camino a Matagalpa. “Hubo un intento de asesinarnos, nos ametrallaron. Los tres (Bayardo, ella y el chofer) salimos por distintos lugares porque el vehículo se dio vuelta. A mí me capturaron. No sabía que él estaba vivo. Él tampoco, incluso, colaboradoras como Sarita Tijerino y Norita Hopquin fueron a recorrer (la zona), a ver si me lograban encontrar, enviadas por él. Pero no porque era mi compañero... era el comportamiento común de los guerrilleros”, dice Baltodano, quien todavía lamenta haber huido por el lugar equivocado.

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La pareja guerrillera más emblemática de los años 70 para algunos fue Claudia Chamorro y Carlos Agüero. Hugo Torres, compañero de armas y general en retiro del Ejército, conoció esta relación que, según dice, “se releva como un idilio un tanto de novela por la forma heroica en la que ella muere”.

“Bastante tiempo después de la llegada de Carlos Agüero a Solentiname, fue que llegó Claudia Chamorro, muchacha muy linda que había sido reina de belleza, que pronto entró a la clandestinidad y a la guerrilla, y fue la compañera de Carlos en la montaña; fueron ‘casados por las armas’: la ceremonia nupcial de pasar debajo de los fusiles de la tropa”, detalló Ernesto Cardenal en sus memorias tituladas Vida perdida. Él es quizás uno de los pocos, muy pocos, que coincidieron con ellos mientras eran pareja.

El nombre de Carlos Agüero Echeverría, cuyo seudónimo de lucha era Rodrigo, se convirtió en referente en 1970. El 21 de octubre de ese año estuvo al mando de la Operación Comando Juan Santamaría, que permitió la liberación de Carlos Fonseca Amador y otros dirigentes del FSLN que permanecían presos en Costa Rica.

Omar Cabezas, en su libro La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, lo recuerda de verde olivo y con un fusil R-15. Hugo Torres, por su parte, guarda la imagen de él con unas botas de hule, jeans y camiseta. Ambos lo conocieron en la montaña y en lo que sí están de acuerdo es en que era un hombre muy serio, exigente y fraternal.

“Carlos gozaba de la admiración de los guerrilleros, por ser un hombre aguerrido, dispuesto a la lucha, que no rehúye el combate”, dice Torres.

Claudia Chamorro Chamorro era una muchacha granadina a quien le esperaba un futuro vestido de cóctel, tacones y abolengo. “Una mujer como he conocido pocas”, confesó Francisco Rivera, alias el Zorro, quien la conoció en la montaña en los días en los que el hambre, los zancudos y la muerte que les pisaba los talones, eran la única compañía.

“Era una mujer determinada, muy convencida de los objetivos de la lucha. Era muy linda con un aspecto burgués. Muy inteligente, jovial y generosa”, dice Mónica Baltodano, quien la conoció durante la clandestinidad en 1974. Ellas no sabían sus nombres reales, tampoco hablaban sobre su vida antes del Frente Sandinista. Aunque hubo algo que Claudia no pudo ocultar: “Ella estaba enamorada de Carlos, lo había conocido en una de las bajadas de Carlos a Managua, precisamente porque ella hacía funciones de chofer y de casa de seguridad”, asegura Baltodano.

¿Ella se involucra en la causa sandinista por Carlos Agüero? “No, ella conoce a Carlos porque se involucró en la lucha. Era un amor complicado porque no estaban siempre juntos, y aunque ella pasó a la montaña no estaban en la misma unidad. Fue un amor cargado de separación y dificultades, y no dejó de tener sus sinsabores”, recuerda.

Carlos Agüero murió en la montaña el Jueves Santo de 1977, cuando la Columna Aurelio Carrasco” que él lideraba atacó a una patrulla de la Guardia Nacional. Tenía 30 años.

Claudia Chamorro había muerto poco antes, el 9 de enero de 1977, durante un combate con la Guardia. Casi una semana después la noticia salió en los diarios. El sábado 15 de enero, La Prensa tituló: “Muere joven guerrillera”. Su foto y la noticia de su muerte circularon en el país 24 horas después del día en el que cumpliría 25 años. Al momento de su muerte, su única compañía era Francisco Rivera, alias el Zorro, quien asegura que la última vez que Claudia Chamorro se encontró con Carlos Agüero fue en septiembre de 1976. “Y la gente dice ahora que le gritaba a Carlos Agüero: —¡Amorcito, retirate!— Mentiras que inventan. Cuentos. Qué me van a contar a mí, si todavía la oigo diciéndome sin dejar de apretar el gatillo: —¡Chelito! ¡Retirate, que te van a matar como a mí!”.

Según el Zorro, Claudia no estaba embarazada de Carlos como se rumora, aunque ella sí tuvo un hijo antes de conocerlo e incluso antes de ser guerrillera. Roberto Rafael Chamorro Chamorro es el nombre del pequeño, hoy ya un hombre, que fue criado por sus abuelos maternos después de la muerte de Claudia.

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Bayardo Arce ahora usa solamente el verde olivo quizás en sus corbatas. Eso si el color amanece con suerte. El muchacho moreno de voz ronca, nariz afilada y ojos distraídos cambió el fusil por un Mini Cooper. Él tiene 64 años y ahora es asesor económico de la Presidencia. Ya han pasado cuatro décadas desde el día en el que Mónica Baltodano lo conoció.

Los dos hijos que procrearon ya son adultos. Pancasán tiene 38 años y su hermana Sofana, quien nació poco después del triunfo de la revolución, cumplió 33 años.

De los guerrilleros que se enamoraron en 1973 quedan dos buenos amigos y un par de fotografías.

“Yo creo que la guerra, la dureza de las circunstancias, la fuerza de nuestras convicciones nos dejó una gran madurez en términos de las relaciones humanas. Nosotros tuvimos siempre una relación ‘revolucionaria’ muy distinta a las comunes de la gente que se separa, nunca dejamos de ser amigos, nunca dejamos de tener buenas relaciones políticas, nunca dejamos de tener buenas relaciones con los hijos. Nunca tuvimos conflictos provocados por la separación. Nos separamos como buenos amigos. Nos dimos cuenta de que ya no podíamos seguir”, reconoce Baltodano.

¿Cómo describiría su amor con él? “Yo lo describo como un amor de los más importantes de mi vida, creo que el amor de mi vida es mi compañero con el que ya tengo casi 32 años de convivir, pero sí fue un amor muy importante, muy intenso, bastante tormentoso por así decirlo, porque los dos, además somos de un carácter fuerte. Pero un buen amor, que jugó un papel muy importante en una parte crucial de mi vida como fue los inicios de la lucha”, dice, mientras aprieta sus labios vestidos de rojo intenso.

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Inestables e infieles

El comandante guerrillero Hugo Torres asegura que “las relaciones estables de pareja en la guerrilla eran escasas”. La distancia. La clandestinidad. La soledad y el peligro inminente de la guerra determinaban que, según él, existiera “una mentalidad distinta de lo que era una relación de lo que era eso que conocemos como amor (entre los combatientes), era una idea de mayor libertad”. Para Torres, el cortejo entre los guerrilleros podía durar horas, con suerte días, por el hecho de que a diario batallaban contra la muerte, mientras la necesidad de afecto calaba hasta en los más fuertes.

Torres además señala que la “fidelidad” no era un factor común en las relaciones de esa época, porque en las condiciones de guerra “había esa necesidad tan profunda de sentir el hombro, el pecho de alguien junto al tuyo, de la caricia, el beso, que no podía uno juzgar a alguien porque pudiese tener una relación que no era la de su pareja estable entre comillas, posiblemente era el único placer que tenías y ni siquiera en el caso de la guerrilla, la mayoría de nosotros podía tenerlo porque vivíamos con un hambre espantosa, que en lo que pensábamos era en comer y nunca comíamos”, asegura Torres, quien también explica que esa era una de las razones por las que los guerrilleros en ocasiones tenían más de una pareja.

Eso sí, asegura que las compañeras que habían formalizado su relación con otro guerrillero eran “intocables”, algo en lo que coincide con Francisco Rivera, alias el Zorro.

Otros amores

• Carlos Fonseca Amador y María Haydée Terán. Carlos Fonseca muere en la montaña en noviembre de 1976. María Haydée Terán, a sus más de 70 años, asegura que él fue su primero y único amor.

• Pedro Aráuz y Martha Angélica Quezada. Ambos asesinados en distintos operativos de la Guardia Nacional realizados el mismo día: 17 de octubre de 1977.

• Angelita Morales y Rufo Marín. Angelita era una joven intelectual que formó parte del equipo de Carlos Fonseca que investigaba en Cuba sobre Sandino. Hermana de Ricardo Morales Avilés. Muere en una casa de seguridad el 14 de mayo de 1977. Rufo Marín era nieto del coronel Rufo Marín, jefe del Estado Mayor del Ejército del general Sandino. Cayó en la montaña el 8 de diciembre de 1976. Angelita, antes de ser compañera de Rufo Marín, se había casado con Félix Navarrete.

• Leticia Herrera y Daniel Ortega Saavedra.

• Charlotte Baltodano y Leonel Espinoza.

Nota: En algunos casos, se menciona a las parejas más conocidas, lo que no implica que las personas citadas hayan estado solamente con aquellos con los que aquí con base a datos históricos se les vincula.

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