Así se compuso el Himno Nacional

Reportaje - 22.08.2010
Magazine,-agosto-2010

El Himno Nacional, un canto de dos estrofas que a diferencia de otros de la región no llama
a la guerra sino que es una oda a la paz y al trabajo, se definió por un concurso en 1918, pero pasaron 21 años antes de que se decretara como tal

Arlen Cerda

Sentados frente a un piano están un poeta, un maestro y un músico que intentan simplificar un canto de dos estrofas. “Salve a ti...”, “Salve a ti Nicaragua... en tu suelo...”. Ya es de noche y los tres hombres siguen intentando que una letra escrita por el primero de ellos pueda adaptarse a la antigua melodía que un fraile español utilizaba para iniciar y concluir sus prédicas en el poblado indígena de Sutiaba, León, durante los últimos años de la colonia española. “...ya no ruge la voz del cañón, ni se tiñe...”.

Es 1939. Salomón Ibarra Mayorga, el poeta; Víctor Manuel Zúñiga, el maestro, y Carlos Tünnermann López, el músico y compositor, ensayan durante horas la partitura que deben proponer al Gobierno para que hasta los más pequeños de las escuelas puedan interpretar el canto sin ninguna dificultad.

“Yo tenía unos cuatro o cinco años y recuerdo a mi padre sentado frente al piano con el poeta Salomón Ibarra y el maestro Víctor Zúñiga. Practicaban la letra y música durante horas para enviar su propuesta. Enviaron una y el Gobierno les pidió que la simplificaran más y así lo hicieron hasta lograrlo”, recuerda el académico Carlos Tünnermann Bernheim, hijo del músico y compositor Tünnermann López.

Pero la historia del canto que hoy es el Himno Nacional de Nicaragua comenzó más de veinte años antes de este episodio, cuando el poeta Salomón Ibarra aplicó a un concurso que el gobierno de Emiliano Chamorro Vargas promovió en 1918 para definir la letra del Himno e Ibarra ganó.

Carlos Tünnermann López, hijo del alemán Wilheim Tünnermann y la nicaragüense Guadalupe López, deleitó con sus conciertos de piano en la Managua de los años 20 y 30 del siglo pasado.

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La primera vez que el músico leonés Marcelo Soto escuchó el canto litúrgico con el que un fraile español recién llegado a Sutiaba acompañaba sus prédicas ante los indígenas, él advirtió que esa melodía tenía “una tonalidad brillante”. El ritmo solemne y grave le capturó tanto que él –experto en la práctica y enseñanza de varios instrumentos musicales– conservó con celo la partitura original, que se cree que apareció por primera vez en 1789.

Fray Enrique o Anselmo Castinove –entre los historiadores no hay acuerdo sobre su nombre– predicaba en Sutiaba unas tres décadas antes de la declaración de la Independencia Centroamericana. El catequista era originario de la provincia española de Toledo y vivía en el antiguo Colegio San Ramón, de la ciudad colonial. Cada mañana partía de ahí hacia Sutiaba, donde la melodía predilecta para sus salmos pronto fue considerada como un “arma de pacificación y de conquista”.

El canto en sol mayor era agradable para muchos y fue transmitiéndose de generación en generación. Fue así que el profesor Marcelo Soto lo conoció. Y también como para la proclamación de la Independencia, esa melodía del misionero franciscano se había generalizado y el pueblo nicaragüense lo entonaba en actividades religiosas y políticas. Aunque también se frecuentaban otras melodías.

Fue hasta diciembre de 1918 que se tomó esa partitura como la melodía que debía tener como base el nuevo Himno Nacional, para cuya letra se convocó a un concurso.

La letra ganadora fue un poema de dos estrofas que más tarde se conoció como Salve a ti. Su autor, inscrito con el seudónimo de Rómulo, era el poeta Salomón Ibarra Mayorga, chinandegano con 31 años de edad.

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El 27 de mayo de 1955, con motivo del cumpleaños de Salvadora Debayle –esposa del padre de la dinastía, Anastasio Somoza García–, y también del Día del Ejército, el Ministerio de Relaciones Exteriores auspició la edición y publicación de una monografía sobre el Himno Nacional, escrita por el propio Ibarra Mayorga.

Ese fue el mismo documento que el gobierno del expresidente liberal Arnoldo Alemán Lacayo (1997-2002) volvió a publicar con una nueva presentación en septiembre del 2000, cuando los restos del autor fueron traídos desde Honduras, donde él había muerto hace quince años.

Según cuenta el poeta, la melodía que el Gobierno orientó para acompañar la letra del nuevo himno se usaba entre 1835 y 1837 exclusivamente para rendir homenaje a la Corte Suprema de Justicia.

“Uno de los actos más solemnes de la Corte era su visita de cárceles que rigurosamente celebraba mes a mes, con el propósito de imponerse (enterarse quiere decir) de las necesidades de los reos y del trato que estos recibían de sus custodios o carceleros. Cuando esto ocurría una valla de soldados de la guarnición, calzando caites, esperaba a la Corte frente al Cabildo Municipal, uniformados de chaqueta y pantalón de manta azul, mientras filarmónicos de la Banda, que vestían para esa ceremonia de trajes de rayadillo también azul, echaban al viento las graves notas de aquel himno al paso de los severos magistrados de entonces”, recuerda Ibarra Mayorga.

Otro de los hombres frente al piano, el profesor Víctor Manuel Zúñiga, también asegura –según el relato de Ibarra Mayorga– como en 1886, a sus seis años de edad, él también oía ejecutar ese himno cuando el presidente del Congreso iba a ocupar asiento en la Cámara. “Después –narra el poeta– en 1888, dice el maestro Zúñiga, el Tambor Mayor don Blas Villalta, queriendo mejorar el himno lo empeoró, agregándole una tercera parte que no tuvo aceptación porque su estilo no se ajustaba en lo menos a la hermosura musical de las dos primeras partes”.

Fotos de LA PRENSA/ARCHIVO
Tres años antes de su muerte, el poeta Ibarra visitó el Diario LA PRENSA, que preparaba la publicación de una selección de sus poemas en La Prensa Literaria.

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Además de usar la melodía del franciscano, el otro requisito que el gobierno de Chamorro Vargas pidió a los concursantes fue que la letra evocara “exclusivamente” a la paz y al trabajo.

Ibarra Mayorga comentó en su relato –escrito 37 años después de aquel concurso– que “es lamentable que teniendo de sobra motivos o temas folclóricos, los himnos de la América española (se refiere a Hispanoamérica) sean, aunque algunos muy inspirados, verdaderas imitaciones del acento ‘marsellesco’, tan pegadizo y azuzador por excelencia del instinto belicoso de nuestros pueblos”.

Por eso él prefirió la redacción de un poema corto, que exaltara la libertad, la hermandad, la paz, el trabajo y el honor.

Sin embargo, él mismo confiesa que los versos “ya no ruge la voz del cañón” y “en tu cielo nada empañe tu gloria inmortal” fueron llamados adrede contra la intervención norteamericana de la época. De manera tal –analiza– que si la letra del Himno de Nicaragua quedó libre de la influencia marsellesa, no calló sobre la realidad de la época y el anhelo –continúa– de que en el país “brille hermosa la paz”.

El Himno Nacional, con la melodía del fraile franciscano y letra de Salomón Ibarra Mayorga, fue cantado por primera vez el 16 de diciembre de 1918, en el Ministerio de la Guerra. Su ejecución estuvo a cargo de los profesores Luis A. Delgadillo, Carlos Ramírez Velásquez y Alberto Selva, quienes fueron miembros del tribunal que aceptó la adaptación de la letra a la música.

Por razones desconocidas no se cantó hasta veintiún años después, bajo la administración de Somoza García, quien lo oficializó, según un decreto del 20 de octubre de 1939.

“Cada vez que lo escuchemos –ruega Ibarra Mayorga en su monografía– pongamos de rodillas nuestro pensamiento y olvidemos nuestras querellas, recordando siempre que por encima de nuestras divisiones es, ante todo y sobre todo, nuestra plegaria cívica, la oración de la Patria local, que Dios ha de querer sea mañana, como yo la columbro en mis ensueños patrióticos, el himno de la Patria total”.

Oda a la paz y el trabajo

El Himno Nacional de Nicaragua es el más corto de la región panamericana, pero también el que carece de la influencia marsellesa, de tono bélico, que predomina en los otros cantos patrióticos.

Antes del Himno actual hubo otros cantos nacionales que sí la tenían.

En 1876, bajo la Presidencia de Pedro Joaquín Chamorro Alfaro (1875-1879), se impuso una melodía compuesta por el maestro Carmen Vega, y letra de F. Álvarez. El canto que decía: “Soldados, ciudadanos, a las armas / esgrimid las espadas con valor...”, recuerda el himno mexicano, compuesto en 1853: “Mexicanos al grito de guerra / el acero aprestad...”

Otros himnos se usaron en los gobiernos de Roberto Sacasa (1889-1893) y José Santos Zelaya (1893-1909). El himno que se utilizó durante este último fue atribuido a varios poetas, entre ellos Rubén Darío, y recibió el nombre de Hermosa Soberana. Su letra decía: “Hermosa, Soberana, / cual Sultana, Nicaragua...”.

Ibarra Mayorga se trasladó a Tegucigalpa, luego que el terremoto de 1972 destruyó su casa en Managua. Con frecuencia viajaba a Nicaragua, donde le recibían con homenajes.

Himnos anteriores

Recién establecida la República Federal en 1824, tres años después de la Independencia Centroamericana, los países de la región entonaron dos diferentes himnos o melodías. El primero, conocido como La Granadera, se utilizaba con más frecuencia para acompañar la elevación del Santísimo Sacramento durante las misas de Tropa o igual para izar la Bandera Nacional. El segundo, llamado Antífona de los Colores, prácticamente era el Himno de la Federación Centroamericana.

Entre 1835 y 1837, durante los gobiernos de José Zepeda y José Núñez, que en la época se conocieron como “gobiernos de los Chepes”, se adoptó el canto del fraile español Ernesto o Anselmo Castinove, originario de Toledo, España.

En 1838, cuando se disolvió la Federación Centroamericana, Honduras adoptó como himno La Granadera, mientras en Nicaragua se prefería Antífona de los Colores para rendir honores a la Bandera Nacional.

A finales de siglo XIX se escuchaban otras melodías en cuarteles o plazas públicas. La mayoría eran sones militares.

Entre 1854 y 1857, también se escuchaban en Nicaragua dos ardientes cantos de guerra, que empezaban: “Al arma granadinos...” y “Ya el bandido del Norte prepara”, letra y música atribuidas al maestro Marcelo Lacayo.

A Blas Villalta, el hombre que no tuvo éxito en “mejorar” la melodía del misionero franciscano, también se le adjudica la composición de un himno bautizado como La Barranca, por el triunfo que en un lugar conocido con ese nombre tuvieron los revolucionarios, contra el gobierno de Roberto Sacasa, en 1893.

Antes del concurso que definió la letra del Himno Nacional que aún se entona hoy, el gobierno de Emiliano Chamorro Vargas había adoptado la melodía del fraile español con un arreglo de Antonio Zapata y una letra de Marco Antonio Ortega, que se conoció como Patria Amada.

El autor del Himno Nacional murió a los 98 años en Honduras. En el 2000, sus restos fueron traídos a Nicaragua y enterrados en un salón del Palacio de la Cultura. En el 2005 fueron trasladados al Panteón de los Próceres, en el Cementerio San Pedro, de la capital.

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