Fue el primer neurocirujano de Nicaragua. Durante 60 años ejerció con éxito su profesión y, si la familia Somoza hubiera confiado en su criterio, Somoza García habría podido sobrevivir a las balas de Rigoberto López Pérez
Por Arlen Cerda
El doctor César Amador Kühl, primer neurocirujano del país, estaba en la sala de rayos x durante sus labores de rutina el 22 de septiembre de 1956, en el Hospital Central de Managua, cuando el general Anastasio Somoza Debayle entró junto con el cardiólogo Hugo Argüello Gil para revisar unas radiografías del presidente Anastasio Somoza García, a quien Rigoberto López Pérez le había disparado la noche anterior durante un baile organizado en su honor en la Casa del Obrero de León.
—¡Ve, aquí está César! Él conoce bien los problemas de la columna— dijo el doctor Argüello al verlo y con el consentimiento de Somoza Debayle le entregó las radiografías del presidente herido.
“Tomé las radiografías y observé que una de las balas había atravesado el antebrazo izquierdo. Penetró en la parte posterior de la axila derecha y lesionó el pulmón derecho y la pleura. Esa bala estaba alojada debajo de la piel, cerca de la columna dorsal superior. Otra bala estaba alojada en la parte muscular de la cadera derecha y la tercera bala irritaba las raíces nerviosas de la cola de caballo que llevan la sensibilidad y movilidad a las piernas, y por tanto, las causantes del dolor intenso que sufría el presidente. Esta tercera bala estaba alojada dentro de la columna vertebral, a nivel de la tercera vértebra lumbar”, recuerda el doctor Amador Kühl.
—¿Ellos le pidieron su opinión?
—Sí. El doctor Argüello Gil lo hizo y yo le respondí que la única bala que estaba dando problemas al general era la que estaba alojada en la columna vertebral y la única manera de extraerla era con una laminectomía, que es una operación de una o dos vértebras, abrir la duramadre y extraer la bala era lo adecuado para ayudar y superar los dolores que sentía.
—¿A usted le pidieron que lo operara?
—No. El doctor Argüello Gil y Somoza Debayle se fueron al cuarto privado, donde estaba el general Somoza García, a discutir el problema con los médicos norteamericanos que habían llegado a solicitud de la familia.
—¿Quiénes eran esos doctores?
—Era un equipo médico. Había internistas, cirujanos generales y cardiólogos, pero no había ningún neurocirujano para realizar la operación más importante que él necesitaba.
La familia de Somoza García partió con él hacia Panamá, donde el neurocirujano Antonio González Revilla, del Hospital de la Armada Estadounidense, lo operó de urgencia y, por el rumor de que las balas estaban envenenadas, le aplicó anestesia general para extraerlas todas. Somoza, diabético y obseso, entró en un estado de coma y días después murió.
Según el doctor Amador Kühl, la extracción de todas las balas era “innecesaria”.
—Si la familia hubiera seguido su análisis ¿qué hubiera pasado?
—Somoza no hubiera muerto —responde.
Sin embargo, ellos desconfiaron de Amador Kühl por los antecedentes conservadores de su familia.
El doctor Amador Kühl asegura que él nunca había participado en política y tampoco lo hizo después.
Sin embargo, tras la muerte de Somoza García creció la polarización política en Nicaragua y los problemas que él nunca había tenido con la dinastía llegaron algunos años después.
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En la Semana Santa de 1979, tres médicos nicaragüenses fueron asesinados por la Guardia de Somoza en Estelí. Cuando la noticia llegó a oídos del doctor Amador Kühl (Matagalpa, 1925), él decidió organizar una misa y día de duelo por los médicos en su ciudad natal, donde presidía la Asociación Médica de Matagalpa. A la Guardia no le gustó esa idea y días después allanó su casa a las 11:00 de la noche y se lo llevaron a la cárcel junto con otros médicos de la asociación.
“En la cárcel me vendaron y sufrí la tortura psicológica de caminar sin saber por dónde iba y de ser interrogado por varias horas”, recuerda.
Al día siguiente salió de la cárcel, pero le prohibieron moverse libremente por la ciudad o salir del país, cuando apenas faltaban unos días para la graduación de su hijo Alan Uriel, en Gainesville, Estados Unidos. “Me dejaron fichado y me sentía vigilado”, asegura Amador Kühl.
Por eso, la llamada que Alan Uriel le hizo el domingo 3 de junio, a primeras horas de la noche, siempre le ha parecido “una llamada milagrosa”.
—¿Y ustedes qué hacen ahí todavía? —le preguntó su hijo cuando atendió.
Alan Uriel le dijo a su padre que habían escuchado que en Nicaragua se desataría la ofensiva final de la insurrección contra la dinastía somocista y que él y su madre debían salir de ahí inmediatamente.
—Salgan mañana mismo del país o de lo contrario mis hermanos y yo vamos inmediatamente a Nicaragua para que nos maten a todos juntos.
—Hijo, mañana lunes salimos para Honduras —le respondió después de que intentó tranquilizarlo.
Ese lunes por la mañana su esposa Olga Molina Oliú y él empacaron lo indispensable en una única maleta y partieron en auto hacia la frontera con Honduras, a pesar de su retención migratoria.
“Cuando llegamos a la frontera nos dio nervio porque no iba a ser fácil cruzar”, recuerda el doctor. Pero dice que Dios estaba de su lado en aquel viaje, porque al llegar al retén lo reconoció un oficial que era sobrino de una paciente que él había operado tiempo atrás y le tenía aprecio.
“Él tomó los documentos, los selló y se los pasó a su jefe para que firmara, sin que su jefe que platicaba con otro amigo se percatara sobre nosotros”, celebra. Ese lunes, mientras él cruzaba con su esposa la frontera, estalló la última etapa de la revolución armada en Nicaragua.
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Al terminar la insurrección, en julio de 1979, Amador fue contactado por Sergio Ramírez Mercado y Alfonso Robelo para integrarse al nuevo Gobierno de Nicaragua como Ministro de Salud, a petición de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional.
“Para mí fue una gran sorpresa... Nunca en mi vida tuve aspiraciones de este tipo de cargos, pero entonces me sentía comprometido, obligado a poner mi grano de arena”, asegura. Sin embargo, al año de su nombramiento, el Gobierno lo acusó de “libertinaje ideológico” por haber propuesto un aumento de salario en el Ministerio de Salud, y Amador Kühl presentó su renuncia.
El Gobierno le ofreció después un cargo diplomático, pero él prefirió volver a la práctica de la neurocirugía en los hospitales Manolo Morales y Lenín Fonseca.
En 1988 se jubiló, pero continuó su práctica privada en su consultorio de la Policlínica Nicaragüense y luego en su casa de habitación en Bolonia, que había dejado tras el terremoto de Managua, en 1972.
Hasta principios del año, él aún atendía en ese consultorio, pero a mediados de febrero —cuando ya tenía preparada la presentación de sus memorias— se enfermó y tuvo que ser operado. Ahora tiene cuatro meses y medio en rehabilitación.
El doctor César Amador Kühl dice que este es uno de los momentos más difíciles de su vida. Durante sesenta años ejerció su profesión, con mucho interés en la salud de los nicaragüenses y consiguió los primeros aparatos para su consultorio con el préstamo que le hizo su primer suegro.
“Nunca he trabajado por dinero”, dice, “sino por atender a quienes me necesitan y por el desarrollo de la medicina en Nicaragua”. En su casa, sin un tiempo para trabajo, confiesa que se siente inquieto.
Su autobiografía, presentada a mediados de mayo en el Club Terraza, le ha permitido presentarse a cómo él quiere ser recordado: “Un neurocirujano que quiso darlo todo por Nicaragua y trabajó por la salud de su país”, aunque —también— parte de la historia de Nicaragua también lo recordará como el doctor que pudo haber salvado a Somoza García de la muerte y, si hubiera sido así, quizá otra sería la historia de este país.
LA GUARDIA MATÓ A SU HIJO
César Augusto Amador Molina, hijo mayor del doctor César Amador Kühl, fue capturado por la Guardia somocista en septiembre de 1977, acusado de apoyar a los guerrilleros del Frente Sandinista y conspirar contra el Gobierno de Nicaragua.
Su hijo, quien entonces tenía 25 años de edad, se había bachillerado en el Colegio Centro América y conocía a Joaquín Cuadra, Luis Carrión y otros jóvenes que luchaban contra la dictadura somocista.
“Dijo la Guardia que mi hijo usaba su residencia como casa de seguridad para los guerrilleros. Lo capturaron, lo masacraron y nunca me dieron su cadáver”, relata Amador Kühl en su autobiografía Memorias de mi vida, donde se refiere a ese episodio como “una página triste en la historia de la familia”.
Él apeló a la gestión de la Embajada de Estados Unidos en Nicaragua, porque su hijo había nacido en Nueva York, cuando él hacía su práctica médica.
Además, tuvo la oportunidad de comunicarse con Anastasio Somoza Debayle para preguntarle por su hijo, pero el dictador le aseguró que César Augusto no estaba preso en ninguna cárcel del país.
Años después, cuando el doctor Amador Kühl era el primer ministro de Salud del gobierno revolucionario, llegó ante él Steadman Fagoth para contarle que él fue el último que vio a César Augusto con vida.
“Un muchacho arrodillado, ensangrentado, mutilado en diferentes partes del cuerpo y con las manos amarradas atrás, que encarcelado en la Loma de Tiscapa solo pudo confirmarle su identidad asintiendo con la cabeza”. El gobierno del FSLN tampoco le dio información sobre los restos de César Augusto.
Según el doctor Amador Kühl, a falta de un lugar específico para los restos de su hijo, “la tumba de él siempre será el suelo de Nicaragua”.
