Situémonos en julio de 1990. Doña Violeta Barrios lleva apenas tres meses en el poder. Nicaragua está saliendo de una guerra que la desangró durante años, y el Ejército Popular Sandinista se siente acosado por los aires democráticos y de paz que se ventilan en el país.
No solo está sometido a un acelerado adelgazamiento que diezma sus miembros, sino que también se pide la cabeza de su jefe, el todopoderoso general Humberto Ortega.
El Ejército Popular Sandinista se volvió de repente un gigante incompatible con la nueva Nicaragua, pero también representa la última trinchera que estarían dispuestos a perder el Frente Sandinista y, particularmente, los hermanos Ortega Saavedra, cuyo poder político y económico, más que por la administración del gobierno, pasa por el control de las armas.
Y es en ese contexto inflamable cuando salta una chispa que amenaza con incendiar la pradera.
Un grupo de altos oficiales del Ejército plantea cambios estructurales en las fuerzas armadas de Nicaragua y, sobre todo, pide la salida del general Humberto Ortega como jefe del mismo. La cabeza de esa rebelión es el coronel Javier Pichardo, jefe de la Fuerza Aérea en ese entonces.
Que no hubo combates, que no ocurrieron los bombardeos advertidos y que no hubo muertos, no le quita el alto nivel de peligrosidad que tuvo este acontecimiento en una institución que hasta ese momento se mantenía monolíticamente unida alrededor de su jefe y su partido. Esta es tal vez la única rebelión conocida en este Ejército hasta el día de hoy. Pudo comenzarse una nueva guerra.
Y por extraño que parezca, aún cuando la mayoría de los protagonistas de esa rebelión ahora visten de civil, el episodio se maneja como un secreto del que nadie quiere hablar.
Magazine intenta en esta edición contar algunos de los entretelones de este acontecimiento que se conoce en nuestra historia como: “La rebelión de Pichardo”.